18/5/08

Entre el Arroz con Leche y la Marcha de San Lorenzo

 



Guillermo Moreno suele revelar ante audiencias profanas lo que Néstor Kirchner comenta en la intimidad a sus apóstoles. El ex presidente emplea ese método de comunicación para que trascienda lo que él desea que se suponga que piensa. Intrincado el hombre.

Horas antes del discurso de la señora de Kirchner en el modesto estadio de Almagro, Moreno vaticinaba un triunfo del gobierno sobre la movilización campesina iniciada dos meses atrás: "Ya están con la lengua afuera. Los tenemos doblados".
¿Era eso lo que realmente creía Néstor Kirchner?
El vigor y la extensión del movimiento nacido en el campo no confirmaban, en rigor, semejante diagnóstico. Las pobladísimas asambleas realizadas en cientos de pueblos de provincias eran ya apenas el núcleo ostensible de una protesta que abarcaba mucho más que a productores rurales: en los centros urbanos del interior, comerciantes, profesionales, trabajadores y estudiantes se solidarizaban con el movimiento, embanderaban sus domicilios, marchaban por calles y avenidas, hacían el aguante a la vera de las rutas o acompañaban las impresionante, kilométricas marchas de maquinaria agrícola.

El ensanchamiento de la base de la movilización fue acompañado rápidamente por una ampliación de lo que podría llamarse su horizonte programático: la reivindicación estrictamente sectorial del inicio (retenciones, retiro de los obstáculos a la exportación, etc.) dio paso a planteos de orden más general, como el debate sobre el destino de los impuestos que paga el campo y el reclamo de federalismo fiscal.

Naturalmente, el planteo federal y la índole democrática del movimiento de la Argentina interior condujeron a reclamar a las autoridades locales (intendentes, gobernadores) que se comprometieran con sus pueblos y se emanciparan de las ataduras que les impone la Casa Rosada a cambio de concederles como gracia lo que previamente succiona de provincias y pueblos a través de las retenciones y otras piezas del dispositivo centralista. El movimiento agrario se transformaba en una pueblada del interior.

Los reclamos incluyeron manifestaciones y virtuales tomas de municipios (en Lincoln, provincia de Buenos Aires o en Crespo, Entre Ríos, por ejemplo) o en lanzamientos de protestas de carácter fiscal: después de un tractorazo en Viale, Entre Ríos, se propuso no pagar las tasas municipales en protesta contra el alineamiento del intendente. "Que le pida la plata al gobernador y que éste le pida a Kirchner que le devuelva las retenciones. Nosotros ya dimos", proclamaban los vecinos. Según la prensa de la provincia, esa medida sería copiada en muchas otras localidades de la campaña entrerriana.

Por otra parte, estaba ya a la vista el deslizamiento de núcleos relevantes del peronismo al campo gravitatorio de la rebelión provinciana. Jorge Busti en Entre Ríos, Carlos Reutemann y los cuerpos orgánicos del PJ en Santa Fé, Juan Schiaretti y José Manuel de la Sota en Córdoba, una porción nada despreciable del PJ pampeano, decenas de intendentes en distintos puntos del país y muchos legisladores nacionales y provinciales objetaban la gestión kirchnerista del conflicto y comenzaban a expresar en vos cada vez más alta que ese manejo no sólo estaba dañando la gobernabilidad, sino que también se estaba "llevando puesto al peronismo".

En verdad, una movilización como la que protagonizan el sector agrario y los pueblos del interior, que abarca casi toda la extensión de la República y que tiene simpatías evidentes en las grandes urbes, delimita un antes y un después, demarca –si no a corto, al menos a mediano plazo- nuevas líneas de reagrupamiento social y, en definitiva, un cuadro de ascensos y descensos, de ganadores y perdedores.

En el hogar de los Kirchner habitualmente se consumen encuestas de opinión pública, de modo que los presidentes que allí conviven no ignoran la caída en picada de la imagen de la señora ni el juicio popular sobre el comportamiento del pater familiae.

Las consecuencias de esos saberes e impresiones (de las cifras demoscópicas tanto como de los informes de inteligencia) indujeron a Néstor Kirchner a dar un paso al costado en el escenario pejotista del acto de Almagro, para entregarle el protagonismo a su señora esposa, de modo que fuera ella quien pidiera un armisticio. Hombre complejo, Kirchner produjo una combinación contradictoria y desconcertante, destinada a disimular su intento de retirada. Lanzó primero a uno de los comandantes de sus "formaciones especiales", Luis D'Elía, a amenazar a los agrarios con movilizar millones de piqueteros para combatirlos. Un bluff de aficionado: si D'Elía cuenta millones de algo, no es precisamente de seguidores.

Kirchner alentó además discursos duros de los restantes oradores del acto de Almagro, un compromiso que obedientemente acataron el gobernador del Chaco y un joven protegido por la Casa Rosada, pero que el experimentado Hugo Moyano gambeteó como pudo, apelando a lo que recuerda del mensaje de Perón ("A la Argentina la salvamos entre todos…").

La familia presidencial aplaudía ardorosamente para las cámaras los discursos duros y el tono alzado de Capitanich, corina de humo para la retirada que se preparaba a anunciar la señora de Kirchner.

A decir verdad, lo que se le exigía esa tarde a la señora era un verdadero esfuerzo. Ella no está acostumbrada al registro suave, a las palabras contemporizadoras. A esa circunstancia debe asignarse la fragilidad conceptual de su discurso, más insustancial que muchos de los anteriores. En cualquier caso, todos se notificaron de lo esencial: el tono era un tono de repliegue.

Ese tono, combinado con los aplausos fervientes del matrimonio a las frases combativas de Capitanich y con las previas amenazas de D'Elía, daba una resultante rara, un tanto esquizoide: como cantar el Arroz con Leche con la música de la Marcha de San Lorenzo. Misión cumplida para Néstor Kirchner, que quería disfrazar la retirada con acordes marciales.

Entre sus adictos más empeñosos, Kirchner se ha hecho fama de ser un táctico exquisito. Probablemente en base a esa admiración y a los mensajes que dejaba trascender a través de emisarios como Moreno, el oficialismo alentó la ilusión de que de inmediato, después de ese complicado uno-dos , izquierda y derecha, propinado por D'Elía y la Señora, se produciría el abandono del adversario.

Si el gobierno, en la voz de la principal inquilina de la Casa Rosada, convocaba a dialogar (y, caso contrario, D'Elía amenazaba con sus Hunos), ¿cómo podría ocurrir otra cosa que la aceptación del convite? Hubo, pues, "pena e indignación" en el oficialismo cuando el campo pidió, para volver al diálogo, no un discurso de Cristina Kirchner desde sede partidaria, sino una convocatoria expresa desde el su rol de presidenta, con una agenda clara que incluya sin ambigüedades la corrección de las retenciones móviles. Se pide que haya una palabra oficial, no dos o tres. ¿Es tan raro ese reclamo?

Ocurre que tanto el campo como los amplios sectores de la sociedad que acompañan la pueblada de la Argentina interior creen ahora muy poco en la palabra oficial. Esa palabra sufrió efectos más graves que el peso con la devaluación asimétrica, se ha tornado al menos tan dudosa como las cifras del INDEC. Y, a decir verdad, no faltan motivos para ello.

