26/11/07

Víctimas del fuego amigo

 

En menos de 30 días, a contar desde el comicio del 28 de octubre, y cuando restan aún dos semanas hasta que se consume la reelección sui generis, con la asunción presidencial de la señora de Kirchner, el oficialismo acumula ya varias crisis significativas en sus elencos superiores.

En el marco general de la tensión constante entre los continuistas prolijos de Alberto Fernández y el continuismo salvaje que se atribuye a Julio De Vido, la opinión pública ha observado ya la abrupta interrupción de la carrera de Miguel Peirano a la cabeza del ministerio de Economía. Técnico íntimamente vinculado a la Unión Industrial (y, particularmente, a la empresa que constituye su médula corporativa: Techint), Peirano era el elegido para encabezar el Palacio de Hacienda en el segundo período kirchnerista, pero tuvo que alejarse del puesto para no soportar la capitis diminutio de que un subordinado teórico –el secretario de Comercio, Guillermo Moreno- mandara más que él en varios segmentos de su ministerio. En rigor, Moreno es apenas un peón en el ajedrez oficialista, y si puede amenazar a alguien es porque cuenta con el apoyo de piezas mayores. En su caso: De Vido y el presidente Néstor Kirchner.

El oficialismo tuvo que desproveerse del ministro deseado y convocar a un sustituto, el joven Martín Lousteau. Por tratarse de un funcionario junior, Lousteau es seguramente, en esta primera etapa, más flexible a las presiones que Peirano, un hombre de con más trayectoria. En cualquier caso, Lousteau sabe que tiene un futuro técnico por delante y que, si quiere preservarlo, debe lograr que las concesiones que haga a la lógica del poder sean medianamente compatibles con el buen sentido profesional. En no demasiado tiempo se verificará si la de Peirano fue la última crisis del kirchnerismo reelecto con los responsables del área económica, o sólo una de las penúltimas.

Lousteau, por caso, tendrá que decir algo sobre el INDEC. Los registros de inflación inducidos por Guillermo Moreno carecen de credibilidad, son cuestionados en el país y en el mundo. Sus estimaciones son caprichosa y arbitrariamente inferiores (dos o tres veces más bajas) que las calculadas por los Institutos de la mayoría de las provincias argentinas. Otro tanto sucede con las cifras de desempleo: el INDEC lanzó esta semana al ruedo un porcentaje (8,1 por ciento) que surge de una muestra en la que no fueron relevadas áreas sumamente representativas: Gran Buenos Aires, La Plata y Gran La Plata, Bahía Blanca y Mar del Plata-Batán.

La investigación evoca fatalmente la historia del hombre que busca algo en la noche cerrada, bajo el farol que ilumina una esquina. Un agente de policía le pregunta que es lo que busca, y el hombre responde: "Se me cayó la llave de casa". El policía busca un rato junto a él, sin éxito; finalmente pregunta: "¿Está seguro de que se le cayó por aquí?". Responde el hombre: "No, se me cayó a media cuadra, pero allá está muy oscuro". El gobierno decidió medir el desempleo donde Moreno ve luz, despreciando el lugar penumbroso donde está la clave del fenómeno. ¿Sirve un índice así confeccionado?. Eso deberá responder Lousteau técnica y políticamente tan pronto asuma (o antes).

A la crisis determinada por el alejamiento del ministro de Economía en ejercicio, se suma ahora el culebrón que involucra a dos ministros y a dos organismos de inteligencia y que contiene en su entretenida trama escuchas ilegales y seguimientos que transgreden las leyes que rigen la actividad de los servicios de información.

