El cambio recién empieza
La fábula oficialista de la distribución del ingreso, la evolución de los precios y el efecto de la inflación en el índice de pobreza, que en el Indec se encargan de ocultar. La renuncia de Lousteau, el conflicto con el campo y el mando de Néstor Kirchner. El desvanecimiento de la autoridad presidencial y la centrifugación del poder.
La coartada que suele invocar el oficialismo para justificar su práctica económica centralista y confiscatoria es que, merced a esta, "hay comida en la mesa de todos los argentinos" pues "estamos redistribuyendo el ingreso".
Esas afirmaciones no se llevan bien con la realidad; ese relato es desmentido hasta por técnicos y publicistas del riñón del gobierno.
Crecimiento de la pobreza
La Consultora Equis, una de las instituciones que, al mando del sociólogo Artemio López, produce encuestas y análisis para el kirchnerismo, ofrece informes semanales sobre la evolución de la Canasta Básica Alimentaria (CBA), un índice que delimita los umbrales de pobreza e indigencia. De acuerdo a la investigación y al análisis de Equis, que López reprodujo en su blog personal, "la tendencia de precios es creciente y ya en el primer trimestre de 2008, la CBA acumula un 30% de aumento sólo en 90 días".
Observa López que "el notable corrimiento en el valor de la línea de la pobreza que supone este aumento de la CBA del orden del 30% trimestral hará que a mediados de año, el 50 por ciento de los trabajadores asalariados privados-formales reciban salarios por debajo del umbral de la pobreza para un hogar de cuatro miembros, configurándose entonces una situación social explosiva".
Vale la pena recordar que niveles de pobreza cercanos o superiores al 50 por ciento se registraron alrededor de la gran crisis de los años 2001 y 2002, esos años en que se producían vertiginosas renuncias presidentes y vicepresidentes. Tiempos en los que, en rigor, la Argentina no contaba con los magníficos precios internacionales que en los últimos cuatro años benefician a nuestras producciones emblemáticas.
La organización no gubernamental Adelco Nacional estudia la evolución de los precios de 22 productos alimentarios de primerísima necesidad (arroz, harinas, leche, huevos, papas, yerba mate, queso, nalga, pollo) y 6 de higiene, a través de dos canastas de compra, la primera de artículos con marcas muy conocidas, y la segunda, con los más baratos. Desde marzo de 2007 a marzo 2008 los precios de la canasta de primeras marcas se incrementó en un 36,72 % y la de productos más económicos, un 37,14 %. Si estos números se proyectaran el alza alcanza entre un 45 y un 50 por ciento anual, y pinta un paisaje muy parecido al que desvela a Artemio López.
Otra prestigiosa consultora, Economía & Regiones, conducida por Rogelio Frigerio, ha señalado que en el año 2007 28 de cada 100 trabajadores en blanco percibieron sueldos por debajo de los 800 pesos, es decir, quedaron del lado malo de la línea que marca la pobreza. Nótese que el estudio se refiere a los trabajadores registrados; es obvio que los trabajadores en negro (un 40 por ciento de la fuerza laboral) están en una situación aún más vulnerable.
Un 28 por ciento de pobreza es una marca que supera (en el peor sentido) todos los índices de la década del 90. Quizás para no incomodar a los voceros oficiales (en especial a la señora de Kirchner, que insiste con el tema de la distribución) el INDEC suspendió la presentación de la medición de la evolución de la pobreza correspondiente al segundo semestre del 2007.
Como se ve, el relato de la distribución del ingreso se ubica más en el género de la fábula que en el de la narración realista. Laos progresos en los indicadores de ingreso de los últimos años sólo devolvieron los valores a los mejores años de la convertibilidad. "A grandes rasgos, se puede ver que la distribución entre el 25 por ciento del escalón superior y el 25 por ciento inferior de la pirámide no mejoró mucho desde el año 2000", afirmó, por ejemplo, Héctor Gertel, del Instituto de Economía y Finanzas de la Facultad de Ciencias Económicas.
Inequidad en el reparto territorial
La irrealidad argumental del oficialismo se acentúa cuando se enfoca el tema de la distribución desde el punto de vista territorial, es decir, desde la perspectiva del federalismo. Porque pobreza hay en todos lados, pero mucho más en el interior. Un estudio de Fiel que compara la concentración personal del ingreso por regiones entre 2004 y 2007 indica que casi la mitad del 10 por ciento más pobre del país está concentrada en el norte del país.