Once días atrás, por caso, después de estar reunidos por varias horas con el Jefe de Gabinete Alberto Fernández, los dirigentes de las entidades del campo anunciaban una buena nueva: el gobierno había finalmente aceptado discutir las retenciones móviles impuestas el 11 de marzo, el tema que había disparado la gran movilización de la Argentina interior. "El Gobierno admitió que las retenciones son un problema y está dispuesto a modificarlas -relató esa tarde el titular de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi-. Fue una reunión con algún nivel de avance, pero con muchas dudas. Lo bueno es que se pudo incluir en la discusión el tema de las retenciones", añadió.

Tres horas más tarde, Alberto Fernández salió a desmentir a Buzzi. De hecho, pasó varios días haciéndolo y hasta llegó a decir que los dirigentes agrarios se habían vuelto locos. Los voceros habituales del gobierno (y cierta prensa permeable a sus argumentos) imputaron a Buzzi una actitud mendaz y provocativa.

No deja de sorprender que, a partir de que el campo decidió (el jueves 15 de mayo) mantener su paro y su movilización, el gobierno lo acuse de intolerante e intransigente y alegue como argumento que las entidades rompieron el diálogo el 6 de mayo pese a que Fernández se manifestó a discutir inclusive las retenciones móviles. En un mecanismo culpógeno que merecería un tratamiento científico, el gobierno proyecta sobre el campo su propia intransigencia y convierte en verdadero lo que hace una semana y media calificó apasionadamente de falso.

La palabra del gobierno se ha envilecido, se desconfía de de esa palabra. En verdad: se desconfía del gobierno. No lo dicen sólo las encuestas, que en general registran opiniones pasivas. Lo dice la movilización que se vive en toda la geografía argentina. Las encuestas indican que 3 de cada 4 argentinos consideran que el conflicto agrario debe encontrar un fin rápido. De esa opinión no se deduce –como algunos analistas sugieren- que la opinión pública adhiera en este asunto a una adaptación de la teoría de los dos demonios, o que esté reclamando un empate. Está claro que para la opinión pública la responsabilidad de poner fin al conflicto reside en el gobierno. Es la familia Kirchner la que debe sincerar el repliegue que inició en el acto de Almagro, dando marcha atrás con una medida que se ha demostrado nefasta e inconducente. Las conducciones de las entidades agrarias no pueden sino expresar la opinión de sus bases y la de los amplios sectores que están, de hecho, liderando. Que lo sigan haciendo, que no dejen de hacerlo, entraña la preservación de un valor indispensable para la reconstrucción política e institucional de la Argentina: la confianza en la representación.

Hay un conflicto duro entre esa representación y el modelo de gobierno centralista y confiscador que hoy encarna el gobierno; esa tensión no está determinada por un capricho, sino por circunstancias objetivas. Por eso, no puede considerarse equilibrada una equidistancia entre ambos criterios, entre ambos bandos; todo compromiso entre ellos es de vida corta, una mera postergación de la hora de la verdad. Es preferible hacerse cargo del conflicto y ponerse del lado que cada uno prefiera.

15/5/08

Paradojas y desconcierto en el estadio de Almagro





El acto oficialista en el que Néstor Kirchner celebró su acceso (sin elección interna) a la presidencia del PJ fue escenario de una seguidilla de curiosidades y paradojas.


Mientras Hugo Moyano, uno de los vicepresidentes que escolta a Kirchner en la conducción pejotista, desplegaba un discurso de tono comparativamente suave y acusaba a las organizaciones ruralistas de intolerancia por ejercer actitudes de fuerza en el paro agrario, a algunos metros del palco, en un flanco del estadio de Almagro, legiones de su sindicato de camioneros se enfrentaban con piedras y palos con grupos análogamente pertrechados del gremio de la construcción.
Néstor Kirchner, entretanto, privaba a los presentes del esperado plato fuerte de la tarde: su discurso de asunción. NK decidió no hacer uso de la palabra y cederle el micrófono a su señóra esposa.
Algunos análisis rápidos en los medios electrónicos consideraron que ese paso era una manera de “entregarle espacio” a su mujer, cuyo rol presidencial se ha visto opacado por el protagonismo de Kirchner Néstor y su evidente influencia en las decisiones y en el rumbo del poder político. En rigor, el minué conyugal de Almagro no sirvió para cancelar el bicefalismo que se achaca al gobierno, sino más bien para duplicarlo (invertido) en el plano partidario. Lo que la opinión pública reclama –según se observa en las encuestas- no es que la señora gane cartel francés en un acto del PJ que su esposo debería presidir, sino que ocupe efectivamente la titularidad del Poder Ejecutivo, para el que fue ella (y no su esposo) la elegida. Si efectivamente la señora de Kirchner quiere dar una señal de diálogo a una Argentina interior que reclame ser escuchada, lo plausible sería hacerlo desde la Casa Rosada, ubicada en su rol presidencial y no de sopetón y por sorpresa sustituyendo casualmente a su marido en una tribuna partidaria.
Como para contribuir a la confusión general, la señora no mencionó jamás en su leve discurso (uno de los más insustanciales que se le recuerden) al movimiento que organizaba el acto público, ni a los fundadores de ese movimiento ni a la historia y símbolos del peronismo. El único sello partidario que la señora de Kirchner recordó con nombre y apellido fue el Frente para la Victoria, al que aludió para recordar que fue bajo esa sombrilla política donde ella inició su carrera en cargos públicos, en la “lejana” provincia de Santa Cruz.
Así, en el acto de Almagro se habló de paz mientras las barras propias se hacían la guerra a pocos pasos, y la principal oradora festejó a un partido que no era el que esa tarde estrenaba sus autoridades.Una comedia desconcertante y desconcertada.

11/5/08

Unicato, éxodos y locuras



El gobierno dinamita puentes, corta el diálogo con el campo y llama locos a los ruralistas. En el oficialismo se ha iniciado el éxodo de gobernadores, intendentes y parlamentarios que no quieren avalar la política impulsada por Néstor Kirchner, vértice de un régimen de unicato desafiado por la insubordinación de la Argentina Interior.



LEAR: ¿Me estás llamando bufón?
BUFON: Tus otros títulos los has
cedido. Con este naciste (…)
Cuando partiste tu corona
en dos te cargaste el burro al hombro
para cruzar el vado.


