Entre el activismo por Betancourt y la pasividad por Hilda Molina
El gobierno Kirchner ha aceptado cumplir algún papel de facilitador en la fuerte operación lanzada por el presidente francés Nicolas Sarkozy para obtener la liberación de Ingrid Betancourt, secuestrada por la guerrilla colombiana de las FARC hace poco más de cinco años. Auspiciosamente, los presidentes Kirchner (Néstor y Cristina) encomendaron el seguimiento del asunto al canciller de ambos, Jorge Taiana. Es de desear que el ministro y sus mandantes tengan para esta gestión más empeño, fortuna y eficacia que los que signaron otros trámites suyos de análoga naturaleza.
En diciembre de 2004, después de disuadirlas de pedir asilo en la embajada argentina en La Habana, el gobierno K reclamó al régimen de Fidel Castro por la suerte de la doctora Hilda Molina y la madre de ésta, la octogenaria Hilda Morejón, impedidas ambas de trasladarse a Buenos Aires para reunirse con el hijo y los nieto de la primera (nieto y bisnietos de la anciana), todos ellos ciudadanos argentinos.
Desde aquellas vísperas navideñas de 2004, más allá de algunos gestos rituales que chocaron contra la terca negativa cubana, el gobierno K dejó de importunar al Comandante Castro y entregó el asunto al General Olvido.
Un año atrás, ante la circunstancia de que Castro sería huésped de Argentina en Córdoba, en una cumbre del MERCOSUR, el máximo logro que el canciller Taiana obtuvo en relación con el caso consistió en que su colega isleño, Pérez Roque, admitiera recibir una carta de Kirchner sobre el tema. No se conoce el tono de la respuesta. Es más: ni siquiera se sabe si la hubo. En cualquier caso, la elocuencia pertenece a los hechos: la familia Molina continúa sin poder reunirse en Buenos Aires; la doctora y su madre siguen recluidas en Cuba.
La energía del gobierno de Sarkozy en defensa de la señora Betancourt, una ciudadana colombiana de origen francés, es encomiable y ha conseguido conmover al gobierno K. Sería bueno que también le contagie vigor y espíritu de iniciativa para procurar solidaridad internacional y reclamar por los derechos humanos de una familia argentino-cubana, dos de cuyos miembros continúan secuestrados en La Isla. De paso, una actitud consistente y sostenida podría quizás conjurar la, hasta aquí, patética impotencia del gobierno ante la arbitrariedad de su amigo Fidel. Con un poco de muñeca y firmeza, hasta se podría convencer al Comandante de que le eche una mano a Kirchner Cristina al iniciarse el segundo período K y mientras él todavía puede hacerlo.
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