29/9/07

El espejo de La Madrastra



“La lisonja y el aplauso irreflexivos corrompen la fuente de la verdad
y hacen el efecto de una venda puesta sobre
los ojos del que camina al borde un precipicio.

De aquí el mal de la prensa oficial.
Nosotros condenamos esa prodigalidad de
los gobiernos que buscan defensores en la prensa a todo trance,
y que creen que no pueden merecer
justicia si no la compran a caro precio”.


José Hernández, Diario Río de la Plata, Editorial, 20 de agosto de 1869.



La gira neoyorquina del matrimonio reinante formó parte, sin duda alguna, de la campaña electoral de la señora de Kirchner, aunque estuviera oficialmente justificada por la participación del mandatario saliente en la Asamblea General de la ONU. Fuera de ese cuarto de hora de discurso (que genera consecuencias no sólo en la relación con Irán), Néstor Kirchner no tuvo mayores compromisos oficiales. Asistió a la photo-opportunity concedida por Bill Clinton para engalanar la galería de imágenes de la candidata; el ex presidente americano, por su parte, obtuvo un importante aporte para su fundación global. Fue la senadora la que se entrevistó con la canciller israelí y también ella la que gozó de la costosa invitación del Consejo de las Américas en el Waldorf Astoria, hipotéticamente para responder a inquietudes del establishment sobre sus planes, ideas y proyectos. La presidente de ese lobby, Susan Segal, se ha convertido en una cara amiga de la primera dama y de su esposo y se ocupó de filtrar todas las preguntas que podían perturbar a la candidata: “Las preguntas de los asistentes sobre la inflación, la deuda en default, tarifas y las correcciones en el Indec quedaron escritas en papeles que la titular del Consejo, Susan Segal, nunca le transmitió a la senadora nacional”, consignó La Nación. Muchos empresarios y consultores de bancos y otras compañías, que habían oblado 500 dólares por esa cena que imaginaban ilustrativa, se marcharon descontentos.
La señora de Kirchner no atendió (tampoco) en New York a los periodistas argentinos. “Sólo fotógrafos y camarógrafos” discriminaban los funcionarios del área de prensa, quizás por disposición del siempre afónico vocero presidencial que –al parecer- también ocupa su tiempo de trabajo en la campaña de la dama.
Tanta veda a los medios generó altercados en la delegación. El periodista deportivo y autor de libros de divulgación científica Adrián Paenza se quejó ácidamente (no en el momento, sino a posteriori) de que se hubiera impedido el acceso de la prensa a un encuentro de la candidata con algunos investigadores en ciencias que residen en Estados Unidos. “El que prohibió a los periodistas es un idiota”, diagnósticó. Pronto se supo que estaba hablando del cónsul en Nueva York, el periodista Héctor Timmerman. El asumió finalmente la responsabilidad por el hecho, aunque no el adjetivo de Paenza.
Hay que decir la verdad: no todo el periodismo estuvo fuera de esa reunión: Timmerman permitió el acceso a la agencia oficial, TELAM, y a miembros de una empresa privada de medios, llamada La Corte, que obtiene ese privilegio porque sus contratos dependen del arriba mencionado Vocero Afónico, Miguel Núñez.
Así, la campaña de la candidata oficialista no sólo es lejana porque se despliega asiduamente a buena distancia del territorio argentino, sino porque prefiere que la prensa argentina no le haga preguntas. En Nueva York, a juzgar por lo ocurrido en el Waldorf Astoria, quedó demostrado que tampoco le gustan las preguntas de extranjeros cuando apuntan a cuestiones vitales de la Argentina: inflación, crisis energética, manipulación estadística, inseguridad, tarifas, conducta a seguir con la porción no negociada de la deuda pública.