WILLIAM SHAKESPEARE, El Rey Lear, I, 4



En las últimas semanas un síndrome misterioso induce al gobierno a evocar con reiteración la demencia. El ministro de Justicia, Aníbal Fernández (que, por lo demás, ahora se atiene al lema "el silencio es salud") aseguró que era "una locura" la hipótesis de que Néstor Kirchner pudiera asumir como jefe de Gabinete. En el mismo párrafo descalificó también la posibilidad de que Martín Lousteau dejara la silla de ministro de Economía, lo que ocurrió, no obstante, pocas horas después.
Otro Fernández, Alberto, el jefe de Gabinete, aventuró el viernes 8 de mayo que los dirigentes del campo "se volvieron locos", y casi a coro, el ministro de Interior, Florencio Randazzo, diagnosticaba en los ruralistas una "actitud demencial". ¿Por qué mentar la soga en casa del ahorcado?
Lo cierto es que, lo recite quien lo recite, es el discurso oficial el que suena lleno de sonido y furia y se compone de una serie de repeticiones cada vez más altisonantes que no escuchan ni toman en cuenta las voces y conductas de los otros. Cuando despunta algún esfuerzo de recepción y parece iniciarse un diálogo, éste es tronchado brutalmente, y el lenguaraz voluntarioso es forzado a desmentirse a sí mismo y a sus interlocutores. El procedimiento, descompone el teléfono, dinamita los puentes, aniquila las mediaciones. Probablemente es esa propensión al aislamiento lo que está convirtiendo el espacio oficialista en un plano inclinado por el que se deslizan y alejan apoyos que el gobierno descontaba hasta que estalló el conflicto por las retenciones móviles a la soja.
La movilización del campo se ha convertido en una insubordinación de la Argentina interior, que no reclama sólo reivindicaciones sectoriales, sino que ha proclamado el federalismo fiscal como programa y colocó en el centro del debate el sistema confiscatorio centralista de matriz parasitaria sobre el que el oficialismo montó su hegemonía a partir de 2003.
El gobierno edificó en estos cinco años un sistema de poder hipercentralizado, un "Unicato", en el que Uno expropia recursos del país así como el poder de cámaras legislativas, gobiernos provinciales y buena parte del sistema judicial. Ese dispositivo, construido sobre la base de la confiscación, el manejo de la caja, el disciplinamiento estricto, el manejo de la calle y la confrontación permanente, ha tocado un límite fuerte.
El titular del Unicato es Néstor Kirchner. El hecho de que le haya cedido sus títulos oficiales a su esposa Cristina Elisabeth sólo cambia las cosas en el sentido de que él ejerce casi clandestinamente su mando, y las formalidades (incluyendo las que se ejercen desde la Casa Rosada) obstruyen a veces poco y a veces mucho ese ejercicio. También provocan problemas, digamos de gestión: quienes por hache o por bé necesitan recibir una palabra decisiva del gobierno comprueban a menudo que no están hablando con el interlocutor adecuado.
Puesto que la rigidez es uno de los componentes centrales del Unicato, el dispositivo montado por el Unico no puede flexibilizarse sin riesgos de disolución. Está en su propia lógica interna confrontar hasta el fin. De allí que su conducta no satisfaga a los analistas que le piden "comportamientos sensatos y racionales". Su racionalidad se deduce de su comportamiento habitual.
Un domingo atrás, un periodista escuchado y respetado por los Kirchner (lo que debe apreciarse en toda su significación), se refirió a esa lógica en su columna de Página 12 llamándola "genética kirchnerista"; para ilustrarla, Horacio Verbitsky evocó hechos del año 2002, cuando NK era aún gobernador de Santa Cruz: "La voluntad de no ceder a la acción directa ni por la amenaza de la fuerza es un rasgo genético del kirchnerismo. Pero también incluye la decisión de enfrentar el reto con medios políticos y sin recurrir a la represión (de las fuerzas de seguridad). .. El episodio de mayor trascendencia nacional en ese sentido ocurrió en 2002, cuando el entonces gobernador Kirchner instó a sus partidarios a no dejarse correr por las cacerolas que en los días anteriores habían rodeado la Legislatura en Río Gallegos: días después, militantes del Frente para la Victoria de Kirchner y funcionarios de su gobierno cumplieron con la sugerencia y blandieron palos y cadenas ante los cacerolos".
En una palabra, los métodos informales de disputa de las calles y las rutas practicadas por los grupos que comanda Luis D'Elía o por activistas del sindicato de Camioneros de Pablo Moyano ya habían sido inventados en Santa Cruz, forman parte de la genética K.
Un secreto actual: es probable que ese rasgo genético (el no empleo de las fuerzas de seguridad y el uso, a cambio, de grupos "con palos y cadenas") se deba a la pérdida por parte del Unicato del monopolio legal de la fuerza. Probablemente el Uno prefiere dar órdenes a quien las va a cumplir (D'Elía) y no a quienes sospecha que pueden desobedecerle.
En cualquier caso, la genética kirchnerista, la lógica de su dispositivo de poder supone la confrontación y considera siempre que lo que está en juego es el poder mismo, la capacidad de gobernar; que conflictos como el del campo sólo pueden terminar con la victoria y la anulación del adversario. Un dicho sostiene que cuando uno no quiere, dos no pelean. Es probable que Néstor Kirchner haga realidad la inversa de esa frase. Cuando uno quiere, dos pelean.

Quien coloca permanentemente el ejercicio del poder como trofeo de un conflicto, obviamente arriesga perder el poder si es derrotado. Néstor Kirchner afronta ante la rebelión federal un conflicto que puede perder. Una pelea con un adversario importante y extendido: el sector más dinámico y competitivo de la economía argentina, territorialmente desplegado en todo el país, que cuenta, además, con la simpatía de la opinión pública urbana.
A diferencia del dispositivo hipercentralizado propio del Unicato, la movilización de la Argentina Interior parece funcionar sobre la base de una organización solidaria, descentralizada y en red. A cambio de la rigidez de la otra parte, el campo actúa con flexibilidad y escuchando el mensaje que llega desde abajo y se expresa en las asambleas. De ese modo puede cambiar de tácticas, corregir inercias o desviaciones (los cortes de ruta se han manejado desde la reanudación del paro con la atención puesta en no perjudicar a los consumidores urbanos) y procurarse nuevos apoyos.
De hecho, el campo inicia esta segunda etapa de movilización con respaldos explícitos de gobernadores (en primer lugar, el de Córdoba, Juan Schiaretti), legiones de intendentes y legisladores. El oficialismo sufre una sangría que amenaza con tornarse incontenible. El debate que expresa la resistencia del peronismo a las políticas que impone Kirchner para el campo se ha expresado ya en pleno bloque oficialista de la Cámara de Diputados. Más aún: el propio presidente de ese bloque, el santafesino Agustín Rossi , ha quedado herido en el ala la última semana cuando orgánicamente el justicialismo de Santa Fé (su partido) hizo pública su postura sobre el conflicto: "Hay que defender el sistema agroproductivo argentino, porque es la base del desarrollo económico de la provincia y del país entero", reza la declaración suscripta por el titular del partido, Norberto Nicotra. Simultáneamente, el senador Carlos Reuteman se pronunció en el mismo sentido y llevó personalmente su apoyo a distintas asambleas y piquetes rurales de su provincia.
El gobierno Kirchner observa como se le escapan los peronistas de Córdoba y Santa Fé, y como institucionalmente los gobiernos de ambas provincias (uno justicialista, otro socialista) expresan su apoyo al campo, mientras las encuestas no sólo registran la caída veloz de la señora de Kirchner (hoy con poco más del 20 por ciento de imagen positiva) sino el alejamiento de su propia base electoral: 1 de cada 4 ciudadanos que la votaron en octubre declaran hoy que ella marcha en rumbo equivocado.
Las palabras en esas circunstancias pueden traicionar a los hablantes, oscuras pulsiones inconcientes pueden colocar con frecuencia en los discursos palabras inadecuadas o inoportunas. La señora de Kirchner, por caso, en su reciente visita a Jujuy ensalzó los esfuerzos de su gobierno en términos de " una nueva epopeya, como la del éxodo de Belgrano, como la del Exodo Jujeño ".
¡La palabra éxodo es tan reveladora ! Por otra parte: el éxodo jujeño. Se trató de una maniobra defensiva, desesperada en la que un Manuel Belgrano que se veía en inferioridad ante los españoles del general Goyeneche, reforzados con tropas que llegaban desde el Alto Perú, ordena abandonar la plaza y dejar atrás sólo tierra arrasada: quemar casas y cosechas. Cuando evoca el Exodo Jujeño comparándolo con su propia epopeya (breve, debe admitirse), ¿son esas las imágenes que desfilan por la fantasía de la Presidente: huídas, incendios, desolación, amenaza enemiga?
Si los sueños de la razón engendran monstruos, ¿qué criarán las pesadillas?

