El espejo de La Madrastra
“La lisonja y el aplauso irreflexivos corrompen la fuente de la verdad
y hacen el efecto de una venda puesta sobre
los ojos del que camina al borde un precipicio.
De aquí el mal de la prensa oficial.
Nosotros condenamos esa prodigalidad de
los gobiernos que buscan defensores en la prensa a todo trance,
y que creen que no pueden merecer
justicia si no la compran a caro precio”.
José Hernández, Diario Río de la Plata, Editorial, 20 de agosto de 1869.
La gira neoyorquina del matrimonio reinante formó parte, sin duda alguna, de la campaña electoral de la señora de Kirchner, aunque estuviera oficialmente justificada por la participación del mandatario saliente en la Asamblea General de la ONU. Fuera de ese cuarto de hora de discurso (que genera consecuencias no sólo en la relación con Irán), Néstor Kirchner no tuvo mayores compromisos oficiales. Asistió a la photo-opportunity concedida por Bill Clinton para engalanar la galería de imágenes de la candidata; el ex presidente americano, por su parte, obtuvo un importante aporte para su fundación global. Fue la senadora la que se entrevistó con la canciller israelí y también ella la que gozó de la costosa invitación del Consejo de las Américas en el Waldorf Astoria, hipotéticamente para responder a inquietudes del establishment sobre sus planes, ideas y proyectos. La presidente de ese lobby, Susan Segal, se ha convertido en una cara amiga de la primera dama y de su esposo y se ocupó de filtrar todas las preguntas que podían perturbar a la candidata: “Las preguntas de los asistentes sobre la inflación, la deuda en default, tarifas y las correcciones en el Indec quedaron escritas en papeles que la titular del Consejo, Susan Segal, nunca le transmitió a la senadora nacional”, consignó La Nación. Muchos empresarios y consultores de bancos y otras compañías, que habían oblado 500 dólares por esa cena que imaginaban ilustrativa, se marcharon descontentos.
La señora de Kirchner no atendió (tampoco) en New York a los periodistas argentinos. “Sólo fotógrafos y camarógrafos” discriminaban los funcionarios del área de prensa, quizás por disposición del siempre afónico vocero presidencial que –al parecer- también ocupa su tiempo de trabajo en la campaña de la dama.
Tanta veda a los medios generó altercados en la delegación. El periodista deportivo y autor de libros de divulgación científica Adrián Paenza se quejó ácidamente (no en el momento, sino a posteriori) de que se hubiera impedido el acceso de la prensa a un encuentro de la candidata con algunos investigadores en ciencias que residen en Estados Unidos. “El que prohibió a los periodistas es un idiota”, diagnósticó. Pronto se supo que estaba hablando del cónsul en Nueva York, el periodista Héctor Timmerman. El asumió finalmente la responsabilidad por el hecho, aunque no el adjetivo de Paenza.
Hay que decir la verdad: no todo el periodismo estuvo fuera de esa reunión: Timmerman permitió el acceso a la agencia oficial, TELAM, y a miembros de una empresa privada de medios, llamada La Corte, que obtiene ese privilegio porque sus contratos dependen del arriba mencionado Vocero Afónico, Miguel Núñez.
Así, la campaña de la candidata oficialista no sólo es lejana porque se despliega asiduamente a buena distancia del territorio argentino, sino porque prefiere que la prensa argentina no le haga preguntas. En Nueva York, a juzgar por lo ocurrido en el Waldorf Astoria, quedó demostrado que tampoco le gustan las preguntas de extranjeros cuando apuntan a cuestiones vitales de la Argentina: inflación, crisis energética, manipulación estadística, inseguridad, tarifas, conducta a seguir con la porción no negociada de la deuda pública.