Tampoco es equitativa la distribución de los ingresos fiscales: de los fondos que recauda el fisco, 7 de cada 10 pesos los concentra la caja central, que manejan los Kirchner. La insistencia del gobierno en sostener el régimen de retenciones y apretar cada vez más la presión en ese punto se explica exactamente al revés del discurso oficialista: no es para distribuir el ingreso, sino para concentrarlo en el tesoro central con la excusa de que las retenciones no son coparticipables. Así, las provincias, de donde surgen esos recursos se deslizan velozmente hacia el déficit financiero. Los gobernadores, que empiezan a recuperarse de una prolongada disfonía merced a la movilización del campo, ahora elevan críticas: lo ha hecho el santafesino Hermes Binner, lo hizo el cordobés Juan Schiaretti. El titular de Catamarca, Eduardo Brizuela del Moral, un radical K, rompió esta semana con el oficialismo por estas patéticas miserabilidades. Y hasta el riojano Luis Beder Herrera parece dispuesto a golpear la mesa: «La Nación tiene buenos ingresos pero a La Rioja no están llegando», se quejó.
Según él, las transferencia de impuestos que se redistribuyen «han bajado 30% o 40%, y los gastos suben otro tanto". En febrero la provincia recibió 68 millones de pesos y en marzo, cuando aguardaban 70 millones, sólo les remesaron 46.
Para la consultora Economía & Regiones, en el tercer mes del año las transferencias automáticas de recursos nacionales al interior del país cayeron 7,8% ($ 360 millones menos) respecto de febrero. Para colmo, no sólo la caja central concentra recursos y reparte menos, sino que también restringe obras públicas. Las provincias, que aportan casi 40.000 millones de pesos en concepto de retenciones apenas reciben 9917 millones para obras: un magro 25 por ciento. ¿Redistribución del ingreso? Sólo en beneficio de lo que ha sido llamado "capitalismo de amigos", es decir los felices receptores de los cuantiosos subsidios que selectiva y misteriosamente reparte el gobierno. Pero hay más trabajadores pobres en un país que tiene un estado central rico y provincias y municipios menesterosos y endeudados.
Enfrentado con la clase media urbana y, notablemente a partir de la movilización del campo, con la clase media rural, la inflación y el constante incremento de la canasta básica alimentaria conducen al gobierno a chocar ahora con los sectores más sumergidos. Néstor Kirchner corre a buscar la ayuda del aparato peronista granbonaerense que él y su esposa denigraban cuando lo veían liderado por Eduardo Duhalde; pero lo hacen justo en el momento en que, según el análisis y el vaticinio de Artemio López -un amigo de la Casa Rosada- allí se configura "una situación social explosiva".
El miedo se evapora
Las recetas económicas del kirchnerismo, sostenidas por los buenos precios internacionales y la confiscación de las rentas provinciales, han necesitado, además, del miedo, como factor motorizante: caja y miedo, un dispositivo elemental de premios y castigos. En julio del último año, tras el fuerte discurso de Luciano Miguens en la inauguración de la Exposición Rural, señalábamos aquí: "la estrategia del miedo, que fue útil para amordazar al empresariado durante un largo período, comienza a perder eficacia a medida que la sociedad incrementa su hastío y a medida que más amplios sectores sectores descubren el paulatino debilitamiento oficial. Kirchner necesita que le teman y hará lo posible para conseguirlo".
Ahora, el kirchnerismo recala en el peor de los mundos posibles, la sociedad le ha perdido el miedo; el terror sigue reinando, todavía, en el interior del aparato oficial, donde nadie se atreve a objetar, desmentir o cuestionar las ocurrencias del señor de Puerto Madero. Ni siquiera, al parecer, su señora esposa. A uno que tuvo la osadía de balbucear algunos sensatos aunque tímidos reparos –Felipe Solá-, de inmediato le echaron encima los perros disciplinarios.
El gobierno ha decidido romper todos los espejos que no le devuelvan la imagen de sí que quiere ver. Como señalamos en este espacio en septiembre de 2007 "la burbuja de verdades complacientes que el poder construye opera como el espejo de la Madrastra de Blancanieves y supone los riesgos advertidos hace más de un siglo por José Hernández: hace el efecto de una venda puesta sobre los ojos del que camina al borde de un precipicio". Quizás Néstor Kirchner pudiera parafrasear aquella famosa frase del general boliviano René Barrientos: "El país estaba al borde del abismo y decidimos dar un paso al frente".