Publicado en La Capital de Mar del Plata (110508)

KIRCHNER, CINCO AÑOS DESPUÉS




( Texto de las exposiciones de Jorge Raventos, Jorge Castro y Pascual Albanese, en la reunión mensual del Centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario, que tuvo lugar el martes 6 de mayo en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), calle Paraguay 1457, primer piso. El próximo encuentro tendrá lugar el martes 3 de junio, en la misma hora y lugar).



JORGE RAVENTOS

Los cinco años de kirchnerismo se asientan sobre una breve prehistoria que incluye el monumental desastre de la Alianza (con la resultante de escepticismo y antipolítica del público que había respaldado esa formación) y la devaluación asimétrica del 2002.
El kirchnerismo nace de esos dos fenómenos y se beneficia de ellos: se lanza a conquistar una opinión pública vacante después de la evaporación aliancista y sostiene los efectos de la devaluación con la política de dólar alto (y salarios bajos) que induce desde el primer momento.
Recuperada la economía tras las honduras de la crisis de 2001/2002 Kirchner se afirmó y por más de dos años contó con el respaldo de la opinión pública. Los analistas solían sostener entonces que habría “Kirchner para rato”, pues su combustible era el precio de la soja. Los resultados parecían dar para el entusiasmo: durante algunos meses (años 2004 y 2005, inercialmente el 2006), caían paulatinamente las cifras de pobreza e indigencia y el país crecía.
En cualquier caso, conviene recordar que las cifras de pobreza nunca fueron menores a las que se dieron en la década del 90, siempre vituperada por el oficialismo.
Pero aquella recuperación estaba sostenida sobre bases endebles y progresivamente aisladas de las tendencias centrales del mundo.
Se apoyó en el consumo inflado y en la recaudación centralizada.
Secretos: se basaba en la inversión de los años 90, una capacidad instalada que la crisis generada por la Alianza y la devaluación asimétrica habían conducido a la parálisis y que volvió a ponerse en movimiento merced al consumo impulsado por el crecimiento de las exportaciones ( cambio de la situación internacional, con el alza acelerada de la demanda y, por consiguiente, de los precios) de commodities suscitada por las reformas de mercado de los gigantes: China e India. Y alentado también por un intervencionismo que mantenía algunos precios políticamente amarrados.
La debilidad política de origen de Kirchner determinó una dependencia creciente de la opinión pública de las grandes ciudades, en particular de Buenos Aires. El gobierno decidió evitarse sofocones en ese terreno y apeló a una política de subsidios, que tienen la múltiple función de mantener aquietados a esos sectores, generar consumo, sostener a la vez el llamado “capitalismo de amigos “ y el clientelismo, y cobrar los dividendos (no sólo políticos) de la discrecionalidad.
Pero el costo de los desvíos (aislamiento internacional, discrecionalidad, inseguridad jurídica, señales negativas para la inversión genuina) residió en que los cimientos de ese precario sistema empezaron a erosionarse. La inversión (tanto la local como la externa) se estancó o se redujo marcadamente; la demanda recalentada se encontró con oferta frenada: la inflación creció acumulativamente. El gobierno sólo atinó a romper el termómetro, es decir el INDEC. Fue peor: la inflación real se alimentó además con inflación de expectativas.
Mientras regaba el consumo y subsidiaba como si los recursos fueran infinitos, el gobierno alentó la idea de que todas sus políticas tenían un sentido progresista y redistribuidor.
Hoy en día, con 30 por ciento de pobreza (un porcentaje que crece y, según Artemio López, estará alrededor del 50 por ciento hacia mediados de año, es decir: las mismas cifras del clímax del 2001) ya es insostenible el discurso "distribuidor y justiciero" del matrimonio K.
Pero no era diferente al comienzo de estos cinco años.
¿Recuerdan el llamado acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, en el que el gobierno K sostuvo su imagen "progresista" por el trato verbalmente áspero con los acreedores? En rigor, la situación en la que han quedado varios millones de trabajadores aportantes al sistema jubilatorio de capitalización como consecuencia de esas negociaciones pone en discusión ese alegado progresismo.
Al separar al FMI y a los organismos internacionales de crédito de la suerte de los restantes tenedores de deuda pública, lo que hizo el gobierno fue reconocer y honrar la totalidad de las obligaciones contraídas por el Estado con los organismos (a los que vitupera), mientras se disponía a someter a los restantes acreedores a una quita equivalente al 75 por ciento. Sucede que la masa más numerosa de los afectados por ese monumental paguediós estuvo constituida por los asalariados argentinos que ahorran para su jubilación en las administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones. Así, los trabajadores argentinos no sólo sufrieron el formidable recorte de sus sueldos de bolsillo ocasionado por la devaluación de principios de 2002, sino que soportaron, merced al progresismo K, un tajo enorme sobre sus salarios postergados convertidos en ahorro para la vejez.
Con el mismo estilo simulador, el gobierno justificó en términos redistributivos la política de retenciones a las exportaciones, cuando en rigor estas constituyen un sistema confiscatorio y centralizador que no sólo succiona riqueza del interior hacia la caja central, sino que succiona poder y fundamenta la disciplina centralizadora que ha constituido otro de los rasgos del gobierno durante estos cinco años.


La rebelión del campo fue la primera manifestación vigorosa enfrentada contra el sistema de poder de los Kirchner.
Las demostraciones del campo del mes de marzo, que se iniciaron como un rechazo sectorial a las abrumadoras retenciones móviles aplicadas a la soja y el girasol se transformaron, en su desarrollo, en un cuestionamiento al esquema económico que practica la Casa Rosada, un "modelo confiscatorio centralista de matriz parasitaria", pues su lógica reside en succionar recursos de los sectores productivos más competitivos de todos los distritos para acumularlos en la caja central y utilizarlos desde allí en la imposición y financiamiento de obediencia política, en la distribución caprichosa y descontrolada de subsidios y en la implantación de un "capitalismo de amigos". La movilización del campo impulsó un reclamo que comienza con la necesidad de una auténtica política destinada a estimular las cadenas de valor que se apoyan en la competitividad de la agricultura y la ganadería argentinas y se extiende a la exigencia de un verdadero federalismo fiscal, que contemple los intereses de los pueblos de la Argentina interior.
Es que el cuento redistribucionista del gobierno, tan notoriamente inconsistente cuando se analiza la situación de la pobreza en términos generales (30 %, con tendencia a crecer vertiginosamente), se observa aún más macaneadora cuando se la analiza desde el punto de vista de la distribución territorial, es decir, desde la perspectiva del federalismo. Porque pobreza hay en todos lados, pero mucho más en el interior. Un estudio de Fiel que compara la concentración personal del ingreso por regiones entre 2004 y 2007 indica que casi la mitad del 10 % más pobre del país está concentrada en el norte del país.
Tampoco es equitativa la distribución de los ingresos fiscales: de los fondos que recauda el fisco, 7 de cada 10 pesos los concentra la caja central, que manejan los Kirchner. La insistencia del gobierno en sostener el régimen de retenciones y apretar cada vez más la presión en ese punto se explica exactamente al revés del discurso oficialista: no es para distribuir el ingreso, sino para concentrarlo en el tesoro central con la excusa de que las retenciones no son coparticipables.