Sucede que la señora no tiene demasiadas respuestas, porque el gobierno de su marido tampoco las tiene. Así como resulta patético el ministro político cuando afirma que “no hay problemas de seguridad…es pura sensación”, así perturba el jefe de gabinete cuando sostiene que “no hay inflación”. Los técnicos de las más diversas corrientes coinciden en que la inflación roza el 20 por ciento; las manipulaciones estadísticas contaminan ya a los institutos provinciales que trabajan con objetividad y seriedad, como el de Mendoza, cuyos cálculos fueron falseados en el INDEC políticamente controlado por el oficialismo. El revoleo de números con el que se pretende esconder el proceso inflacionario provoca incongruencias sobre las que, como concluyó implícitamente la primera dama, es mejor no hablar. Por eso ella no habla. El doctor Kirchner, que no está adornado por esa continencia, sí lo hace: en Nueva York aseguró que su gobierno no ejerce ningún tipo de control de precios. “Sólo monitoreamos”. Por suerte, Guillermo Moreno no formó parte de la amplia corte que acompañó al matrimonio presidencial.
Tampoco fue invitado a la gira electoral neoyorquino el radical Cobos, candidato a vicepresidente pero gobernador de Mendoza y, en tal carácter, titular de una administración cuyas estadísticas fueron manipuladas: un testigo incómodo, en cualquier caso.
Todo concluye, de todos modos. Y también tiene un fin el pródigo viaje de campaña a Nueva York. En algún momento hay que volver a la dura realidad. En algún lugar terminan haciéndose balances de las palabras dichas al viento. Antes de la dramática hora electoral, hay lugares donde esos balances ya empiezan a cerrarse. En Gualeguaychú, por ejemplo, los asambleístas que ante situaciones electorales anteriores fueron estimulados y alentados, reparan ahora en que se están volviendo incómodos para el poder central y temen que les estén por dar el esquinazo. Miran perplejos cómo la Casa Rosada defiende hasta en los pecados de despilfarro y nepotismo a una Secretaria de Medio Ambiente (Romina Piccolotti) que trepó por la escala que pusieron ellos con su lucha, mientras la causa que sostuvieron hasta la exasperación está a punto de ser abandonada, canjeada por lo que estiman es un juridicismo capitulador. Frutos amargos del oportunismo: el conflicto se desbordó, los ánimos cruzaron márgenes inconvenientes y se generaron compromisos desorbitados porque faltaron en el inicio mismo del conflicto el diagnóstico veraz, la palabra franca y no especulativa, la política firme y prudente, la mirada estratégica levantada. Es inevitable que una atmósfera plagada por el engaño y las manipulaciones cualquier reconsideración del problema por parte de un oficialismo que jugó concientemente con fuego termine siendo considerado una traición.
La burbuja de verdades complacientes que el poder construye opera como el espejo de la Madrastra de Blancanieves y supone los riesgos advertidos hace más de un siglo por José Hernández: “hace el efecto de una venda puesta sobre los ojos del que camina al borde un precipicio”. El oficialismo se presta satisfecho a esa situación. Sus encuestadores le aseguran que la primera dama triunfará en primera vuelta, y eso para ellos es ya el logro ansiado. No sólo olvidan que, como se ha dicho de las bayonetas, los votos no sirven para sentarse sobre ellos. Fernando De la Rúa podría escribir un libro sobre ese tema.
Olvidan asimismo cosas que otros encuestadores, ajenos a la burburja, están observando. Por ejemplo: que en los electorados urbanos, en los sectores que podrían considerarse prototípicamente clase media trabajadora (ingresos familiares que rondan los 3.000/4.000 pesos), es mayoritaria una tendencia frontalmente contraria al Estilo K y lo que detectan las encuestas es que están esperando a definir su voto: quieren saber cuál es el candidato mejor dotado para triunfar sobre la señora de Kirchner, en primera o en segunda vuelta. Semejante actitud indicaría, de paso, que esos ciudadanos no tienen prejuicio alguno sobre los candidatos de oposición. Lo que esperan es eficacia para vencer. Y esto significa que, si alguno de los candidatos puede forzar la segunda vuelta, la concentración del voto opositor –anti K- en torno a ella o él, quienquiera sea, es casi un trámite.
No hay lluvia cuando el cielo está limpio. Pero con cielo nublado…

