El conflicto del campo y el capitalismo de amigos
Hay gente que hace fortuna trabajando, produciendo, creando, tomando riesgos. Hay otros que se vuelven rápidamente ricos en tiempos críticos, adquiriendo a precio de catástrofe los activos de gente en dificultades. Cuando, bajo el régimen del Proceso Militar, estaba en vigencia la circular 1050, muchos argentinos vieron crecer vertiginosamente sus compromisos inmobiliarios y se vieron forzados a malvender sus casas, sus propiedades. Estos, víctimas de las circunstancias, se empobrecieron mientras otros se enriquecían con su desgracia.
La circular 1050 es un caso clásico del poder que tiene el Estado con sus regulaciones para –como dirían hoy los propagandistas oficiales- redistribuir la riqueza. El matrimonio Kirchner sacó, en términos privados, buen provecho de dificultades ajenas provocadas por las regulaciones del gobierno militar: según sus propias declaraciones de bienes, la treintena larga de los inmuebles que poseen proviene de aquellos tiempos en que el doctor Kirchner, con el auxilio de su señora esposa, abogada en ciernes, trabajaba jurídicamente en el rubro cobranzas, ejecuciones y lanzamientos de un estudio austral. Sus biógrafos patagónicos señalan que Néstor Kirchner siempre estaba en condiciones de hacer una oferta a los deudores amenazados de embargo y lanzamiento por su incapacidad de pago.
Aquella joven y emprendedora pareja de abogados recibidos (o a punto de recibirse) en la Universidad de La Plata descubrió en Santa Cruz, a través de su experiencia práctica, el enorme papel redistribuidor que tiene la regulación estatal, capaz de decidir quién será pobre y quién será rico.
Tres décadas más tarde, el matrimonio se encuentra en condiciones de encarnar el papel redistribuidor que durante su juventud jugó el Proceso Militar. Ahora son ambos cónyuges los que tienen la varita mágica que desbarata negocios o los promueve, reparte miseria, inventa nuevas fortunas o acrece algunas de las preexistentes.
En la Venezuela de Hugo Chávez, el periodista Juan Carlos Zapata, director del semanario Descifrado, inventó la palabra boliburguesía (por "burguesía bolivariana"), para nombrar a una clase social enriquecida merced al favor del poder: concesionarios de obras o servicios, intermediarios de negocios petroleros o financieros, en fin: lo que en la Argentina ha dado en llamarse "capitalismo de amigos". En Venezuela, el ex guerrillero Teodoro Petkoff, hoy convertido en una de las figuras más sólidas de la oposición a Chávez y director periodístico de Tal Cual, se ha preguntado con ironía si "la acumulación primitiva de esta nueva burguesía no halla su origen en la corrupción administrativa".
Explica un observador venezolano: "Ya no se trata de montar industria y arriesgarse, ni tampoco comenzar desde abajo, sino de comprar industrias existentes para legalizar otras transacciones y adquirir negocios establecidos con los ingresos obtenidos en transacciones relampagueantes. La fuente de la riqueza, por consiguiente, está entonces vinculada a la acción del Estado en la economía, en particular, en el mercadeo internacional de los despachos petroleros, las colocaciones bancarias, el manejo de la deuda pública y las compras gubernamentales, entre otras"
En rigor, que desde el Estado se favorezcan algunos enriquecimientos personales no es cosa nueva ni una especificidad de países en desarrollo. En todas partes y en muchos tiempos se han cocido habas. En la Argentina, sin ir más lejos, en tiempos del general Julio Argentino Roca, Domingo Faustino Sarmiento inventó el verbo "atalivar", derivado del nombre de Ataliva Roca, hermano del general y presidente. "Se decía que Julio Argentino creaba y Ataliva recibía".
Lo singular en los países donde impera el capitalismo de amigos o formas sociales equivalente a la boliburguesía venezolana es el manejo simultáneo del palo y la zanahoria: de la capacidad de empobrecer a algunos (o dificultarles la operación) como forma de crear negocios para otros (los amigos).
Entre nosotros han sucedido cosas notables. Algunas empresas extranjeras descubren súbitamente que deben darle lugar en sus directorios y en su sistema de propiedad y poder a "especialistas en el factor local", empresarios con cédula de identidad argentina a los que se atribuye la capacidad de evitar dificultades administrativas o políticas en el terreno. Repsol YPF entregó parte de sus acciones a una empresa argentina (titular del Banco de Santa Cruz, el que maneja los fondos provinciales exportados en su momento a destino desconocido por el entonces gobernador Néstor Kirchner). Esta empresa no hizo desembolso alguno para quedar con el 17 por ciento de la empresa petrolera y con su manejo operativo.