Así, las provincias, de donde surgen esos recursos se deslizan velozmente hacia el déficit financiero. Los gobernadores, que empiezan a recuperarse de una prolongada disfonía merced a la movilización del campo, ahora elevan críticas: lo ha hecho el santafesino Hermes Binner, lo hizo el cordobés Juan Schiaretti. El titular de Catamarca, Eduardo Brizuela del Moral, un radical K, rompió la semana pasada con el oficialismo por estas patéticas miserabilidades. Y hasta el riojano Luis Beder Herrera parece dispuesto a golpear la mesa: «La Nación tiene buenos ingresos pero a La Rioja no están llegando», se queja. Según él, las transferencia de impuestos que se redistribuyen «han bajado 30% o 40%, y los gastos suben otro tanto". En febrero la provincia recibió 68 millones de pesos y en marzo, cuando aguardaban 70 millones, sólo les remesaron 46.
Según la consultora Economía & Regiones, que lidera Rogelio Frigerio, en el tercer mes del año las transferencias automáticas de recursos nacionales al interior del país cayeron 7,8% ($ 360 millones menos) respecto de febrero. Para colmo, no sólo la caja central concentra recursos y reparte menos, sino que también restringe obras públicas. Las provincias, que aportan casi 40.000 millones de pesos en concepto de retenciones apenas reciben 9917 millones para obras: un magro 25 por ciento. ¿Redistribución del ingreso? Sólo en beneficio de lo que ha sido llamado "capitalismo de amigos", es decir los felices receptores de los cuantiosos subsidios que selectiva y misteriosamente reparte el gobierno. Pero hay más trabajadores pobres en un país que tiene un estado central rico y provincias y municipios menesterosos y endeudados.
El gobierno edificó en estos cinco años un sistema de poder hipercentralizado, un “Unicato”, en el que Uno (rodeado por un puñadito) expropia recursos del país y el poder de cámaras legislativas, gobiernos provinciales y buena parte del sistema judicial. Ese dispositivo, construido sobre la base de la confiscación, el manejo de la caja, el disciplinamiento estricto, el manejo de la calle y la confrontación permanente, ha tocado un límite fuerte.
Puesto que la rigidez es uno de sus componentes centrales, ese dispositivo no puede flexibilizarse sin riesgos de disolución. Está en su propia lógica interna confrontar hasta el fin. De allí que su comportamiento no satisfaga a los analistas que le piden "comportamientos sensatos y racionales". Su racionalidad se deduce de su comportamiento habitual:
El último domingo, un asesor periodístico de los Kirchner, Horacio Verbitsky. , se refería a esa lógica llamándola "genética kirchnerista" y evocaba, para ilustrarla, hechos del 2002, cuando NK era aún gobernador de Santa Cruz.
"La voluntad de no ceder a la acción directa ni por la amenaza de la fuerza es un rasgo genético del kirchnerismo. Pero también incluye la decisión de enfrentar el reto con medios políticos y sin recurrir a la represión las fuerzas de seguridad. .. El episodio de mayor trascendencia nacional en ese sentido ocurrió en 2002, cuando el entonces gobernador Kirchner instó a sus partidarios a no dejarse correr por las cacerolas que en los días anteriores habían rodeado la Legislatura en Río Gallegos: días después, militantes del Frente para la Victoria de Kirchner y funcionarios de su gobierno cumplieron con la sugerencia y blandieron palos y cadenas ante los cacerolos".

Un secreto actual: es probable que lo que Verbitsky presenta como un rasgo genético (el no empleo de las fuerzas de seguridad y el uso, a cambio, de grupos "con palos y cadenas") se deba a la pérdida por parte del Unicato del monopolio legal de la fuerza. Que prefiera dar órdenes a quien las va a cumplir (D'Elía) y no a quienes sospecha que pueden desobedecerle.
En cualquier caso, la genética kirchnerista, la lógica de su dispositivo de poder supone la confrontación y considera siempre que lo que hay en juego es el poder mismo, la capacidad de gobernar. Que conflictos como el del campo sólo pueden terminar en victoria y aniquilamiento del adversario.
Un dicho sostiene que cuando uno no quiere, dos no pelean. Es probable que Néstor Kirchner haga realidad la inversa de esa frase. Cuando uno quiere, dos pelean.

Si siempre se pone el ejercicio del poder como trofeo de un conflicto, es el poder lo que se pierde cuando se pierde. El kirchnerismo afronta ante la rebelión federal un conflicto que puede perder. Una pelea con un adversario importante y extendido: el sector más dinámico y competitivo de la economía argentina, territorialmente desplegado en todo el país, que cuenta, además, con la simpatía de la opinión pública urbana.
Hablando de peleas, en la provincia de Buenos Aires, el ex gobernador Felipe Solá quiso defender la política agraria del gobierno nacional en una reunión de productores y terminó desafiando a pelear a varios asistentes .
Antes de eso, les había dicho que "de los laberintos se sale por arriba". Solá, que es un político leído, creía estar citando a Marechal. Pero es posible, en el contexto actual, que estuviera mentando a Fernando De la Rúa.


JORGE CASTRO

Para analizar el tema “Kirchner, cinco años después”, permítanme hacerlo a través de una doble aproximación indirecta: Brasil, siete años después y Bolivia dos años después.

Dos meses después de que el Banco Central informara que Brasil era acreedor neto de créditos internacionales por primera vez en su historia (lo que cerraba el ciclo iniciado 25 años antes, cuando fue el mayor deudor de América Latina y del mundo emergente, y entró en default en 1982), Standard & Poor’s –una de las tres principales calificadoras de riesgo del mercado internacional– le otorgó esta semana el “investment grade” .

Brasil recibió 34.600 millones de dólares de inversión extranjera directa (IED) en 2007; y en los primeros cuatro meses de 2008 atrajo otros 12.400 millones de dólares, porcentaje superior en términos anualizados a los de igual período del año anterior. Las reservas del Banco Central ascendieron a 188.200 millones de dólares en febrero de 2008, y superarán los 200.000 millones antes de terminar el primer semestre.

La economía brasileña ha crecido a una tasa anual promedio de 4.5% desde 2004, el nivel más alto en los últimos 20 años. La tasa de inflación es ahora 4.7% anual (fue menos de 4% el año pasado) y ha estado significativamente por abajo de 10% por año desde 1996. Un año antes del Plan Real (1993), la tasa de inflación fue 2.500% anual.

Brasil experimenta un boom exportador. El año pasado exportó 152.000 millones de dólares, con el real en relación al dólar más apreciado de su historia (R$ 2 / U$S 1; ahora R$ 1.64 / U$S 1). Significa que las ventas externas se duplicaron en relación a la etapa 2000/2004 (68.600 millones de dólares) y se triplicaron con respecto al período 1994/1999 (48.000 millones de dólares). Por eso, en 2007 Brasil tuvo un superávit comercial de 40.000 millones de dólares.

La estructura de sus exportaciones revela los cambios estructurales internos y el momento mundial; el 56% de las exportaciones brasileñas son productos industriales; de ese total, 2/3 son obra de las empresas transnacionales (ETN´s) radicadas en Brasil que exportan al mundo dentro de las cadenas globales de producción. El resto son commodities.

Brasil es el primer exportador mundial de carne, jugo de naranja, mineral de hierro, y el segundo de soja. Los precios de estos commodities están en el mayor nivel de toda la historia del capitalismo desde la Revolución Industrial en adelante.

Los ingresos provenientes del mercado mundial de commodities financian la acelerada reconversión de la industria brasileña. El año pasado la productividad laboral aumentó 4.2% en la industria, arrastrada por el sector transnacional, en que creció al menos el doble. El real a 1.64 por dólar favorece la importación en gran escala (más del 40% del total) de bienes de equipo y de capital de última generación tecnológica.

Lo decisivo del boom brasileño es la abundancia de crédito que provee un mercado de capitales que llegó a su madurez. El capital recaudado por las empresas que colocan acciones en la Bolsa de San Pablo superó los 55.500 millones de reales en 2007 (28.000 millones de dólares), un tercio más que la totalidad del crédito bancario. Entre 1995 y 2007 lo recaudado por la emisión de acciones aumentó 2.820%; y en ese período el volumen de crédito creció 338%.

