11/12/07

Entre el activismo por Betancourt y la pasividad por Hilda Molina





El gobierno Kirchner ha aceptado cumplir algún papel de facilitador en la fuerte operación lanzada por el presidente francés Nicolas Sarkozy para obtener la liberación de Ingrid Betancourt, secuestrada por la guerrilla colombiana de las FARC hace poco más de cinco años. Auspiciosamente, los presidentes Kirchner (Néstor y Cristina) encomendaron el seguimiento del asunto al canciller de ambos, Jorge Taiana. Es de desear que el ministro y sus mandantes tengan para esta gestión más empeño, fortuna y eficacia que los que signaron otros trámites suyos de análoga naturaleza.
En diciembre de 2004, después de disuadirlas de pedir asilo en la embajada argentina en La Habana, el gobierno K reclamó al régimen de Fidel Castro por la suerte de la doctora Hilda Molina y la madre de ésta, la octogenaria Hilda Morejón, impedidas ambas de trasladarse a Buenos Aires para reunirse con el hijo y los nieto de la primera (nieto y bisnietos de la anciana), todos ellos ciudadanos argentinos.
Desde aquellas vísperas navideñas de 2004, más allá de algunos gestos rituales que chocaron contra la terca negativa cubana, el gobierno K dejó de importunar al Comandante Castro y entregó el asunto al General Olvido.
Un año atrás, ante la circunstancia de que Castro sería huésped de Argentina en Córdoba, en una cumbre del MERCOSUR, el máximo logro que el canciller Taiana obtuvo en relación con el caso consistió en que su colega isleño, Pérez Roque, admitiera recibir una carta de Kirchner sobre el tema. No se conoce el tono de la respuesta. Es más: ni siquiera se sabe si la hubo. En cualquier caso, la elocuencia pertenece a los hechos: la familia Molina continúa sin poder reunirse en Buenos Aires; la doctora y su madre siguen recluidas en Cuba.
La energía del gobierno de Sarkozy en defensa de la señora Betancourt, una ciudadana colombiana de origen francés, es encomiable y ha conseguido conmover al gobierno K. Sería bueno que también le contagie vigor y espíritu de iniciativa para procurar solidaridad internacional y reclamar por los derechos humanos de una familia argentino-cubana, dos de cuyos miembros continúan secuestrados en La Isla. De paso, una actitud consistente y sostenida podría quizás conjurar la, hasta aquí, patética impotencia del gobierno ante la arbitrariedad de su amigo Fidel. Con un poco de muñeca y firmeza, hasta se podría convencer al Comandante de que le eche una mano a Kirchner Cristina al iniciarse el segundo período K y mientras él todavía puede hacerlo.

Doble discurso



(Publicado en La Capital de Mar del Plata el domingo 9 de diciembre de 2007)