Esta semana se conoció el despido del general de brigada Osvaldo Montero, un artillero, que hasta hace 20 días ocupaba la jefatura de inteligencia del Ejército. La información disponible atribuye el retiro forzado de Montero a una decisión de la ministra de Defensa, Nilda Garré, quien habría imputado al general un "comportamiento desleal": habría realizado operaciones destinadas a favorecer la asunción de Aníbal Fernández como titular de Defensa en lugar de Garré. La descripción somera del episodio induce a pensar en maquinaciones florentinas de algunos miembros del gabinete contra otros colegas. Si se avanza en los detalles la impresión tiende a confirmarse. Según el relato de Clarín -que tuvo la primicia-, a la alianza (subjetiva u objetiva, el dato no es demasiado relevante) entre la el jefe de la inteligencia militar y Aníbal Fernández se contrapuso la alianza de la ministra Garré con un funcionario intermedio de la Secretaría de Inteligencia del Estado. Este habría producido para Garré información, emanada de escuchas clandestinas, que corroboraba la conspiración destinada a desplazarla de la cartera en beneficio de Aníbal Fernández. Los hechos centrales ocurrieron hace más de dos semanas. El gobierno mantuvo cerrada la información y sólo admitió el despido del general Montero después de que Clarín lo puso en letras de molde. "El escándalo desató un conflicto profundo entre los ministros involucrados -informó La Nación-. Los recelos recíprocos dispararon una orden tajante de Kirchner: nadie habla del tema". Se hable o no, la realidad trasciende, y lo que se observa es que el proceso de reelección sui generis arrastra consigo pulsiones de crisis que empiezan a manifestarse antes aun de que la reelección se consume.

Por la importancia que tiene en el paisaje nacional, conviene observar también la transición en la provincia de Buenos Aires. Allí, mientras el gobernador saliente invierte fondos públicos en una curiosa campaña publicitaria de autoelogio y su ministro de economía asegura que "la administración del gobernador Solá culminará con la situación financiera absolutamente bajo control", el gobernador electo, Daniel Scioli, advierte que deberá afrontar "un déficit de unos 3.400 millones de pesos, sin tomar en cuenta el aumento salarial de los trabajadores estatales para el año próximo". Scioli avisa que necesitará ayuda nacional para poder afrontar, en esas delicadas condiciones, las enormes necesidades del distrito.

Más allá del precio de la soja y de la fragmentación opositora, dos factores que sin duda le ofrecen cuotas inapreciables de oxígeno, no puede afirmarse que el kirchnerismo bicéfalo inicie su segundo período presidencial con "todo atado y bien atado".

19/11/07

Paralelismos

 