Por primera vez en la historia brasileña apareció el capital de riesgo para financiar nuevas empresas. Sólo en acciones de empresas privadas (private equities), el capital de riesgo aumentó 777% entre 1999 y 2007.

Brasil, en síntesis, recuperó el crecimiento en los últimos cinco años, triplicó sus exportaciones y eliminó, virtualmente, la tasa de inflación. Estos logros han sido convalidados esta semana por el “investment grade” otorgado por Standard & Poor´s.

Este período coincide con el de más alto nivel de aumento del ingreso real per cápita de la economía mundial de toda la historia del capitalismo. Entre 2003 y 2007, el ingreso per cápita de la población mundial creció un promedio de más de 4% anual (4.3%); es un nivel superior al de los “30 Años Gloriosos” posteriores a la Segunda Guerra Mundial y mayor, incluso, que los de la etapa 1895/1913, en que la economía internacional se expandió 8% anual promedio.

La clave del auge brasileño es de orden interno. Es consecuencia de 19 años continuados de reformas y apertura, mantenidas y profundizadas a lo largo de cuatro presidencias sucesivas: Fernando Collor de Melo (apertura de la economía, 1989/90); Itamar Franco (control de la hiperinflación, Plan Real, 1994); Fernando Henrique Cardoso (reforma fiscal y privatizaciones, 1994/2002); y Lula Da Silva (reforma de la seguridad social, autonomía del Banco Central, atracción de inversión extranjera directa, 2002/2006; 2006/…).

El punto de inflexión de esta historia de continuidad tuvo lugar en 2002, cuando el país experimentó una profunda crisis de confianza –nacional e internacional– tras la elección en octubre del candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Luis Inácio Lula Da Silva.

En esa circunstancia crucial (la tasa de riesgo-país superó los 2.300 puntos básicos), el nuevo presidente y su partido optaron por rechazar toda posibilidad de declarar el default de la deuda pública, y mantuvieron y ahondaron las reformas realizadas por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso.

Standard & Poor´s estima que, en los próximos dos años, Brasil puede recibir 50.000 millones de dólares anuales de inversión extranjera directa, o quizás más. De ese total, al menos la mitad se dirigirá a la industria, que se integra así a las grandes cadenas transnacionales de producción, núcleo central de la globalización.

“Brasil es el país del futuro, y arriesga serlo para siempre”, señaló Roberto Campos en la década del ´60, cuando el país comenzaba su serie sucesiva de grandes frustraciones. Hoy el riesgo quedó atrás y el futuro llegó. Lo acaba de convalidar esta semana Standard & Poor´s.

En sentido contrario a Brasil, en Bolivia, el presidente Evo Morales acaba de ser derrotado en el referéndum autonómico de Santa Cruz de la Sierra, el departamento económicamente más importante del país y que comprende un 30% del territorio nacional. Esta derrota de Morales en Santa Cruz de la Sierra es el primero de una serie de desafíos sucesivos que son los referéndum autonómicos de Pando, Beni y Tarija, que tendrán lugar en el mes de junio, con resultados absolutamente previsibles. En apenas treinta meses, Morales, que fue elegido presidente con el 53% de los votos, el porcentaje más alto de la historia de Bolivia desde la restauración democrática, hace más de veinticinco años, ha perdido ya el control efectivo de más de la mitad del territorio boliviano.

Brasil y Bolivia marcan que existen hoy políticamente dos Américas del Sur. Una, inequívocamente liderada por Brasil, incluye a Chile con la presidente socialista Michelle Bachelet, a la Colombia de Alvaro Uribe, al Perú con el APRA de Alan García y al Uruguay del también socialista Tabaré Vázquez. Estos países están volcados hacia la búsqueda incesante de una mayor integración con el sistema económico mundial y la atracción de la inversión extranjera directa. La otra América del Sur, encabezada por la Venezuela de Hugo Chávez, está conformada también por la Bolivia de Morales y el Ecuador de Rafael Correa. Estos tres países están unificados en una posición de confrontación política y de aislamiento en relación a las grandes corrientes de la economía mundial.

En cuanto a la ubicación de la Argentina dentro de esta clasificación, habría que decir que no se encuentra en ninguna parte. En estos cinco años, la política exterior del gobierno de Néstor Kirchner, continuada por Cristina Kirchner, estuvo absolutamente dominada por las exigencias de la política doméstica.


PASCUAL ALBANESE

Las encuestas encargadas por el gobierno, cada vez menos numerosas y cada vez menos divulgados públicamente sus resultados, indican una vertiginosa caída de la imagen de Cristina Fernández de Kirchner. Según quien mida, la imagen positiva de la presidente está entre el 34% y el 23%, veinte puntos menos en menos de cinco meses, o sea en relación al momento de asumir. Es una debacle pocas veces vista en los primeros meses de una gestión presidencial.

Cristina Fernández bajó en cinco meses del primer al quinto lugar en el ranking de imagen positiva de la dirigencia política argentina. Antes que ella se encuentran ahora, Daniel Scioli, Elisa Carrió, Mauricio Macri y Néstor Kirchner. Esto quiere decir que, en un sistema de poder en que la opinión pública desempeña un rol central, Cristina Kirchner quedó en cinco meses detrás nada menos que del gobernador del primer estado argentino, de la candidata presidencial que ocupó el segundo lugar en las últimas elecciones presidenciales, del Jefe de Gobierno de la ciudad más importante de la Argentina y de su propio esposo. Está ya por debajo de la imagen pública de Fernando De la Rúa al iniciar su segundo y último año de mandato, en un clima político signado por el absoluto vaciamiento de la autoridad presidencial.

Otro factor muy importante que surge de las encuestas, y que constituye un dato estructural, es que, por primera vez en estos cinco años, la inflación pasó a ocupar el primer lugar en el ranking de preocupación de los argentinos, por encima inclusive de la inseguridad pública, que ocupó ese sitio durante estos años, y muy por encima del desempleo y la corrupción.

En este contexto, aumentan los factores potenciales de crisis, como el problema energético, que se avizora para el próximo invierno, agravado por la situación de Bolivia, pero que se anticipa y advierte ya en el desabastecimiento de combustibles.

El aislamiento externo de la Argentina se manifiesta también en el descenso de la inversión extranjera directa, cuya reducción influye a su vez en la inflación, porque no existe un incremento de la capacidad productiva y por lo tanto de la oferta, y en los cuellos de infraestructura, reflejados ahora en la crisis energética. Mientras la inversión extranjera directa crece notablemente en América Latina, la Argentina va perdiendo cada vez más espacio relativo en ese terreno.

Mientras tanto, el gobierno ratifica su comportamiento básico, que hace a su naturaleza y que se puede definir en una consigna: frente a cada problema, antes que una solución busca un enemigo. Se trata siempre de redoblar la apuesta, generando cortinas de humo (virtuales y también ahora parece que a veces hasta reales…) para distraer a la opinión pública, con resultados que muestran una efectividad decreciente.

La dinámica de los conflictos y el ritmo de los acontecimientos son resultado casi exclusivo de la iniciativa y de la acción política del oficialismo. Y la velocidad que adquieren esos acontecimientos hace que diciembre del 2011 parezca una fecha remota, perdida en el más allá, y que hasta octubre de 2009 parezca demasiado lejos… El descascaramiento, que magistralmente y con su aguda ironía describe Jorge Asis, es el prólogo del desmoronamiento, que es la nueva etapa que se avecina.