27/9/07

El liberalismo en la construcción de poder



Lo que sigue es el texto de la intervención de Jorge Raventos en el marco del Seminario Los Desencuentros de la Libertad en América Latina, organizado por la Fundación Friedrich Naumann y la Universidad de Belgrano. Del panel participaron asimismo el escritor Marcos Aguinis, el sociólogo Marcelo Leiras, de la Universidad de San Andrés y Eduardo Marty, Director Ejecutivo de la Fundación Junior Achievement


Uno de los problemas del liberalismo para desplegarse como fuerza política eficaz en nuestros países ha sido, probablemente, que el centro de su concepción se basó en lo que Isaiah Berlin llamó "libertad negativa", es decir, el proyecto de limitar la autoridad antes que desarrollarla y ejercerla. O, como resume esa postura Mario Vargas Llosa, el ver "siempre en el poder y la autoridad el peligro mayor".
Para esa visión liberal –sostiene Vargas Llosa- "mientras menor sea la autoridad que se ejerza sobre mi conducta, mientras ésta pueda ser determinada de manera más autónoma (…)sin interferencias ajenas, más libre soy".
Una mirada de esta naturaleza está, por definición, condenada al fracaso político, ya que no sólo sospecha de los poderes existentes, sino que desconfía del poder per se y renuncia a construir poder, que es el sentido de la política. Esta renuncia es un dato relevante y volveremos sobre éso.
Pero antes de avanzar en ese camino, vale la pena subrayar otro aspecto limitativo de esa visión: es la concepción, digamos, "robinsoniana" (por Robinson Crusoe, claro), que vincula la libertad con –como nos decía Vargas Llosa- "la no interferencia" ajena, con el aislamiento. Esa postura, resumida en el conocido lugar común que sostiene que "la libertad de cada uno termina donde empieza la libertad ajena", contempla como contradictorias la libertad y la vida en sociedad; concibe la soledad como el mayor volumen de libertad alcanzable (nada de interferencias).
Rastros de esa manera de ver pueden encontrarse, paradójicamente, en posturas a primera vista alejadas del pensamiento liberal, pero convergentes con ese liberalismo en ese punto: se es más libre autoexcluyéndose de instituciones como el Fondo Monetario Internacional; se es más libre rechazando los flujos comerciales, financieros, culturales que tejen el fenómeno que llamamos globalización. Posturas que a menudo son designadas como "progresistas" son descendientes de esa visión de la "libertad negativa", de ese liberalismo robinsoniano que informó en buena medida cierto pensamiento y cierta política liberal en el continente.
Otro rasgo que ha sido un obstáculo para la buena asimilación política del liberalismo entre nosotros –rasgo que muchas veces aparece en conexión con los anteriormente mencionados- ha sido la dificultad para encontrar nexos entre la idea de libertad y la historia y vivencias concretas de los pueblos americanos. Más aún: la concepción elitista de que ideas forjadas en otras realidades y para afrontar desafíos específicos y diferentes, debían ser aplicadas inclusive "a palos" y, cuando se demostraba impracticable inclusive ese método, cuando "las camisas de fuerza ideológicas eran destrozadas por sacudimientos populares", la no asimilación de esas ideas terminaba juzgándose como prueba de un supuesto "atraso" de la sociedad (mejor dicho: del pueblo, de los sectores mayoritarios). Se trataba, en rigor, y para decirlo con palabras de Octavio Paz, de "una expresión más de la rebeldía de la realidad histórica frente a los esquemas y geometrías que le impone la filosofía política (…)Los desórdenes y las explosiones han sido la venganza de las realidades latinoamericanas".
Hay un hilo sutil que vincula todos esos aspectos del liberalismo basado en la "libertad negativa" que he mencionado: sospecha de la autoridad y búsqueda de neutralizarla o disminuirla; desconfianza de todo poder; renuncia a la construcción de poder; aislacionismo, elitismo, ideologismo. Ese hilo asegura insoslayablemente la esterilidad política.
Cuando decimos Política, aludimos a una propuesta destinada a actuar constructivamente en la sociedad, creando poder social. Y la sociedad no es un archipiélago de átomos que de la nada se relacionan a través de un contrato, sino el producto de una historia: un magma original que se va desplegando y complejizando, pero en el que subsisten siempre elementos de la ligazón original. Las libertades se van desplegando en esa historia.
Esa es la concepción de un liberalismo distinto, expresado emblemáticamente en nuestro país por Juan Bautista Alberdi (pero no sólo por él). Es Alberdi quien, en su Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho cuestiona las "teorías exóticas" con su "no sé qué de impotente, de ineficaz, de inconducente" con sus "medios importados y desnudos de toda originalidad nacional" que "no podían tener aplicación en una sociedad cuyas condiciones normales de existencia diferían totalmente de aquellas a que debían su origen exótico".
Alberdi llama a reconocer la realidad, la realidad nacional, la legitimidad de un poder nacional: "El poder es inseperable de la sociedad (…la plenitud de un poder popular es un síntoma irrecusable de su legitimidad…refleja el carácter del pueblo que lo crea …"