Más significativos que el listado de los ministros que acompañarán a Cristina Kirchner a partir del 10 de diciembre fueron el adelantamiento de su difusión y la circunstancia de que no fuese ella quien hiciera el anuncio sino el actual y próximo jefe de gabinete.
El anticipo en los tiempos fue determinado por los vientos de fronda que soplaban en el oficialismo, con presiones cruzadas de algunos que quieren permanecer, otros que quieren entrar y algunos que aspiraban, si no al privilegio de poner ministros o secretarios, al menos sí al derecho de tachar alguno.
En tren de simplificar, se ha hablado de un bando encabezado por Alberto Fernández y de otro liderado por Julio De Vido. El relato convencional establece que el jefe de gabinete es el adalid de lo que podría llamarse el continuismo prolijo mientras el responsable de la obra pública sería el capo del continuismo salvaje. Al parecer, el primero de esos ejércitos, invocando los gustos y preferencias de la señora de Kirchner, habría insinuado la necesidad de que dejaran el gobierno algunas de las figuras más cuestionadas por la opinión pública: en primer lugar De Vido y enseguida algunos personajes que le responden, como el secretario de Comercio y manipulador del Indec, Guillermo Moreno, y el de Transportes, Ricardo Jaime.
El otro sector, de su lado, sostendría que la victoria electoral ratificó el rumbo y los equilibrios impuestos por Kirchner y que toda concesión a la opinión pública –cuyos sector más emblemáticos, las clases medias de las grandes ciudades, votaron en contra del kirchnerismo- sería interpretada como una señal de debilidad.
La violenta manifestación con amenaza de huelga protagonizada frente a la Legislatura porteña por los gremios del transporte que responden a Hugo Moyano, más allá del motivo local invocado (un proyecto de código de tránsito para la Ciudad Autónoma) debe ser inscripta en aquella dura puja intestina del oficialismo. Los prolijos vienen planteando la necesidad de transformar a la central obrera en una entidad políticamente correcta, operación que requeriría jubilar al camionero y poner en su lugar a un dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica, Antonio Caló. Aliado de Julio De Vido por motivos propios, Moyano salió a marcarle la cancha al gobierno nacional, a advertir y presionar anticipadamente a Mauricio Macri, futuro jefe del gobierno porteño, y a asegurarse la continuidad de un interlocutor atento como Carlos Tomada en el ministerio de Trabajo. De Vido y el porpio Néstor Kirchner lo tranquilizaron y obtuvieron la suspensión de la huelga anunciada. El gobierno, que pensaba tomarse todavía una semana y un retiro más en El Calafate antes de develar el misterio del gabinete, se vió en la necesidad de precipitar la noticia. Que Alberto Fernández fuese el encargado de un anuncio cuyo contenido principal residía en que se mantendrá a la mayoría de los ministros, incluídos los más criticados (De Vido, Garré, la que no sabe qué es un FAL, en Defensa y Aníbal Fernández bajo otro techo, pero siempre a cargo de la inseguridad) fue el mayor signo de continuismo que podía darse. En rigor, un reflejo fiel de la realidad: estamos ante una reelección sui generis y parece plausible que quien se siente reelegido aplique el viejo adagio -“Si no está roto, no lo arregles”- que parece el lema favorito del continuismo salvaje. El otro bando imagina más bien que el lema de la señora de Kirchner es otro, de matriz goethiana: “Lo que te ha sido dado, conquístalo para poseerlo”.
El ala prolijista, más susceptible a los humores de la opinión pública, procuró exhibir signos de cambio (esa palabra que el kirchnerismo extravió durante la campaña), con algunas incorporaciones, principalmente la de Martín Lousteau, el golden boy que toma la silla económica que liberó Miguel Peirano. Tanto Lousteau como Graciela Ocaña y Florencio Randazzo son figuras que tienen doble propósito para el oficialismo. Le suministran una cuota de maquillaje juvenil a un gobierno que empieza su segundo período y le procuran puentes, así sea precarios, para trabajar a sectores ajenos u hostiles. Randazzo cuidará que a Daniel Scioli no se le haga el campo orégano en el mapa bonaerense hasta el punto de gozar de excesiva independencia en relación al poder central; Ocaña está pensada para trabajarle el frente interno a Lilita Carrió y abrirle la puerta a eventuales tránsfugas del mismo ARI en donde la próxima ministra supo militar. Lousteau –formado en filas de centroderecha- tiende a ser una coartada (vaya a saberse cuán duradera) para las desviaciones regulatorias, intervencionistas o confiscatorias del oficialismo. Analistas y voceros de la Casa Rosada hacen saber que “el verdadero ministro de Economía ha sido y será Néstor Kirchner”.
En rigor, Kirchner está demostrando que su poder en el dispositivo oficialista seguirá siendo decisivo aunque sea su esposa la que ocupe legalmente el sillón de Rivadavia. Esa suerte de bicefalismo suele generar problemas políticos o institucionales o de ambas categorías.
Hasta en los regímenes de facto esa ambigüedad provoca cortocircuitos. El llamado Proceso lo experimentó con las tensiones entre la Junta de Comandantes y el titular del Ejecutivo. Antes de eso, a principios de los años setenta, la fórmula “Cámpora al gobierno, Perón al poder” se demostró impracticable. Héctor Cámpora, aunque fiel a su jefe, fue presidente merced a la proscripción de Perón y terminó encarnando, involuntariamente, una conjunción de fuerzas que quería prolongar el resultado de esa proscripción y eternizar la lejanía de Perón. Finalmente la realidad impuso su lógica: después de durísimos enfrentamientos, Cámpora debió renunciar para abrir el camino al líder.
A fines de los años cincuenta, Arturo Frondizi sufrió desgaste por muchos motivos; no fue el menor de ellos lo que en aquellos días se definió como “paralelismo” o “gobierno paralelo”. Se le adjudicaban a Rogelio Frigerio un poder y una influencia desmedidas sobre el Presidente electo. Frondizi lo había designado Secretario de Relaciones Económico-Sociales, pero era notorio que Frigerio se había constituido en un auténtico deus ex machina del gobierno. Sólo pudo permanecer en el cargo oficial algo menos de 200 días: el Presidente debió tomar distancia formal obligado por las presiones de la opinión pública y factores de poder.
El propio partido de Frondizi, la UCRI, contribuyó a crear aquel clima, porque se consideraba marginado en las decisiones y en muchos nombramientos de importancia.
Frondizi comparó su relación con Frigerio con la que habían mantenido Franklin Delano Roosevelt y su amigo Harry Hopkins. Probablemente exageraba algo. Hopkins influyó sobre Roosevelt más que Frigerio sobre el presidente argentino; llegó a mudarse a la Casa Blanca y a vivir en ella, en el estudio de Abraham Lincoln, justo bajo los aposentos de Roosevelt, durante tres años y medio. Su presidente le encomendó misiones de alta confidencialidad y le permitió estar presente –fuera de cualquier responsabilidad funcional- en importantes entrevistas de Estado, como un encuentro con Winston Churchill. Hoy algunas corrientes revisionistas, apoyándose en documentos liberados por Rusia, aventuran que Hopkins pudo ser un agente soviético. En su tiempo, la relación con Hopkins tuvo un costo importante para Roosevelt.
Esos antecedentes no implican un vaticinio, pero son sí señales de la complicación política que crea cualquier situación de bicefalismo o de doble comando. Está por verse si el paralelismo conyugal que emerge como producto de la reelección sui generis del 28 de octubre ofrece nuevas lecciones a la historia.