En términos tácticos, puede definirse el actual conflicto político de la siguiente manera: el gobierno nacional mantiene el control sobre los alrededores de la Casa Rosada y el conjunto del micro y macrocentro porteños, gracias a los grupos paraestatales que lidera Luis D¨Elía, pierde ese control en el resto de la ciudad de Buenos Aires, a manos de lo que podríamos caracterizar como la clase media “cacerolera”, lo retiene todavía en el conurbano bonaerense, en virtud del control del aparato del Partido Justicialista, y tiende a perderlo crecientemente a partir del kilómetro 60 de todas las rutas nacionales de la Argentina. Mientras tanto, la inflación, en especial el aumento de precios en la canasta básica de alimentos, erosiona el control territorial del oficialismo en el conurbano bonaerense.

En términos estratégicos, está claro que la Argentina está ante una gran oportunidad histórica, fruto de un horizonte internacional excepcionalmente favorable. El obstáculo para que la Argentina pueda aprovechar esa formidable oportunidad es de orden político y resulta relativamente fácil de identificar: Es el ”kirchnerismo”. Hay entonces una contradicción insalvable entre el interés nacional estratégico de la Argentina y la subsistencia del actual sistema de concentración de poder político y económico que obstruye y limita el despliegue productivo de la Nación.

A diferencia del análisis sociológico, el análisis político es una herramienta para la acción. Por ese motivo es que definimos a Segundo Centanario como un centro de reflexión para la acción política. Esto implica tratar de estar un paso adelante de los acontecimientos, quizás dos pasos adelante. Pero nunca más de dos pasos, porque la política no es la astrología. Los acontecimientos tienen su propia dinámica. A lo sumo se puede adivinar la tendencia. Porque cada paso que da cada uno de los protagonistas en un conflicto determinado condiciona los pasos de los demás protagonistas del conflicto y modifica el escenario y cambia las condiciones en que se desenvuelve ese mismo conflicto en la etapa siguiente. Es importante entonces saber “cómo sigue” una situación determinada, pero es imposible determinar con antelación cómo termina, ni mucho menos cuándo termina.

El gobierno nacional y las entidades agropecuarias mantienen un conflicto que, más allá inclusive de la voluntad política de todos los actores involucrados, es ya un conflicto de poder, que tiende a agravarse. Por eso, el acompañamiento político a la movilización agropecuaria, que es ahora una verdadera rebelión de la Argentina interior contra el modelo de concentración política y económica impulsado por el “kirchnerismo”, no es el apoyo a una reivindicación de tipo sectorial, sino un camino para fortalecer una alternativa política frente a ese modelo de acumulación.

Viene aquí a muy a cuento una historia que recuerda Félix Luna en su libro “El 45” en relación al 17 de octubre. Relata que Arturo Jauretche recibió esa mañana a un preocupado y confundido “puntero” radical de Gerli, quien le informaba acerca de los primeros signos de lo que después sería una gigantesca y multitudinaria movilización aluvional hacia la Plaza de Mayo para pedir por la libertad del coronal Perón. “¿Qué hago, doctor?”, le preguntaba a Jauretche su atribulado visitante. Y Jauretche le contestó” “si pasa eso, agarrá la bandera y ponéte al frente”. Y cita entonces Luna el testimonio del propio Jauretche, quien le dijo: “y fue así que Pedro Arnaldi, que movía 30 votos en Gerli, cruzó el Puente Pueyrredón con la bandera al frente de 10.000 almas”. Dicho de otra manera: “en política se trata de colocar la vela por donde sopla en viento y no se pretender que sople el viento donde uno pone la vela”.

El gobierno de Kirchner, Néstor o Cristina, pudo sostenerse estos cinco años por el respaldo de la opinión pública, que en la Argentina es básicamente el respaldo de la clase media de las grandes ciudades, empezando por la ciudad de Buenos Aires, y por el control de las movilizaciones callejeras. Ya perdió lo primero y está en vías de perder lo segundo, que es el último resorte de su poder político, en las calles y en las rutas de la Argentina. Recordemos otra vez que cada crisis política se reanuda en el punto y momento en que culminó la fase anterior de esa crisis. La última fase de la crisis política de la Argentina culminó en ese estallido de diciembre de 2001. Es hacia allí hacia dónde se vuelve a soplar el viento. Como le dijo el viejo Jauretche a Pedro Arnaldo, se trata de agarrar la bandera y ponerse al frente.

La casa dividida

 
 


24. Si un reino está dividido contra sí
mismo, tal reino no puede permanecer.
25. Y si una casa está dividida contra sí
misma, tal casa no puede permanecer.
26. Y si Satanás se levanta contra sí mismo,
y se divide, no puede permanecer,
sino que ha llegado su fin.