Una importante aerolínea, hostigada durante un extenso período por sindicatos oficialistas, golpeada por huelgas salvajes, obligada a deshacerse de parte de su cuerpo ejecutivo, comprende también la imperiosa virtud de tener un "socio local que conozca el mecado". Es decir, que maneje la lógica del palo y la zanahoria y tenga influencia para detener uno y aproximar la otra.
La contratación de obra pública, el juego, las concesiones energéticas son otros tantos campos de alta rentabilidad en los que en países de matriz "bolivariana" prospera el capitalismo de amigos. Hay quienes se han planteado si se puede interpretar desde esta clave el largo conflicto entre el gobierno de Néstor Kirchner y los productores agrarios.
En una agudísima nota publicada en La Política on Line, la periodista Silvia Mercado explicó que " alguien lo convenció a Néstor de que los alimentos se están transformando en un elemento tan estratégico como la energía" . Estimó Mercado que "esa debe ser la verdadera razón por la que Kirchner salió a comprar campos a través de testaferros (La Política Online publicó al respecto la compra de una de las estancias más grandes de Santa Cruz por parte de Lázaro Báez) y a liquidar a los pequeños y medianos productores con las retenciones para concentrar la propiedad de la tierra y las decisiones de producción, precio y exportación".
Hoy no es preciso depender de las decisiones de otro –generales, Martínez de Hoz, etc.- para crear dificultades a algunos que generen oportunidades a otros. Hoy las regulaciones las produce la familia Kirchner.
En cualquier caso, hubo momentos en que la existencia de una "boliburguesía" nativa, aunque significara un ruido en el desarrollo general, no erigía obstáculos decisivos al crecimiento del país. Ahora, en cambio, superado el momento de rebote económico que se extendió hasta 2006, lo que se nota son progresivas caídas.
La inversión extranjera –clave de la inserción internacional- se ha contraído: Argentina, que en 1997 era destino preferido (junto a China), hoy es la quinta receptora de América Latina, detrás de Brasil, Chile, Colombia y Perú.
El índice de riesgo país de Argentina más que triplica el de Brasil. El país está a punto de irse al descenso en la calificación bursátil internacional: el índice MSVI Emerging Markets del banco Morgan Stanley (uno de los más relevantes del mundo) analiza ubicar al país en la categoría más baja: "mercado de frontera", una categoría en la que se encuentran Nigeria y Costa de Marfil, por caso.
La deuda reclama más de 36.000 millones de dólares en vencimientos hasta el Bicentenario, 15.000 millones vencen en 2008. La situación energética es calamitosa. La inflación ya no es una amenaza: es una realidad. Con la inflación se extienden la pobreza y la indigencia. La redistribución de la riqueza tiene un significado peculiar en la Argentina K.
El gobierno no sólo está asfixiado por las opciones políticas que ha asumido, sino por la desastrosa administración que ha desplegado.
En ese paisaje, la familia Kirchner afronta ahora una prueba decisiva: mantener disciplinado al peronismo, que ha empezado a desplazarse fuera de la influencia K a raíz de la crisis con el campo.
Hoy no parecen alcanzar los gritoneos de Néstor K. para poner en caja a su propia tropa y sostener como en los últimos cuatro años el principio de obediencia debida. Tiene algo de quimérico reclamar la misma conducta cuando las circunstancias se han modificado tan dramáticamente. Hoy las encuestas de opinión pública revelan que la titular oficial del Ejecutivo y el gobierno en su conjunto recaudan en la sociedad ocho juicios negativos por cada dos favorables. Lo que es lo mismo que decir que los Kirchner les ofrecen a sus seguidores el trueque de obediencia ciega por un futuro político más que vidrioso: una operación casi usuraria.
No es de extrañar, así, que la opinión de gobernadores e intendentes, de congresistas opositores pero también de muchos que el gobierno contabiliza como propios reclame ahora para las Cámaras la atribución natural de discutir libremente y hacer con el proyecto enviada por la Casa Rosada lo que crea conveniente.
Las propuestas de "consensuar" que formulan los desobedientes (empezando por el vicepresidente Cobos, que ha sorprendido no sólo a los Kirchner) representan para la Casa Rosada la más pérfida de las traiciones. Néstor Kirchner no quiere consensos ni empates, porque sabe que esas palabras enmascaran mal su propia derrota. El necesita poder sin límites. En su percepción de las cosas: el "modelo" no funciona sin ese estilo de comando; el poder se escurre entre los dedos; avanza la amenaza destituyente.
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