13/11/07

Reelección sin período de gracia


¿Qué opina la presidenta electa sobre el agravado conflicto con la República Oriental del Uruguay?
El silencio de la señora de Kirchner sobre la cuestión no es una evasión: es un programa.

Recitó ese silencio sobre este y otros asuntos durante la campaña y, ya consagrada, lo sostiene con empeño: toda una prueba de consecuencia. La dama sólo se pronuncia sobre asuntos abstractos y lo hace con frases que buscan el asentimiento unánime (“debemos reconstruir el tejido social”, por ejemplo). De los temas materiales se ocupa su otro yo, el esposo presidencial; en esos temas, el silencio de ella equivale a la aprobación de lo que él dice y hace, por sí o por sus ministros o voceros (que serán los de ella, salvo excepciones). Así, la agencia oficial TELAM difundió lo que él quiere que se sepa o se crea de que le dijo a solas a Tabaré Vásquez: “Nos traicionaste. Te pasaste de la raya”. Y el jefe de gabinete de él (y seguramente ministro de ella), Alberto Fernández, aseveró que “el distanciamiento con Uruguay es definitivo”.
Si lo que ocurrirá el 10 de diciembre próximo, cuando él le ponga la banda a su mujer, fuera un cambio de gobierno, esas definiciones tan dramáticas (“traición”, “distanciamiento definitivo”) referidas a una nación socia, vecina, hermana merecerían como mínimo un comentario del mandatario entrante. Sucede que lo que ocurrió el 28 de octubre fue una reelección sui generis (una reelección por interpósita cónyuge) y el 10 de diciembre no se testimoniará un cambio, sino una continuidad.
El silencio de la señora representa, desde ese punto de vista, una economía de recursos: que ella hablase, habiéndolo hecho ya su marido y el gobierno, constituiría una redundancia.
Comprender que –más allá de algunos matices- el escenario del poder es uno de reelección y continuidad ayuda a ubicarse mejor ante el momento. Un gobierno nuevo y distinto generaría expectativas y dispondría del clásico período de gracia que la sociedad le ofrece a toda escoba flamante para que demuestre cómo barre; pero en este caso, aunque se la vista de seda, la misma escoba queda.
En el conflicto por las papeleras -una situación en la que el régimen argentino mezcló largamente la negligencia, la inoperancia y la demagogia- el gobierno de Tabaré Vásquez había pagado en las últimas semanas costos políticos para calmar la ansiedad de la Casa Rosada. Aunque la empresa Botnia ya estaba en condiciones de ser habilitada a principios de octubre, Vásquez demoró el trámite para que la puesta en marcha de la planta no incidiera sobre el proceso electoral argentino. Una semana atrás, cuando ya el comicio había transcurrido, el gobierno uruguayo volvió a postergar la autorización, esta vez para no complicar las cosas en vísperas de la Cumbre Iberoamericana de Chile, en la que estaría presente el monarca español, mediador de buena voluntad entre ambos países. Esta nueva postergación fue muy cuestionada en el país vecino. Vásquez tuvo que asimilar las críticas opositoras que le imputaban haber reculado ante Buenos Aires.
En ese contexto, la actitud de Néstor Kirchner de recibir formalmente en Santiago de Chile una delegación de los asambleístas de Gualeguaychú que han bloqueado sistemáticamente durante casi dos años el puente internacional que une esa ciudad con territorio oriental, fue interpretada por el presidente socialista uruguayo como un gesto de hostilidad. Así, mientras en Chile se desarrollaba la Cumbre, en Montevideo se daba luz verde para que los motores de Botnia se pusieran en funcionamiento.
¿Puede Kirchner seriamente aseverar que Tabaré Vásquez lo “traicionó”? El sobrio presidente oriental, que quizás tendría sus propios motivos para decir algo de ese tenor, optó por la prudencia verbal.
En cualquier caso, en esta rara transición reelectoral, son varios los que emplean la palabra traición. Desde la Federación Agraria Argentina, entidad que agrupa a la pequeña y mediana producción agrícola, se esgrimió el sustantivo para calificar la imposición de nuevas, mayores retenciones a las exportaciones de trigo, girasol, maíz y soja. “Es una medida tomada a traición. No hablaron de esto en la campaña electoral”, dijeron los productores. En muchos pueblos agrarios el voto favoreció al kirchnerismo. Ahora abundan los arrepentidos.