Frente a la idea y la práctica del aislamiento, Alberdi –como lo harán también José Hernández, Olegario Andrade y otros en la misma sintonía- refuerza el concepto del vínculo. Frente al desprecio o la sospecha del poder (que, voluntaria o involuntariamente empuja a la anarquía y a su contrafigura simétrica, el despotismo) ellos apuestan a la organización, a la Constitución. Es que comprenden la clave secreta que conecta el "ser" sujeto al "estar" sujeto, conectado, ligado al Otro, a los Otros. Una clave que en idioma inglés tiene la misma palabra –subject-para el sujeto gramatical y para el súbdito. Somos sujetos, cuando estamos sujetos. Antítesis del liberalismo robinsoniano: somos más libres cuando estamos más ligados, más conectados.
Contra lo que postulan los bulliciosos posicionamientos anti-globalistas (que, irónicamente, suelen movilizarse con hábitos globalizados), la libertad y el bienestar de las personas que viven en nuestro planeta no han decrecido con la llamada globalización, es decir, con la multiplicación de conexiones y flujos comunicativos, productivos, financieros y de intercambio de las últimas décadas.
Desde la expansión de la primera revolución industrial, a fines del siglo XVIII, Inglaterra necesitó medio siglo para duplicar su producto. Cuando Japón hizo lo mismo cien años más tarde, tardó 34 años. Y cuando Corea del Sur hizo lo propio otros cien años después, le llevó sólo 11 años.. China viene expandiendo su producto desde las reformas de mercado de Deng Xiaoping a fines de los años '70 y multiplicó por 15 su riqueza en tres décadas.
No se trata de proezas apenas cuantitativas y sin consecuencias sociales. Las estadísticas hablan por si solas. Durante los últimos 40 años, la esperanza de vida en los países en vías de desarrollo ha crecido de 46 a 64 años. En los últimos 30 años, la renta media en los países en desarrollo se ha duplicado. Durante las últimas dos décadas, la proporción de la pobreza absoluta - es decir, las personas con un ingreso inferior al dólar diario - se ha reducido del 31 al 20 por ciento. Incluso, a pesar de que la población total ha aumentado en 1.500 millones de seres. Siguen existiendo grandes problemas, pero parece obvio que el mundo globalizado, en muchos aspectos, se ha convertido en un sitio mejor.
Las nuevas tecnologías y la densidad y alcance de los flujos de comunicación amplían las libertades en términos dramáticos. También se constituyen, si se quiere, en instrumentos de deconstrucción de instituciones y vínculos preexistentes. Y en motores de una ilusión nueva, pues al mismo tiempo que reducen al absurdo la postura robinsoniana y subrayan las capacidades de la libertad asociativa, la globalización y sus instrumentos tecnológicos estimulan, en cierto sentido, otro de los vicios que habíamos enumerado: la tendencia a negar los vínculos más profundos que ligan (y en gran medida determinan) los comportamientos sociales. Generan en algunos la ilusión de que la única adhesión y pertenencia relevante ha pasado a ser La Red, que la ciudadanía consiste en estar on line, que ha dejado de tener importancia la pertenencia a naciones y pueblos y que lo verdadermente importante ha pasado a ser la pertenencia a las tribus y grupos –a menudo efímeros- que se autoconstituyen en la red.
Falsa alternativa: sin duda la intensísima conectividad social que caracteriza la globalización ha generado nuevas e importantes formas de relacionamiento y de creación, definición o vigorización de identidades. Esto en absoluto desintegra identidades tradicionales. Comenta Raúl Castells: “Es claro que las identidades no sólo se reciben de la sociedad, sino que también se construyen individualmente. Pero se construyen con los materiales de la experiencia, de la práctica compartida, de la biología, de la historia, del territorio, de todo lo que hace nuestro entorno y el entorno de nuestros ancestros. Cuanto más materialmente arraigada está una identidad, más fuerza tiene en la decisión individual de sentirse parte de esa identidad”. Y sentirse parte tiene sus virtudes: “Para la mayoría de la gente, sobre todo en un mundo globalizado en el que flujos de poder, de dinero y de comunicación hacen depender nuestras vidas de acontecimientos incontrolados y decisiones opacas, la pertenencia a un algo identitario proporciona sentido y cobijo a la vez, crea un mundo propio desde el que se puede vivir con más tranquilidad el mundo de ajenidades”. En las condiciones de la globalización nuestra libertad se amplía porque estamos infinitamente menos aislados, porque estamos infinitamente más conectados con los Otros. Pero también porque nuestra ligazón a una red de identidades tradicionales, históricas, nos permiten navegar con mayor seguridad ese océano inmenso y creciente de nuevas libertades.
La idea de la desterritorialización y del vínculo cosmopolita, cósmico o internético como predominante, puede coincidir en parte con la experiencia de vida de un sector que vive más en los flujos que en Tierra Firme, que se mueve al compás de las tecnoburocracias internacionales o en funciones de la economía mundial más altamente integrada y puede habitar hoy en Filadelfia, mañana en Delhi y pasado en Oslo. Pero, aunque creciente, se trata, ése, de un sector todavía muy minoritario: la enorme mayoría de la población mundial sigue básicamente anclada a la tierra y, por lo tanto, a las identidades que fluyen de esa pertenencia.