Las dificultades políticas experimentadas durante la primera semana de diciembre por el matrimonio presidencial constituyeron mortificaciones inesperadas para un oficialismo que hasta el momento parecía volar plácidamente por el paisaje familiar de la reelección.
La primera mala noticia llegó desde el exterior. El amigo venezolano, el coronel Hugo Chávez, había sido derrotado en el plebiscito a través del cual pretendía ratificar su liderazgo y consagrar constitucionalmente su derecho a la reelección perpetua. El revés sufrido por Chávez (que con sus inagotables petrodólares es el principal palenque financiero de una Argentina que tiene obturados los mercados del crédito) tendrá efectos sobre toda la región y obligará a sus aliados a ajustar de otro modo sus políticas.
Pero, además, la derrota del verborrágico coronel esconde lecturas que, por sus reverberancias comparativas, suenan ominosas para el kirchnerismo. El dramático enfrentamiento de Chávez con la clase media de las grandes ciudades provocó fisuras en el oficialismo de Venezuela, y la oposición urbana y republicana apoyada en corporaciones y partidos tradicionales que hasta el momento el coronel derrotaba y mantenía acotada, encuentra ahora nuevos y protagónicos aliados en el estudiantado universitario, en un amplio segmento de los sectores más humildes que parece haber salido de la influencia oficialista para oponerse a través de la pasividad (la significativa abstención electoral refleja esa conducta de contingentes sociales hasta el momento encuadrados por Chávez) y en una actitud de las fuerzas armadas que han dado señales de que no avalan las pretensiones más radicales y facciosas de su presidente.
El gobierno argentino procuró poner al mal tiempo buena cara y Néstor Kirchner se encargó de consagrar como virtuoso (“actitud de gran demócrata”) el gesto de Chávez de reconocer la derrota, en rigor, un comportamiento tardío y forzado tanto por la movilización opositora como por la actitud militar de no avalar terquedades fraudulentas del presidente venezolano. El elogio permite observar como funciona el, digamos, democratómetro santacruceño: para Kirchner merece laurearse la circunstancia (que debería ser obvia) de que una autoridad reconozca el resultado de un comicio al que ella misma convocó, pero no provoca ni un juicio la pretensión de un presidente de eternizarse en el cargo. Ni los posteriores comentarios de Chávez sobre la victoria de sus rivales, que caracterizó como una “victoria de m…”. Se ignora qué calificación otorga el democratómetro a dichos como ese: probablemente ese aparato tampoco mide los dobles discursos.
Pero, en fin, el matrimonio presidencial siempre ha privilegiado los problemas domésticos antes que los asuntos externos, de modo que, pese a que el resbalón chavista lo hiere, no fue ese el mayor motivo de malestar de la primera semana de diciembre. Tal disgusto se lo proporcionaron los senadores del bloque oficialista, que no pudieron satisfacer los deseos de la Casa Rosada, de modo que, por ejemplo, el impuesto al cheque (cuyos recursos ya fueron calculados en el presupuesto del año 2008) no ha sido legalmente renovado aún. Y, sobre todo, no fue aprobada la prórroga de la Ley de Emergencia Económica.
Con la cantidad de legisladores de obediencia kirchnerista con que cuenta el gobierno, seguramente esos objetivos se cumplirán antes de fin de año. ¿Por qué la furia de la pareja presidencial, entonces?
Primero, por una cuestión de estilo, un estilo que comparten ambas caras del dúo reelectoral: los deseos son órdenes, y si las órdenes no se cumplen, sucede la ira. Ese método pedagógico postula que un ataque de iracundia oportuno fortalece la disciplina.
Sin embargo, aquí había causas para la rabia, porque aunque los senadores cumplan en una o dos semanas y la Ley de Emergencia mantenga así vigencia, no se concretará el deseo oculto del matrimonio presidencial. Kirchner Néstor quería satisfacer la, digamos, coherencia, de Kirchner Cristina. Ella estuvo en contra de las declaraciones de emergencia económica proclamadas por gobiernos anteriores. ¿Y con la emergencia económica que utilizó su cónyuge durante todo su mandato? Ella siempre se ausentó cuando había que votarla. Nunca dijo nada en contra de que su esposo la empleara, pero se supone que estaba en contra. Mucha gente mantuvo el silencio sobre cuestiones de derechos humanos en los años setenta y ahora interpreta ese silencio como una actitud de oposición. Bien, el silencio tiene esa ventaja. En este caso, Kirchner Néstor quería pasarle la banda a Kirchner Cristina con la ley que a ella la hace callar ya aprobada, ya sancionada. Ahora, en cambio, como los senadores oficialistas no cumplieron, tendrá que sancionarla ella (¿o le hará firmar el trámite al por ahora invisible vicepresidente electo, Julio César Cleto Cobos?).
Otro motivo para la bronca (y la reflexión): ¿esta muestra de desobediencia es un anticipo de comportamientos futuros de peronistas sordamente rebeldes? La Casa Rosada registró que los senadores justicialistas Carlos Reutemann y Rubén Marín estuvieron en el recinto hasta minutos antes de que se planteara el tema, pero se retiraron dejando al presidente del bloque en situación vulnerable. Reutemann y Marín son para la Casa Rosada (particularmente cuando se comportan de modo imprevisible) sospechosos de menemismo. ¿Se está incubando, acaso, un peronismo desobediente como el que Carlos Menem tuvo que afrontar en su segundo mandato cuando un sector del justicialismo reparó en la creciente oposición de la opinión pública al gobierno y se unió a ella? Cruel incertidumbre.
Si alguien puede alegar que la señora de Kirchner peca de doble discurso al pretender una actitud de pureza no mezclándose personalmente con la Ley de Emergencia Económica mientras se beneficia con su existencia o reclama que otros la voten, habría que agregar que también se observa una dosis del mismo pecado cuando se postula la pureza institucional y al mismo tiempo se pretende gobernar con instrumentos propios de situaciones de catástrofe o de guerra. La ley que se quiere prorrogar habilita al Ejecutivo a saltearse la división de poderes, a establecer per se regulaciones económicas drásticas, bloquear decisiones judiciales o fijar por decreto determinados impuestos. Imaginada en una situación de grave crisis –la que dejó el gobierno de la Alianza-, proponer su prórroga hoy equivale a confesar que seis años más tarde, y en vísperas de iniciarse el segundo período kirchnerista, subsiste la amenaza de disolución y caos. O que el oficialismo tiene dificultades insalvables para gobernar sin invocar un estado de excepción y con las instituciones funcionando normalmente.