En el espejo de la Madrastra no se registra la palabra inflación. Guillermo Moreno fue conchabado para que borrara el término del léxico permitido y rompiera el termómetro del INDEC. No fue suficiente; ni siquiera los ministros se atienen al relato oficial.El joven Martín Lousteau peroró (tardía, quizás provocativamente porque estaba harto del maltrato con que el gobierno pagaba sus saberes adquiridos en universidades prestigiosas) sobre la necesidad de reducir las presiones inflacionarias, achicar el gasto público y concentrar los subsidios en los sectores más desprotegido. Fue una forma de dar las hurras y correr a repararse del fuego amigo. "Me voy por motivos que vos mismo compartís", le confesó al jefe de gabinete Alberto Fernández, según narró en La Nación el siempre bien informado Carlos Pagni. Lousteau sabrá por qué le dijo eso a su jefe y protector. Sea o no cierto que el ex ministro y el jefe de gabinete comparten los motivos que el primero eligió para irse, lo cierto es que tanto uno como el otro ingresaron a la etapa del conflicto con el campo de la peor manera: asumiendo una posición que en su desarrollo contradecía el rol que ambos íntimamente se adjudicaban y los colocaba, sin convicción, en el rol de sus adversarios internos. Fernández ha procurado mostrarse como el ala prolija, moderada, negociadora del gobierno. Lousteau se suponía que llegaba para poner racionalidad económica, introducir lógica en el voluntarismo compulsivo, mejorar la situación ajustando el gasto, antes que incrementando el fiscalismo confiscatorio. Una vez que ambos dispararon las retenciones móviles (y con ello la guerra contra el campo), la realidad los fue deslizando al terreno del "ala dura"; tuvieron que defender los métodos de Guillermo Moreno, afirmar que la inflación era apenas "una consecuencia del crecimiento", nada importante. En fin: se fueron quedando sin papel. Lousteau decidió eyectarse. Fernández quedó muy debilitado.
El gabinete pintado
La dimisión del ex ministro de Economía resultó sorpresiva inclusive para los muchísimos que la vaticinaban. Su retirada "pagaba 2 pesos", para decirlo en términos turfísticos. En esta página señalamos a fines de noviembre, cuando el nombre del joven académico surgía como reemplazante de Miguel Peirano y la señora de Kirchner no había dejado aún su condición de primera dama: "Lousteau sabe que tiene un futuro técnico por delante y que, si quiere preservarlo, debe lograr que las concesiones que haga a la lógica del poder sean medianamente compatibles con el buen sentido profesional. En no demasiado tiempo se verificará si la de Peirano fue la última crisis del kirchnerismo reelecto con los responsables del área económica, o sólo una de las penúltimas".
Lo que asombró fue el hecho de que Lousteau pudiera elegir el momento de su partida, contrariando así –al menos en la despedida- la lógica de obediencia que impone la pareja reinante a sus subordinados.
Se rumoreaba que la señora de Kirchner "refrescaría su gobierno" en mayo, cerca de la fecha patria, con un cambio de gabinete. La idea de que un paso de esa naturaleza podía ser significativo tenía mucho de confusión, de creer que las ceremonias pueden sustituir el reino de lo real. Si se hablara de un gabinete en serio (un grupo que se reuniera periódicamente, constituido no por funcionarios obedientes, sino por personalidades fuertes y seguras de sus pensamientos y conductas, capaces de debatir y oponer razones ante propuestas peregrinas, inclusive si estas proceden "de arriba"), sacar un hombre y poner otro podría tener su importancia. Pero no es el caso. Todo el mundo sabe, por ejemplo, que la señora Piccollotti, secretaria de Ambiente, es una funcionaria desastrosa y que con muchos denominados "cuadrazos" del gobierno podría hacerse aquel buen negocio del chiste: comprarlos por lo que valen y venderlos por lo que creen que valen. Sacarlos de donde están no tendría ninguna relevancia si eso no supusiera, en el mismo acto, transformar la matriz hiperconcentrada de toma de decisiones, que pasa por Puerto Madero y con suerte concluye en Balcarce 50. "Donde manda capitán…no importa demasiado el nombre del ministro". Y aquí, es evidente, el capitán se llama Néstor Kirchner. Es el quien decide si, por ejemplo, hay que "enfriar" o "recalentar" la economía". Es él quien dispone que la negociación con el campo se esterilice, que se malgaste el período de tregua, que los ruralistas sean "acorralados". Es él, evidentemente, quien se dispone a capitanear su guerra contra el campo.
Claro está, este sistema de toma de decisiones tiene sus problemas. En cualquier momento algún fiscal – de esos que se sienten inducidos a la acción por la prensa, como los que demandaron al ruralista Alfredo De Angeli por dichos mediáticos- va a leer en los diarios que un particular toma decisiones sobre el Estado desde su oficina privada en Puerto Madero (¡y que es obedecido por los funcionarios!) y va a iniciar alguna acción jurídica.
Cuarenta días atrás, en este espacio se decía: "Es probable que, a medida que pasen los días, Néstor Kirchner se arrepienta de su abdicación, extrañe los atributos formales del gobierno, y se pregunte si, puesto que ya perdió en este turno la ocasión de ser presidente, no será interesante convertirse, al menos, en jefe de gabinete". Algunos llaman ahora a esa alternativa "putinización", aludiendo a un rumbo de análoga naturaleza que está adoptando Rusia, donde el presidente saliente se dispone a gobernar desde el cargo de jefe de gabinete o premier.
Otro nombre posible para el fenómeno es centrifugación del poder concentrador. En cualquier caso, el cambio recién empieza.
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