(Publicado en La Capital de Mar del Plata el domingo 2 de diciembre de 2007)
La señora de Kirchner ha dedicado los últimos días a abollar las ilusiones (espontáneas o fingidas) de algunos analistas que han querido ver en su acceso a la presidencia la inauguración de una etapa nueva, diferenciada de la que personificó Néstor Kirchner. En rigor, la única variación reside en que la todavía primera dama no incurre en la manía fundacional del oficialismo, la propensión a considerarse bisagra de la historia,momento inaugural de una era distinta. La señora no abre una etapa, no funda nada: su signo es el continuismo, porque lo que ella encarna es una reelección sui generis. El protagonismo de Kirchner Néstor en la designación de funcionarios del gobierno que encabezará Kirchner Cristina o en la ratificación de los actuales testimonia inapelablemente esa circunstancia. Ya se sabía que Julio De Vido (el ministro más golpeado por la oposición y el oficialismo bienpensantes) no sería apartado del gabinete. Ahora se evidencia que tampoco serán despedidas otras bestias negras del elenco kirchnerista, como el secretario de Comercio Guillermo Moreno y el de Transporte, Ricardo Jaime. El segundo período kirchnerista, que en la propaganda electoral prometía cambio, solo ofrece ahora una reiteración de políticas y nombres. Aunque varias de esas figuritas repetidas podrían recitar, con Neruda: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Han sido ratificados los jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, inclusive el general Roberto Bendini, cuya autoridad ha sido erosionada desde el poder político con episodios como su famoso escalamiento de banquito para descolgar cuadros en el Liceo Militar o el reciente despido de su jefe de Inteligencia por la ministra de Defensa, consumado al margen de toda intervención suya, en una operación que suele nombrarse como “puenteo”. El llamado estilo K prefiere contar con funcionarios débiles y vulnerables, calidades que, a sus ojos, fortalecen la obediencia y la dependencia del poder.
Lo que quizás se está cocinando en los calderos kirchneristas es un incremento del centralismo, el estatismo y la discrecionalidad. El viernes 30 de noviembre, al presidir un nuevo gesto de control de precios impulsado por Guillermo Moreno, la primera dama aseveró que el mercado no asigna bien los recursos. “ Me parece –dijo- que esta es la gran novedad, porque en definitiva se nos había dicho durante mucho tiempo que era el mercado el que todo lo solucionaba, que el mercado era casi perfecto y entonces podía asignar recursos de acuerdo a eficiencia y eficacia, y todos sabemos que esto no es así, pero no solamente en la Argentina, en ninguna otra parte del mundo es así”. Se trata, lo sepa o no la señora, de una definición fuerte, por más que se haya deslizado en medio de un discurso de ocasión. En rigor, la frase explicita el sentido de una práctica: el gobierno considera natural y razonable que los niveles de ganancias de las empresas se fijen desde el poder, al que se asigna la atribución de decidir en qué casos las utilidades son legítimas y cuándo excesivas; a través de imposiciones como las retenciones recorta utilidades y aplica políticas virtualmente confiscatorias. Como las retenciones no son coparticipadas, garantizan en exclusividad al poder central 1 de cada pesos que ingresan por gravámenes e incrementan su capacidad de presión sobre provincias y municipios. José Manuel De la Sota, que ya deja la gobernación cordobesa, apuntó contra esa política basada en lo que calificó como "un impuesto recesivo" por el cual la provincia "pierde cientos de millones de dólares”.
El gobierno K avisa que no confía en el mercado. A eso hay que agregar que tampoco confía en los poderes institucionales ni en leyes como la de Presupuesto; ese es el motivo por el cual, a través de los llamados superpoderes, cambia de destino las partidas aprobadas por el Congreso y acumula en manos del Ejecutivo miles de millones de dólares de manejo directo.
En rigor, nada de esto implica una novedad: la próxima huésped de la Casa Rosada, antes que Cristina es Kirchner.
La señora ni siquiera puede innovar en un tema que también vendió publicitariamente durante la campaña: el del pacto social. Empezó por tomar distancia de la expresión misma: descubrió que “no me gusta llamarlo pacto, porque siempre la palabra pacto tiene una connotación entre sórdida y oscura”. Ahora lo llama “acuerdo” social, pero cuando ella lo describe, se observa que no se justifica el uso del singular. La señora se inclina ahora por una multiplicidad de acuerdos “por sector, por actividad”. Argumenta plausiblemente que “hoy no se puede proponer políticas generales sin atender las características de cada sector, la competitividad que tiene ese sector”. Con la misma lógica podría haber llegado al plano de cada empresa, pero temió, quizás, parecer demasiado “noventista”. De todos modos, la idea que sugiere ahora la primera dama es la de múltiples acuerdos en los que teóricamente, no sólo intervendrán las partes directamente involucradas (empresas, sindicatos) sino también el Estado, porque, señala la señora, hay que determinar “ cuál necesita inversión, cuál necesita tecnología, cuál necesita -no voy a decir protección, porque luego se enojan desde los grandes centros- un tratamiento diferente porque su situación y su posición en el mercado también es diferente”. Cristina de Kirchner teoriza el intervencionismo estatal en el plano de la microeconomía.
Más que novedades, en este terreno, lo que hay es una fuga. Un mes atrás, en esta página señalábamos que “el gobierno lanzó la idea del pacto social con la intención de evitar que la puja distributiva motorizada por el incremento del costo de vida (el real, no el que declara el INDEC) terminara realimentando la inflación. Es probable que el resultado sea diferente: empieza a observarse que en el movimiento sindical hay pujas y competencias tanto horizontales ( enfrentamientos entre distintos sectores de la conducción) como verticales (choque entre corrientes y comisiones internas de cada sindicato con las respectivas dirigencias de sus organizaciones). En esa dinámica, todos los actores tratan de estar a la cabeza de los reclamos y la moderación cede terreno ante las posturas más radicales. La atmósfera es de conflicto.”
La perspectiva del pacto o acuerdo prometido por la señora de Kirchner impulsaba a los actores a ganar terreno: los gremios con sus reclamos y aprestos de lucha, las empresas, con la remarcación anticipada de precios.
El gobierno decidió retirar la propuesta del pacto por la vía de la redefinición conceptual: ni uno, ni pacto, ni social. “Múltiples acuerdos sectoriales de competitividad”.
Si los conflictos reales se resolvieran con cambios de palabras, la Argentina sería un paraíso. Lamentablemente, no ocurre eso. El gobierno que viene, más de lo mismo, tendrá que afrontar, con los mismos elencos y los mismos instrumentos, los desafíos que en este primer período quedaron irresueltos: inflación, bajísima inversión, dificultades graves para obtener financiamiento de los mercados, proliferación del trabajo en negro, para citar sólo algunos de los más importantes.