Más de lo mismo


(Publicado en La Capital de Mar del Plata el domingo 2 de diciembre de 2007)
La señora de Kirchner ha dedicado los últimos días a abollar las ilusiones (espontáneas o fingidas) de algunos analistas que han querido ver en su acceso a la presidencia la inauguración de una etapa nueva, diferenciada de la que personificó Néstor Kirchner. En rigor, la única variación reside en que la todavía primera dama no incurre en la manía fundacional del oficialismo, la propensión a considerarse bisagra de la historia,momento inaugural de una era distinta. La señora no abre una etapa, no funda nada: su signo es el continuismo, porque lo que ella encarna es una reelección sui generis. El protagonismo de Kirchner Néstor en la designación de funcionarios del gobierno que encabezará Kirchner Cristina o en la ratificación de los actuales testimonia inapelablemente esa circunstancia. Ya se sabía que Julio De Vido (el ministro más golpeado por la oposición y el oficialismo bienpensantes) no sería apartado del gabinete. Ahora se evidencia que tampoco serán despedidas otras bestias negras del elenco kirchnerista, como el secretario de Comercio Guillermo Moreno y el de Transporte, Ricardo Jaime. El segundo período kirchnerista, que en la propaganda electoral prometía cambio, solo ofrece ahora una reiteración de políticas y nombres. Aunque varias de esas figuritas repetidas podrían recitar, con Neruda: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Han sido ratificados los jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, inclusive el general Roberto Bendini, cuya autoridad ha sido erosionada desde el poder político con episodios como su famoso escalamiento de banquito para descolgar cuadros en el Liceo Militar o el reciente despido de su jefe de Inteligencia por la ministra de Defensa, consumado al margen de toda intervención suya, en una operación que suele nombrarse como “puenteo”. El llamado estilo K prefiere contar con funcionarios débiles y vulnerables, calidades que, a sus ojos, fortalecen la obediencia y la dependencia del poder.
Lo que quizás se está cocinando en los calderos kirchneristas es un incremento del centralismo, el estatismo y la discrecionalidad. El viernes 30 de noviembre, al presidir un nuevo gesto de control de precios impulsado por Guillermo Moreno, la primera dama aseveró que el mercado no asigna bien los recursos. “ Me parece –dijo- que esta es la gran novedad, porque en definitiva se nos había dicho durante mucho tiempo que era el mercado el que todo lo solucionaba, que el mercado era casi perfecto y entonces podía asignar recursos de acuerdo a eficiencia y eficacia, y todos sabemos que esto no es así, pero no solamente en la Argentina, en ninguna otra parte del mundo es así”. Se trata, lo sepa o no la señora, de una definición fuerte, por más que se haya deslizado en medio de un discurso de ocasión. En rigor, la frase explicita el sentido de una práctica: el gobierno considera natural y razonable que los niveles de ganancias de las empresas se fijen desde el poder, al que se asigna la atribución de decidir en qué casos las utilidades son legítimas y cuándo excesivas; a través de imposiciones como las retenciones recorta utilidades y aplica políticas virtualmente confiscatorias. Como las retenciones no son coparticipadas, garantizan en exclusividad al poder central 1 de cada pesos que ingresan por gravámenes e incrementan su capacidad de presión sobre provincias y municipios. José Manuel De la Sota, que ya deja la gobernación cordobesa, apuntó contra esa política basada en lo que calificó como "un impuesto recesivo" por el cual la provincia "pierde cientos de millones de dólares”.