El hecho es que para los productores el gobierno que empieza el 10 de diciembre es la continuidad del actual y la única diferencia que hacen tiene que ver las tácticas que ellos se disponen a emplear. En Carbap, por ejemplo, no quieren gastar pólvora en chimangos: “El paro no se lo vamos a hacer a los que se van. Juntaremos ganas y vamos a tomar medidas después del 10 de diciembre”, anuncian. Más moderados, los dirigentes de la Sociedad Rural afectan creer que la señora de Kirchner reverá la medida cuando asuma. Seguramente saben que eso es muy improbable: el kirchnerismo reelecto no renunciará al recurso de las retenciones cuando tiene que pagar un gasto público creciente y cuando necesitará, más que nunca, recursos no coparticipados de manejo discrecional para tratar de mantener en caja las voluntades de gobernadores e intendentes. De hecho, en la última semana Alberto Fernández utilizó los superpoderes para premiar con dinero de la caja central “redireccionado” decenas de millones hacia un regimiento de alcaldes del conurbano que contribuyeron decisivamente a que la reelección se sustanciara sin necesidad de ballotage y hacia el flamante intendente de la ciudad de Córdoba, un distrito en el que el oficialismo naufragó patéticamente y necesita una tabla para evitar el hundimiento total.
La recalentada tensión con Uruguay y políticas que castigan la inversión y la competitividad, como el incremento de las retenciones, no hacen más que acentuar el aislamiento internacional de la Argentina.
Ese aislamiento tiene consecuencias: a diferencia de países como Brasil, Chile, Méjico, Colombia, Perú o el propio Uruguay, que reciben crecientes flujos de inversión externa, la Argentina retrocede y registra salida más que ingreso de capitales.
Sin inversión las tensiones sociales suelen acrecentarse.
Y lo cierto es que, ante el nuevo período K, los conflictos en proceso no se detienen. Quizás se acentúen. “El pacto social no tiene que ver con los salarios- advirtió Hugo Moyano-; las cuestiones salariales las discute cada gremio con su patronal en las respectivas paritarias”. El gobierno lanzó la idea del pacto social con la intención de evitar que la puja distributiva motorizada por el incremento del costo de vida (el real, no el que declara el INDEC) terminara realimentando la inflación. Es probable que el resultado sea diferente: empieza a observarse que en el movimiento sindical hay pujas y competencias tanto horizontales ( enfrentamientos entre distintos sectores de la conducción) como verticales (choque entre corrientes y comisiones internas de cada sindicato con las respectivas dirigencias de sus organizaciones). En esa dinámica, todos los actores tratan de estar a la cabeza de los reclamos y la moderación cede terreno ante las posturas más radicales. Todos tratan de posicionarse y demostrar fuerza. La atmósfera es de conflicto.
Cuando no hay perspectivas de mediano y largo plazo, cuando prevalecen la mirada corta y las políticas de emparchamiento y oportunismo electoral, la sociedad no ve motivos para postergar demandas o esperar con paciencia los buenos resultados de una estrategia en marcha. La consigna pasa a ser vivir al día; el consumo rápido derrota a la propensión al ahorro. La inversión, sin perspectivas, se repliega. La inflación llama a la puerta e ingresa.
La mayor oposición que enfrenta el kirchnerismo sigue siendo la realidad. Es cierto: los desafíos que ésta le impuso no le impidieron la reelección en octubre; tuvo la suerte o la virtud de contar con la fragmentación de las fuerzas adversarias.
Pero es probable que las condiciones estén cambiando.
En este segundo período el gobierno tendrá que vérselas con un peronismo que quiere revivir (y si lo hace le pondrá límites) y con una opinión pública que se ha divorciado del oficialismo, se resigna apenas a admitir la legalidad de su victoria electoral y no termina de digerir su legitimidad y sus procedimientos poco republicanos.
Como avisa ominosamente el dicho: segundas partes nunca fueron buenas.