Evangelios. San Marcos, 3


Ni Néstor Kirchner ni su mujer –cara y ceca del gobierno nacional- podrían pronunciar hoy con versomilitud aquella frase que Raúl Alfonsín hizo famosa: “la casa está en orden”, porque para el oficialismo en los últimos tiempos sólo hay desorden bajo los cielos. La inflación real se resiste con tenacidad a obedecer los úkases que Guillermo Moreno toma al dictado en Puerto Madero. Las encuestas también se han retobado y ya ni las de los investigadores propia tropa derraman los embelecos de otrora: no hay estudio que no reconozca que tanto la gestión del gobierno como la imagen de la señora de Kirchner han caído en picada y apenas 3 de 10 personas los juzgan positivamente. La guerra de zapa y las maniobras del kirchnerismo no consiguieron romper la unidad de las organizaciones del campo, que sostuvieron con energía y serenidad sus objetivos eludiendo provocaciones y celadas.
En cambio, es el frente interno del oficialismo el que ha empezado a exhibir las grietas y divisiones que hasta hace poco conseguía disimular con cierto éxito. Las insistentes desmentidas del alejamiento (voluntario o forzado) de Alberto Fernández, tanto como el origen interno del rumor y los inéditos cónclaves “de equipo” que la versión suscitó constituyeron en la última semana testimonios elocuentes de que el severo monolitismo que Néstor Kirchner quiere para su fuerza ha empezado a evaporarse.
En rigor, las facciones intestinas siempre estuvieron presentes y los topetazos entre ellas se hicieron más notorios a partir de la elección de la señora de Kirchner. Ya en noviembre de 2007, se apuntaba aquí que “el relato convencional establece que el jefe de gabinete es el adalid de lo que podría llamarse el continuismo prolijo mientras el responsable de la obra pública, Julio De Vido, sería el capo del continuismo salvaje. Al parecer, el primero de esos ejércitos, invocando los gustos y preferencias de la señora de Kirchner, habría insinuado la necesidad de que dejaran el gobierno algunas de las figuras más cuestionadas por la opinión pública: en primer lugar De Vido y enseguida algunos personajes que le responden, como el secretario de Comercio y manipulador del Indec, Guillermo Moreno, y el de Transportes, Ricardo Jaime. El otro sector, de su lado, sostendría que la victoria electoral ratificó el rumbo y los equilibrios impuestos por Néstor Kirchner y que toda concesión a la opinión pública –cuyos sector más emblemáticos, las clases medias de las grandes ciudades, votaron en contra del kirchnerismo- sería interpretada como una señal de debilidad”. Aunque jefe de todos, Néstor Kirchner probó enseguida que su propia postura estaba más cerca de la que se atribuía al continuismo salvaje (a cuyos exponentes suele definirse como “pingüinos puros”) que a la que parecían sostener cautelosamente “los prolijos”. Cualesquiera fueran sus gustos íntimos o sus casi imperceptibles señales de diferenciación, la línea de Cristina Kirchner quedó asimilada a la de su cónyuge. El prestigioso semanario The Economist señaló el hecho al comentar los retrocesos del gobierno y su “respuesta reveladoramente autoritaria” al paro del campo. Comparando las dificultades de la señora de Kirchner con las que atravesó la chilena Michelle Bachelet, The Economist acotó: “Por lo menos, la Sra. Bachelet está cometiendo sus propios errores. La sospecha en Buenos Aires es que Cristina está pagando el precio de la estúpida obstinación de su marido, aún si eso es algo que comparte".
La decisiva influencia de Néstor Kirchner en el gobierno de su mujer (donde no ocupa cargo oficial alguno) no sólo suena institucionalmente desafinada, para decirlo suavemente; le impone, además un costo político extra a la dama, pues ensombrece su rol ejecutivo y carga a su gobierno con los rasgos del bicefalismo, el paralelismo o el “doble comando”.
Cinco meses atrás, al iniciarse la actual administración , se señaló en esta columna que “esa suerte de bicefalismo suele generar problemas políticos o institucionales o de ambas categorías. Hasta en los regímenes de facto esa ambigüedad provoca cortocircuitos.” En el gobierno K los disparó muy pronto. Tan pronto, que a principios de 2008, el matrimonio presidencial discutió una división de tareas durante un extenso retiro en El Calafate. Ella quería que su esposo tomara distancia de los escenarios , que la dejara administrar sin interferencias, que le permitiera exhibir autoridad.
En cualquier caso, inmediatamente después de ese acuerdo la señora comenzó a esforzarse por conquistar el rol presidencial que recibió como herencia. El instrumento principal de ese operativo fue el jefe de gabinete. Alberto Fernández vio crecer la ya grande influencia que ostentó en el primer período K. y se transformó en lo que en la historia se conoció como un valido. “La monarquía española de los Austria, en el siglo XVII –se comentó aquí- introdujo en la mecánica del sistema político la figura del valido, personaje de confianza del soberano que asumía la conducción de los asuntos cotidianos, coordinaba los aparatos burocráticos y asumía múltiples funciones y prerrogativas (que naturalmente incrementaban su propio poder)”.
Claro está que quienes asumen ese papel atraen tempestades de envidia. “Los novelistas y poetas románticos –escribe el historiador español Fernando García Cortazar- recrearon el mundo cortesano como un mundo en que maquiavélicos ministros tejen complicadas redes de intriga y convierten a hombres o mujeres más débiles en agentes de sus grandes designios”. Fernández ha suscitado esas reacciones. Hombre de equilibrios y de habilidad negociadora, aunque se ha fortalecido como expresión de un cristinismo más imaginario que real, más potencial que efectivo, tuvo siempre la sensatez de no olvidar dos hechos incontrastables; el primero: que aunque Cristina ejerce la presidencia, es Kirchner quien retiene el manejo del dispositivo de poder que los sostiene a todos; el segundo: que él mismo –el jefe de gabinete- puede aparecer como cabeza de una facción sólo porque es funcionario de este gobierno, no porque sea emergente de una convergencia autónoma de fuerzas. Su poder relativo es sistémico: existe por complementación (y también por contraposición) con otras expresiones del mismo conglomerado, y hasta por oposición al propio jefe, pero no existe fuera de esa composición de fuerzas. En última instancia, el valido depende de la gracia y el sostén del valedor y – palabra del historiador español- «las grandes confianzas entre el regio señor y el favorito tienen grandes caídas».
Colocado en la situación de gerente general del proyecto oficialista, Fernández tuvo que afrontar las tensiones de un modelo que considerado escorado principalmente por motivos políticos: terquedad en el desconocimiento de la realidad de la inflación; anemia en materia de inversión privada; aislamiento; torpeza y rigidez en el manejo de las relaciones con la prensa y la oposición; crecientes dificultades en el plano fiscal, clausura de fuentes de financiamiento externo. La búsqueda de remedios para encarar esos males lo fue llevando al jefe de gabinete a crecientes roces con Néstor Kirchner y con exponentes destacados de la facción favorita de su jefe. Con todo, las tensiones se incrementaron por un mal paso propio y de uno de sus protegidos: Martín Lousteau. Los dos quisieron probarle a Kirchner que no eran “blandos” y que tenían una solución enérgica para los problemas fiscales. Así se lanzaron a la aventura de las retenciones móviles y dispararon la movilización del campo. “No imaginé que esa medida causara las reacciones que causó”, confesaría más tarde Fernández.
En cualquier caso, aunque un error suyo y de Lousteau promovió la mayor crisis política que ha debido enfrentar el oficialismo, Fernández se convirtió en los últimos días en un interlocutor apreciado de las organizaciones rurales y un personaje evaluado positivamente por los medios. Todos ellos apreciaron en el jefe de gabinete la intención de buscar una salida negociada al conflicto rural y, aunque nadie se engaña en cuanto a la fidelidad de Fernández a Kirchner, distinguieron las diferencias tácticas entre él y el jefe del kichnerismo: el ex presidente no admite otra salida al conflicto que la derrota inapelable del campo, al que quiere “acorralar”. Para ganar tiempo ante el acoso de Kirchner, Fernández debió encarecer en privado a los dirigentes rurales que pasaran por alto el fin de la tregua del 2 de abril, que ampliaran los plazos para poder negociar los temas más urticantes. Kirchner le había prohibido al jefe de gabinete negociar las retenciones móviles o aparecer públicamente haciendo concesiones bajo la presión temporal del fin de la tregua campesina.
Los dirigentes rurales –en un notable esfuerzo por evitar un agravamiento del conflicto, y a costa de soportar críticas de las innumerables asambleas de productores en las que campea un ánimo de lucha- le dieron crédito a Fernández. Pidieron (y obtuvieron una promesa verbal) llegar a la próxima mesa de negociación (el martes 7 de mayo) con el cumplimiento previo de los compromisos oficiales sobre trigo y apertura de las exportaciones ganaderas y con la palabra de que ese día se discutirán las retenciones.
El jefe de gabinete sabe que le costará sostener la palabra empeñada. De hecho, la apertura de las exportaciones de carne, que debía entrar en vigencia ya quedó incumplida. Néstor Kirchner rechazó todos los papeles que le trasladó referidos a cambios en el sistema de retenciones impuesto el 11 de marzo. Las porciones de confianza que en estos momentos le han otorgado al jefe de gabinete el ruralismo y los medios parecen ser un motivo extra de sospecha en la pulseada interna. Kirchner no ignora que esa confianza hacia Fernández es una medida del escepticismo que guardan hacia él.
El hermético estilo de un oficialismo que resuelve todo (desde la guerra con el sector más competitivo de la economía argentina hasta el contrato por el llamado tren bala) entre dos, tres o cuatro personas, reserva para el pequeño cónclave de Calafate de este fin de semana decisiones que determinarán la evolución de la crisis.
Las asambleas rurales han decidido flanquear las rutas; en algunos casos (por ahora, no tantos) han resuelto inclusive cortarlas. El campo llegará al martes 7 preparado para la paz o para seguir la lucha.
Más atrás, aguardan los desafíos de la inflación, la creciente pobreza, la falta de financiamiento y de inversión, el aislamiento internacional.
El oficialismo (con su jefe de gabinete caviloso, el matrimonio tenso, muchos gobernadores preocupados, varios ministros expectantes) debe tomar decisiones con su propia casa dividida.


Publicado en La Capital de Mar del Plata (030508)