Una vez más: una política liberal (en rigor: cualquier propuesta política, independientemente de su signo) se divorciará de la sociedad -de las personas y los grupos que constituyen la sociedad- si ignora o desprecia y si se desvincula de ese tejido multidimensional, que incluye factores de cambio y factores de permanencia, identidades tradicionales y nuevas identidades forjadas en la atmósfera de la época, tiempo y espacio, flujos y territorio. Octavio Paz lo dice bellamente, en una reflexión de carácter cultural y muy situada, pues habla de México, aunque tiene plena aplicación a la política del continente: “Nuestras obras y nuestras ideas son hijas de las bodas del tiempo y la tierra: la movilidad extrema y la obstinada estabilidad. Todo esto compromete no la realidad de nuestra cultura sino la posibilidad de reducirla a series de conceptos”.
Creo que el ideologismo abstracto que se puede imputar a las corrientes liberales, y que determinó sus dificultades para enraizarse en la política democrática argentina con pie propio y presencia vigorosa, no ha sido (ni en el capítulo de las causas, ni en el de las consecuencias) monopolio de esas corrientes. Las grandes fuerzas políticas argentinas del siglo XX (el radicalismo y el peronismo) redujeron a las corrientes liberales y a otras (marxistas, democristianas, nacionalistas) al rol no insignificante de usinas ideológicas y escuelas de pensamiento, pero las mantuvieron devaluadas en el terreno electoral, que es, por cierto, el de la legitimidad democrática.
Como consecuencia de esa dificultad para recuperar terreno en el ámbito del poder democrático -un espacio que había ocupado enérgica y creativamente a fines del siglo XIX, con la emblemática generación del 80, y que se empezó a perder con el ascenso de Hipólito Irigoyen, en 1916- sectores del liberalismo argentino buscaron la diagonal de la conspiración y el golpe de estado.
Ese pecado, que muchas veces le fue imputado, entraña, en rigor, una contradicción con los principios políticos que el liberalismo invoca. Más que un crimen, ha sido un error. En cualquier caso, todos las fuerzas políticas ensayaron en uno u otro momento el camino de la conspiración militar. Los liberales que lo hicieron quisieron encontrar por esa vía un remedio veloz a la impotencia política y se justificaron a sí mismos alegando que al menos trabajaban por la libertad económica.
Nadie podrá discutir el mérito de pensadores y aun políticos liberales en la difusión de los conceptos de la economía libre. Nadie podrá negar, tampoco, que al hacerlo desde gobiernos minados en su legitimidad democrática, propensos a los métodos tiránicos o brutales y, en definitiva, ineficaces para establecer las bases de un sistema político consistente y perfeccionable, la difusión que se tejía de día se destejía en desprestigio a la hora de las penumbras.
Puede afirmarse que recién en la década del 90 corrientes liberales orgánicas alcanzaron una dimensión política suficiente para integrarse a un gobierno democrático y legítimo y pudieron en él ocupar puestos de responsabilidad y desplegar en condiciones distintas la propagación de sus principios. Se trato de una experiencia que duró más de una década pero que no pudo garantizarse continuidad. Desde el comienzo del nuevo milenio, esa experiencia y, en general el sistema político en su conjunto, se encuentran en una crisis de la que no logran emerger.
De esa crisis no podrá salirse con una concepción como la que al principio de esta intervención definimos, con Berlin, como la de la “libertad negativa”. Esa crisis es ya la manifestación más clara de la centrifugación del poder y, en verdad, la tarea heroica que la Argentina tiene por delante es la reconstrucción del poder para eludir un proceso de disolución y anarquía.
Escribió Samuel Huntington hace ya algunas décadas: “La oposición al poder, la sospecha del gobierno como la más dañina corporización del poder son los temas centrales del pensamiento político americano". Agrega Robert D. Kaplan en un trabajo sobre el mismo Huntington: "Otro problema del pensamiento americano reside en que nuestra historia nos enseñó cómo limitar el gobierno, no cómo construirlo desde cero. Nuestra seguridad, producto de la geografía, fue ganada sin gran esfuerzo, como lo fueron nuestras instituciones y prácticas gubernamentales heredadas de la Inglaterra del siglo XVII. La Constitución regula cómo controlar la autoridad. El problema de los latinoamericanos, los asiáticos, los africanos y los países que fueron comunistas reside en cómo establecer la autoridad”.
Aunque escritos y pensados hace algún tiempo, esos conceptos tienen –en el caso de Argentina- una incuestionable actualidad. Lo que la Argentina necesita es una concepción que asocie y religue libertad y construcción de poder; tradición y modernidad; economía libre y equidad social, entendida como igualdad de oportunidades; modernidad y tradición; globalización e identidad nacional; cambio e instituciones estables. Un liberalismo que abreve en Alberdi, en José Hernández, en Sarobe (para no dar ejemplos más próximos y eventualmente polémicos) tiene indudablemente un espacio en la Argentina de la era de la globalización.