1/11/07

¿Isla o archipiélago?


 


ALBERTO FERNANDEZ Y LA CRISPADA FRUSTRACION DEL KIRCHNERISMO
ANTE LAS CLASES MEDIAS URBANAS


El jefe de gabinete Alberto Fernández, mortificado por la nueva derrota sufrida por el oficialismo en la Capital Federal, les advirtió a los porteños que no deben “votar como si fueran una isla”. Mezcla de amenaza y oferta de protección, la frase combina el “Cuídate, muchacho, el frío podría caerte mal” con el “Súmate al grupo, no ejerzas la jactancia de los intelectuales”.
Más allá del estilo, que evoca actuaciones de James Cagney o Edward G. Robinson, lo peor de ese parlamento reside en que se basa en un error. El comportamiento del electorado porteño sólo es comparable a una isla si se admite que la isla forma parte de un enorme archipiélago que revela conductas políticas semejantes: el archipiélago de los grandes centros urbanos. En ese universo de millones de argentinos–el jefe de gabinete lo sabe aunque lo escamotea- lo que es marcadamente minoritario es el voto por el oficialismo. La señora de Kirchner no sólo perdió (“por paliza”, diría su señor esposo) en la Ciudad Autónoma: cayó mucho más catastróficamente en Córdoba capital, por citar un caso. Fue derrotada en Rosario, Mar del Plata, La Plata (la ciudad donde cursó estudios de abogacía y quizás los completó), Bahía Blanca, Río Cuarto. En la ciudad de Buenos Aires recogió el sufragio de un 17,64 por ciento del padrón; en Río Cuarto un 17,75; en Córdoba capital, un 13,02 por ciento. Aún en provincias en las que se impuso, como Mendoza, lo que obtuvo en la ciudad capital (25,08 por ciento del padrón) estuvo muy por debajo de su promedio general y representa a uno de cada cuatro ciudadanos.
Las clases medias de ciudades grandes y medianas del país han expresado claramente, a través de opciones electorales distintas, su divorcio de un gobierno al que, de acuerdo a las encuestas, había sostenido y respaldado durante una etapa anterior. Tanto, que el gobierno había proyectado apoyarse en ellas para dejar atrás sus vínculos con un peronismo al que maltrató, desorganizó y anestesió. En unos meses la tortilla se dio vuelta y el oficialismo, como la zorra de la fábula, al ver que ese voto de clase media se le ha tornado inalcanzable, decreta que está aislado, que está verde, que es “gorila”. Mientras la teoría que recita la candidata electa en sus discursos habla de “reconstruir el tejido social”, la praxis del kirchnerismo sigue empeñada en denigrar a quienes no e someten a su facción y en sostener una estrategia de división y enfrentamiento.