Sucede que la señora no tiene demasiadas respuestas, porque el gobierno de su marido tampoco las tiene. Así como resulta patético el ministro político cuando afirma que “no hay problemas de seguridad…es pura sensación”, así perturba el jefe de gabinete cuando sostiene que “no hay inflación”. Los técnicos de las más diversas corrientes coinciden en que la inflación roza el 20 por ciento; las manipulaciones estadísticas contaminan ya a los institutos provinciales que trabajan con objetividad y seriedad, como el de Mendoza, cuyos cálculos fueron falseados en el INDEC políticamente controlado por el oficialismo. El revoleo de números con el que se pretende esconder el proceso inflacionario provoca incongruencias sobre las que, como concluyó implícitamente la primera dama, es mejor no hablar. Por eso ella no habla. El doctor Kirchner, que no está adornado por esa continencia, sí lo hace: en Nueva York aseguró que su gobierno no ejerce ningún tipo de control de precios. “Sólo monitoreamos”. Por suerte, Guillermo Moreno no formó parte de la amplia corte que acompañó al matrimonio presidencial.
Tampoco fue invitado a la gira electoral neoyorquino el radical Cobos, candidato a vicepresidente pero gobernador de Mendoza y, en tal carácter, titular de una administración cuyas estadísticas fueron manipuladas: un testigo incómodo, en cualquier caso.
Todo concluye, de todos modos. Y también tiene un fin el pródigo viaje de campaña a Nueva York. En algún momento hay que volver a la dura realidad. En algún lugar terminan haciéndose balances de las palabras dichas al viento. Antes de la dramática hora electoral, hay lugares donde esos balances ya empiezan a cerrarse. En Gualeguaychú, por ejemplo, los asambleístas que ante situaciones electorales anteriores fueron estimulados y alentados, reparan ahora en que se están volviendo incómodos para el poder central y temen que les estén por dar el esquinazo. Miran perplejos cómo la Casa Rosada defiende hasta en los pecados de despilfarro y nepotismo a una Secretaria de Medio Ambiente (Romina Piccolotti) que trepó por la escala que pusieron ellos con su lucha, mientras la causa que sostuvieron hasta la exasperación está a punto de ser abandonada, canjeada por lo que estiman es un juridicismo capitulador. Frutos amargos del oportunismo: el conflicto se desbordó, los ánimos cruzaron márgenes inconvenientes y se generaron compromisos desorbitados porque faltaron en el inicio mismo del conflicto el diagnóstico veraz, la palabra franca y no especulativa, la política firme y prudente, la mirada estratégica levantada. Es inevitable que una atmósfera plagada por el engaño y las manipulaciones cualquier reconsideración del problema por parte de un oficialismo que jugó concientemente con fuego termine siendo considerado una traición.
La burbuja de verdades complacientes que el poder construye opera como el espejo de la Madrastra de Blancanieves y supone los riesgos advertidos hace más de un siglo por José Hernández: “hace el efecto de una venda puesta sobre los ojos del que camina al borde un precipicio”. El oficialismo se presta satisfecho a esa situación. Sus encuestadores le aseguran que la primera dama triunfará en primera vuelta, y eso para ellos es ya el logro ansiado. No sólo olvidan que, como se ha dicho de las bayonetas, los votos no sirven para sentarse sobre ellos. Fernando De la Rúa podría escribir un libro sobre ese tema.
Olvidan asimismo cosas que otros encuestadores, ajenos a la burburja, están observando. Por ejemplo: que en los electorados urbanos, en los sectores que podrían considerarse prototípicamente clase media trabajadora (ingresos familiares que rondan los 3.000/4.000 pesos), es mayoritaria una tendencia frontalmente contraria al Estilo K y lo que detectan las encuestas es que están esperando a definir su voto: quieren saber cuál es el candidato mejor dotado para triunfar sobre la señora de Kirchner, en primera o en segunda vuelta. Semejante actitud indicaría, de paso, que esos ciudadanos no tienen prejuicio alguno sobre los candidatos de oposición. Lo que esperan es eficacia para vencer. Y esto significa que, si alguno de los candidatos puede forzar la segunda vuelta, la concentración del voto opositor –anti K- en torno a ella o él, quienquiera sea, es casi un trámite.
No hay lluvia cuando el cielo está limpio. Pero con cielo nublado…