8/9/07

La vida te da sorpresas

 


Hace meses que el gobierno nacional, con el respaldo alegadamente científico de algunos estudios demoscópicos, instaló en la opinión pública la idea de que las elecciones presidenciales de octubre serían un puro trámite, que la victoria oficialista estaba garantizada y que la única incógnita que subsistía (finalmente develada en una recámara de Olivos) consistía en saber si el triunfador sería "pingüina o pingüino". Las voces de la Casa Rosada, sostenidas por un afinado coro de analistas, postulaban que la política argentina se había vuelto tan calculable como la astronomía, que la opinión pública se movería con la exactitud de los planetas, que la consagración del kirchnerismo ocurriría sin sobresalto alguno, puntual como un eclipse.
Los politólogos abundaban en argumentos: "Mientras los precios de la soja y el maiz sigan altos, hay kirchnerismo para rato", decían, por ejemplo. Otros añadían: "Las elecciones –con alguna excepción- tienden a ratificar a los que se encuentran en ejercicio del poder."
En política, sin embargo, siempre es más sencillo prever el pasado que el porvenir. Y, en rigor, hace ya un tiempo que esas teorías han sido refutadas por los hechos. A fines de 2006 ocurrió el plebiscito de Misiones. Cuando fue derrotado el gobernador Carlos Rovira en su intención –apoyada por el gobierno nacional- de incorporar una cláusula constitucional de reelección indefinida, aquellos analistas alegaron que su hipótesis no estaba en juego en ese caso, pues un plebiscito es un comicio de rasgos excepcionales.
Pero vinieron otras elecciones. Y una candidata del ARI –Fabiana Ríos- derrotó al gobernador en Tierra del Fuego y candidato de la Casa Rosada, mientras en la Capital Federal Mauricio Macri vencía simultáneamente al jefe de gobierno en ejercicio y al candidato principal del kirchnerismo.
El primer domingo de septiembre, el triunfo electoral de Hermes Binner en la Santa Fé conducida por el pejotista Obeid y la victoria política (ya consumada, mientras todavía se recuentan votos y telegramas) de Luis Juez en Córdoba al remontar los 15 puntos en contra que le asignaban las encuestas, se constituyeron en dos nuevas evidencias que refutan la hipótesis de que siempre gana el oficialismo.
Lo que más bien indican todos esos ejemplos (tanto Santa Fé, como Córdoba y la Capital Federal, además de Tierra del Fuego y Misiones…y si se quiere, así en este caso no haya todavía prueba electoral para mostrar, Santa Cruz) es un comportamiento común de las poblaciones urbanas: en todos los casos hubo una reacción política hostil al oficialismo nacional, señal evidente de la paulatina toma de distancia de la llamada opinión pública (las clases medias de las grandes ciudades) en relación con el gobierno central, del que fueron principal base de sustentación durante largos meses. Este significativo vuelco debería introducir alguna semilla de duda en la visión panglossiana de los augures oficialistas.
Aunque ese movimiento aún no se haya manifestado allí electoralmente, en Río Gallegos es ostensible para todo el mundo -en particular para el Presidente y su esposa, que en los últimos cuatro meses sólo pisaron la ciudad durante unas horas, y la abandonaron veloz y casi subrepticiamente, a las chitas callando, después de que un hombre de la confianza del matrimonio, el señor Varizat, arrolló con su cuatro por cuatro a una veintena de manifestantes antikerchineristas.
En Misiones, el voto más opositor del plebiscito se concretó en Posadas, donde el rechazo a la reelección perpetua fue de 7 a 3.
En Tierra del Fuego, Ushuaia determinó la derrota del oficialismo. En la provincia de Santa Fé, tanto Rosario como la capital provincial fueron puntales en la victoria de Binner y fue la ciudad de Córdoba la que sostuvo principalmente a Luis Juez. El candidato del Partido Nuevo -que en algún momento, cuando el gobierno nacional predicaba el credo de la transversalidad, fue una gran esperanza oficialista - olfateó el clima de la ciudad de Córdoba y en vísperas de los comicios del domingo 2 se diferenció francamente de la Casa Rosada: "Yo no soy kirchnerista", disparó. Probablemente a esa movida audaz haya que atribuirle el gran vuelco de electorado radical hacia su candidatura, en busca de una alternativa eficaz de oposición al gobierno. Ese vuelco debilitó a Negri, el candidato de la UCR, y le permitió a Juez una pulseada voto a voto con Juan Schiaretti.
Ahora bien, el gran derrotado del domingo 2 fue el gobierno nacional y su candidata presidencial, la señora de Kirchner. El socialismo triunfante en Santa Fé (con el que la Casa Rosada coqueteó extensamente) apoyará la candidatura presidencial de Elisa Carrió. El Frente por la Victoria santafesino, derrotado, debate intestinamente quiénes fueron los padres de la catástrofe. Las fuerzas justicialistas que consiguieron resistir en sus comunas y municipios observan con resentimiento al gobernador Obeid y a sus amigos de Buenos Aires, que le infligieron al justicialismo de la provincia su primera caída desde la recuperación de la democracia.