El gobierno K avisa que no confía en el mercado. A eso hay que agregar que tampoco confía en los poderes institucionales ni en leyes como la de Presupuesto; ese es el motivo por el cual, a través de los llamados superpoderes, cambia de destino las partidas aprobadas por el Congreso y acumula en manos del Ejecutivo miles de millones de dólares de manejo directo.
En rigor, nada de esto implica una novedad: la próxima huésped de la Casa Rosada, antes que Cristina es Kirchner.
La señora ni siquiera puede innovar en un tema que también vendió publicitariamente durante la campaña: el del pacto social. Empezó por tomar distancia de la expresión misma: descubrió que “no me gusta llamarlo pacto, porque siempre la palabra pacto tiene una connotación entre sórdida y oscura”. Ahora lo llama “acuerdo” social, pero cuando ella lo describe, se observa que no se justifica el uso del singular. La señora se inclina ahora por una multiplicidad de acuerdos “por sector, por actividad”. Argumenta plausiblemente que “hoy no se puede proponer políticas generales sin atender las características de cada sector, la competitividad que tiene ese sector”. Con la misma lógica podría haber llegado al plano de cada empresa, pero temió, quizás, parecer demasiado “noventista”. De todos modos, la idea que sugiere ahora la primera dama es la de múltiples acuerdos en los que teóricamente, no sólo intervendrán las partes directamente involucradas (empresas, sindicatos) sino también el Estado, porque, señala la señora, hay que determinar “ cuál necesita inversión, cuál necesita tecnología, cuál necesita -no voy a decir protección, porque luego se enojan desde los grandes centros- un tratamiento diferente porque su situación y su posición en el mercado también es diferente”. Cristina de Kirchner teoriza el intervencionismo estatal en el plano de la microeconomía.
Más que novedades, en este terreno, lo que hay es una fuga. Un mes atrás, en esta página señalábamos que “el gobierno lanzó la idea del pacto social con la intención de evitar que la puja distributiva motorizada por el incremento del costo de vida (el real, no el que declara el INDEC) terminara realimentando la inflación. Es probable que el resultado sea diferente: empieza a observarse que en el movimiento sindical hay pujas y competencias tanto horizontales ( enfrentamientos entre distintos sectores de la conducción) como verticales (choque entre corrientes y comisiones internas de cada sindicato con las respectivas dirigencias de sus organizaciones). En esa dinámica, todos los actores tratan de estar a la cabeza de los reclamos y la moderación cede terreno ante las posturas más radicales. La atmósfera es de conflicto.”
La perspectiva del pacto o acuerdo prometido por la señora de Kirchner impulsaba a los actores a ganar terreno: los gremios con sus reclamos y aprestos de lucha, las empresas, con la remarcación anticipada de precios.
El gobierno decidió retirar la propuesta del pacto por la vía de la redefinición conceptual: ni uno, ni pacto, ni social. “Múltiples acuerdos sectoriales de competitividad”.
Si los conflictos reales se resolvieran con cambios de palabras, la Argentina sería un paraíso. Lamentablemente, no ocurre eso. El gobierno que viene, más de lo mismo, tendrá que afrontar, con los mismos elencos y los mismos instrumentos, los desafíos que en este primer período quedaron irresueltos: inflación, bajísima inversión, dificultades graves para obtener financiamiento de los mercados, proliferación del trabajo en negro, para citar sólo algunos de los más importantes.