En Córdoba, Luis Juez, se considera víctima de un fraude electoral impulsado por el gobierno de Córdoba en alianza con el ala pingüina de la Casa Rosada (Julio De Vido, Ricardo Jaime y Eduardo Di Cola, titular del Correo Argentino, la sede del manipulado escrutinio del domingo 2). José Manuel De la Sota y Juan Schiaretti, por su parte, se sienten íntimamente traicionados por la Casa Rosada, a la que acusan de haber jugado a dos puntas por su reticencia fente al peronismo cordobés. Resultado: Juez, que hasta hace diez días iba a promover el voto por Cristina Kirchner, afirma ahora que hará campaña a favor del voto en blanco. De la Sota, por su parte, presiona a la Casa Rosada asegurando que la situación creada por Juez le dejará poco tiempo para ocuparse de la campaña presidencial. Y la sociedad cordobesa (acompañada por la opinión pública del país) está convencida de asistir a un fraude comparable con el que consuma habitualmente el INDEC de Guillermo Moreno cuando anuncia el aumento del costo de vida.
La candidatura de la señora de Kirchner pisa así terreno pantanoso en al menos tres de los cuatro distritos mayores del país (Capital, Córdoba, Santa Fé) además de el (política, aunque no numéricamente) significativo de Santa Cruz.
El gobierno se ve así necesitado de apuntar sus cañones a la provincia de Buenos Aires y al poderoso conurbano. Allí, sin embargo, también están ocurriendo cosas desalentadoras. La amenaza de Manuel Quindimil de no presentarse a la reeelección como intendente de Lanús debe ser interpretada como un signo de la reticencia del peronismo granbonaerense al estilo de la candidata oficialista. "A Kirchner lo conocemos, a la senadora la conocemos menos", había advertido unos días antes el camionero Hugo Moyano desde la CGT. Una frase que se encuentra en la misma frecuencia de onda que otra pronunciada por José De la Sota, en la que señaló que le gustaría una fórmula "más peronista". La señora de Kirchner, que combina boinas chavistas con costosos conjuntos de haute couture, no termina de ser asimilada por los cuadros y los votantes justicialistas que, irónicamente, son aquellos en los que su esposo ha decidido confiar su suerte en la elección.
La lejanía peronista se ve reflejada en las encuestas: en Córdoba la señora está midiendo 23 puntos, de acuerdo a los estudios que lee el gobernador De la Sota. En el Gran Buenos Aires, un poco más: alrededor de 34 y en caída. Para colmo de males, Daniel Scioli, candidato a gobernador, supera la marca de la primera dama en 12 puntos. Esto significa no sólo que la esposa del presidente puede ser forzada a una segunda vuelta, sino que el conurbano peronista –cuyo núcleo de acero es el aparato que en su momento respondió a Eduardo Duhalde y que fue notoriamente vituperado por la candidata y su marido- puede encontrar en el candidato a gobernador un referente político inependiente y más fuerte que electoralmente que la designada por el dedo presidencial.
Ese doble contratiempo ha alentado a los laboratorios de la Casa Rosada a imaginar soluciones (que pueden transformarse en nuevos problemas). Una de las fórmulas maquinadas tiene visos rocambolescos, pero vale la pena describirla. Se trataría de obrar para que Daniel Scioli, en lugar de ser candidato a gobernador bonaerense, pase a ser postulante a la vicepresidencia como copiloto de la señora de Kirchner.
¿Cuál sería la ganancia? Según los consejeros del Principe (o de la Princesa, si se quiere), los réditos son obvios: se evitaría de ese modo la antipática comparación entre los caudales electorales de Scioli y de la señora y se aplicaría el carisma del vicepresidente a traccionar votos para la fórmula presidencial, sacándola de la zona de riesgo de una segunda vuelta.
Según los cálculos de los estrategas que elucubran estos manejos, no es demasiado difícil conseguir el objetivo: primero hay que voltear la candidatura bonaerense de Scioli, algo de lo que, en rigor, pueden ocuparse los jueces bonaerenses sin demasiado esfuerzo ,apoyándose en las impugnaciones que presentarán varios candidatos opositores. El gobierno nacional se allanaría a una decisión judicial de esa naturaleza y la transformaría en rédito de la virtud: a diferencia de otros, se presentaría acatando la voz de la Justicia. Quedaría como candidato a la gobernación el matancero Alberto Edgardo Balestrini. No importaría que saque menos votos de los que podría conseguir Scioli en la misma situación, porque la provincia se gana a simple pluralidad de sufragios y no hay segunda vuelta.
Ante el contratiempo judicial, se le ofrecería a Scioli la candidatura a la vicepresidencia. Hace falta que el radical Cobos renuncie a la postulación, pero el hombre estaría dispuesto al sacrificio.
El único misterio subsistente, que obliga a la duda a los aprendices de brujo, reside en adivinar la actitud del propio Scioli. ¿Se resignaría el paciente motonauta a que le cambien un seguro gobierno provincial por un papel que ya ha desempeñado sacrificadamente durante cuatro años y pico? ¿Qué podría ocurrir si, consumada una decisión judicial que le niega la candidatura bonaerense, Scioli responde a la oferta de una candidatura vicepresidencial con la célebre frase del Escribiente Bartleby: "Preferiría no hacerlo"? ¿Qué ocurriría si Scioli decide, en tal caso, irse a su casa y esperar un tiempo, algunos meses, para lanzarse como candidato presidencial en otro turno? ¿Podría ocurrirle a la candidata oficialista, a la "ganadora segura" de encuestólogos y analistas, que se quede sin apoyos políticos firmes no sólo en Córdoba, Santa Fé y Capital, sino también en el renombrado fortín bonaerense? En la Casa Rosada deshojan la margarita.
Tal vez se atribuya a este análisis un carácter excesivamente conjetural. Sería una objeción justa. Hay que admitir, no obstante, que no son menos conjeturales los diagnósticos astronómico-políticos que dan por segura la aparición del sol cristinokirchnerista el domingo 28 de octubre. La vida da sorpresas. Como dijimos, evocando a Dante Panzeri, una semana atrás: la política es la dialéctica de lo impensado.

1/9/07

La política hasta octubre: dialéctica de lo impensado


Domingo 2 de septiembre: en Santa Fé y Córdoba, se libra una nueva vuelta de la pulseada entre un gobierno hipercentralizado y una oposición desconcentrada. En Santa Fé las encuestas vaticinan una victoria del socialista Hermes Binner, un opositor moderado, aliado –eso sí- a una antikirchnerista tiempo completo, la doctora Elisa Carrió. En Córdoba, aunque nadie quiere ostentar amistades con la Casa Rosada (ni siquiera el intendente de la capital, Luis Juez, que hasta hace poco comía de la mano de Alberto Fernández) es muy probable que el gobierno nacional se adjudique el papel de socio en un eventual triunfo de Juan Schiaretti, el candidato del gobernador José Manuel De la Sota. Atención, de todos modos, a la performance del radical Mario Negri: Córdoba es una provincia en la que la UCR tiene raíces hondas y algunas señales indican que el viejo partido está volviendo por sus fueros allí. Negri, por otra parte, no sólo contó con el apoyo de su propia fuerza; también lo han respaldado Elisa Carrió y Ricardo López Murphy.
Es extraño que esas dos figuras opositoras puedan coincidir en sostener a un tercer personaje pero hayan sido incapaces, hasta el momento, de acordar una estrategia común para la elección de octubre. Que hayan estado cerca de hacerlo agiganta, a los ojos de un amplio sector de la opinión púbica adversaria del gobierno, las torpezas que impidieron el final feliz. Aunque también alienta la ilusión de que la situación pueda corregirse antes del cierre de listas del sábado próximo.
Algunos optimistas incurables creen que todavía se puede hacer algo que les permita trabajar en conjunto para un triunfo opositor en la Capital. La hipótesis consiste en que López Murphy figure como candidato a senador en dos boletas: la del Pro, el frente al que pertenece, y la de la coalición cívica que alienta Carrió. No habría una alianza explícita entre las dos fuerzas, sino apenas una coincidencia: cada una de ellas respaldaría a López Murphy independientemente de la otra, del mismo modo como López Murphy y Carrió respaldan en Córdoba la candidatura de Negri, que va en listas de la UCR. Macri y la fundadora de ARI sostendrían al mismo candidato a senador sin por ello compartir actos ni tener la misma plataforma programática.
¿Qué ganarían esos personajes si se inclinaran por el camino que les proponen los opositores optimistas? En primer lugar, fortalecer la perspectiva de una victoria opositora en Capital, al menos en senadores. Se supone que, con el respaldo simultáneo de Macri y Carrió, la boleta de senadores encabezada por López Murphy ganaría tranquila. Para Macri, que sin estar aún a cargo del gobierno porteño ya ha comenzado a sentir la hostilidad de la Casa Rosada, todo lo que lo fortalezca hacia el futuro en esa relación es positivo y contribuye a empujar la candidatura presidencial alternativa. Por su parte, López Murphy eludiría el lazo en el que él mismo se pialó al lanzarse como candidato presidencial. Esta no parece ser la mejor oportunidad para intentar ese salto. En cuanto a Carrió, de concretarse esta conjetura táctica, sería la única de los tres personajes que jugaría su candidatura presidencial. Parece obvio que se beneficiará con una parte, al menos, de los votos de ese arco opositor.
No puede negarse que la hipótesis de trabajo, que en los últimos días llegó a los equipos de los tres dirigentes, tiene dosis parejas de audacia y voluntarismo. Esta semana se verá si “ya es demasiado tarde”, como diagnostican los fatalistas o si todavía esa fórmula o alguna próxima es capaz de superar los conjuros que durante los últimos días transformaron a las fuerzas opositoras en peones involuntarios de la estrategia oficialista.
Al comenzar septiembre, en cualquier caso, no hay analista electoral que no estime que, tal como están las cosas, la esposa y candidata del Presidente se impondrá en primera vuelta.
No obstante, casi todos esos analistas esgrimen, si no una objeción, una suerte de homenaje a la sorprendente realidad: “Gana seguro –afirman; pero de inmediato señalan:-…si en las próximas semanas no se produce alguno de esos cambios dramáticos a los que la Argentina nos somete muchas veces…pero eso es por naturaleza impredecible”…
¿Ante cuál amenaza de lluvia abren el paraguas los analistas? A decir verdad, no escasean esas amenazas. En circunstancias distintas varias de numerosas noticias que el gobierno produjo en los últimos meses pudo haber sido el inicio de una tormenta (y no cabe clausurar la posibilidad de que aún lo sea). Veamos: maletas con cocaína volando a Madrid en una línea –ya desaparecida- que sólo existía porque el gobierno la subsidiaba; maletas con dólares que llegan clandestinamente a la Argentina: una operación de lavado de dinero en un vuelo contratado por el gobierno; una bolsa con fondos misteriosos escondida en el baño de la ministro de Economía; un expediente elevado por esa misma ministra y firmado por el Presidente por el cual se indemnizaba ocultamente al grupo Grecco; facturas truchas que esconden espectaculares coimas por obras públicas; obras públicas sobrevaluadas; uso irregular de los aviones oficiales con fines proselitistas; un hombre de confianza de la pareja presidencial que embiste deliberadamente a una multitud y provoca casi veinte heridos, varios graves…
Es razonable que los augures demoscópicos se curen en salud. Es sensato considerar que en tiempos turbulentos, la política, como decía Dante Panzeri del fútbol, “es la dialéctica de lo impensado”.