11/5/08

KIRCHNER, CINCO AÑOS DESPUÉS




( Texto de las exposiciones de Jorge Raventos, Jorge Castro y Pascual Albanese, en la reunión mensual del Centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario, que tuvo lugar el martes 6 de mayo en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), calle Paraguay 1457, primer piso. El próximo encuentro tendrá lugar el martes 3 de junio, en la misma hora y lugar).



JORGE RAVENTOS

Los cinco años de kirchnerismo se asientan sobre una breve prehistoria que incluye el monumental desastre de la Alianza (con la resultante de escepticismo y antipolítica del público que había respaldado esa formación) y la devaluación asimétrica del 2002.
El kirchnerismo nace de esos dos fenómenos y se beneficia de ellos: se lanza a conquistar una opinión pública vacante después de la evaporación aliancista y sostiene los efectos de la devaluación con la política de dólar alto (y salarios bajos) que induce desde el primer momento.
Recuperada la economía tras las honduras de la crisis de 2001/2002 Kirchner se afirmó y por más de dos años contó con el respaldo de la opinión pública. Los analistas solían sostener entonces que habría “Kirchner para rato”, pues su combustible era el precio de la soja. Los resultados parecían dar para el entusiasmo: durante algunos meses (años 2004 y 2005, inercialmente el 2006), caían paulatinamente las cifras de pobreza e indigencia y el país crecía.
En cualquier caso, conviene recordar que las cifras de pobreza nunca fueron menores a las que se dieron en la década del 90, siempre vituperada por el oficialismo.
Pero aquella recuperación estaba sostenida sobre bases endebles y progresivamente aisladas de las tendencias centrales del mundo.
Se apoyó en el consumo inflado y en la recaudación centralizada.
Secretos: se basaba en la inversión de los años 90, una capacidad instalada que la crisis generada por la Alianza y la devaluación asimétrica habían conducido a la parálisis y que volvió a ponerse en movimiento merced al consumo impulsado por el crecimiento de las exportaciones ( cambio de la situación internacional, con el alza acelerada de la demanda y, por consiguiente, de los precios) de commodities suscitada por las reformas de mercado de los gigantes: China e India. Y alentado también por un intervencionismo que mantenía algunos precios políticamente amarrados.
La debilidad política de origen de Kirchner determinó una dependencia creciente de la opinión pública de las grandes ciudades, en particular de Buenos Aires. El gobierno decidió evitarse sofocones en ese terreno y apeló a una política de subsidios, que tienen la múltiple función de mantener aquietados a esos sectores, generar consumo, sostener a la vez el llamado “capitalismo de amigos “ y el clientelismo, y cobrar los dividendos (no sólo políticos) de la discrecionalidad.
Pero el costo de los desvíos (aislamiento internacional, discrecionalidad, inseguridad jurídica, señales negativas para la inversión genuina) residió en que los cimientos de ese precario sistema empezaron a erosionarse. La inversión (tanto la local como la externa) se estancó o se redujo marcadamente; la demanda recalentada se encontró con oferta frenada: la inflación creció acumulativamente. El gobierno sólo atinó a romper el termómetro, es decir el INDEC. Fue peor: la inflación real se alimentó además con inflación de expectativas.
Mientras regaba el consumo y subsidiaba como si los recursos fueran infinitos, el gobierno alentó la idea de que todas sus políticas tenían un sentido progresista y redistribuidor.
Hoy en día, con 30 por ciento de pobreza (un porcentaje que crece y, según Artemio López, estará alrededor del 50 por ciento hacia mediados de año, es decir: las mismas cifras del clímax del 2001) ya es insostenible el discurso "distribuidor y justiciero" del matrimonio K.
Pero no era diferente al comienzo de estos cinco años.
¿Recuerdan el llamado acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, en el que el gobierno K sostuvo su imagen "progresista" por el trato verbalmente áspero con los acreedores? En rigor, la situación en la que han quedado varios millones de trabajadores aportantes al sistema jubilatorio de capitalización como consecuencia de esas negociaciones pone en discusión ese alegado progresismo.
Al separar al FMI y a los organismos internacionales de crédito de la suerte de los restantes tenedores de deuda pública, lo que hizo el gobierno fue reconocer y honrar la totalidad de las obligaciones contraídas por el Estado con los organismos (a los que vitupera), mientras se disponía a someter a los restantes acreedores a una quita equivalente al 75 por ciento. Sucede que la masa más numerosa de los afectados por ese monumental paguediós estuvo constituida por los asalariados argentinos que ahorran para su jubilación en las administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones. Así, los trabajadores argentinos no sólo sufrieron el formidable recorte de sus sueldos de bolsillo ocasionado por la devaluación de principios de 2002, sino que soportaron, merced al progresismo K, un tajo enorme sobre sus salarios postergados convertidos en ahorro para la vejez.
Con el mismo estilo simulador, el gobierno justificó en términos redistributivos la política de retenciones a las exportaciones, cuando en rigor estas constituyen un sistema confiscatorio y centralizador que no sólo succiona riqueza del interior hacia la caja central, sino que succiona poder y fundamenta la disciplina centralizadora que ha constituido otro de los rasgos del gobierno durante estos cinco años.


La rebelión del campo fue la primera manifestación vigorosa enfrentada contra el sistema de poder de los Kirchner.
Las demostraciones del campo del mes de marzo, que se iniciaron como un rechazo sectorial a las abrumadoras retenciones móviles aplicadas a la soja y el girasol se transformaron, en su desarrollo, en un cuestionamiento al esquema económico que practica la Casa Rosada, un "modelo confiscatorio centralista de matriz parasitaria", pues su lógica reside en succionar recursos de los sectores productivos más competitivos de todos los distritos para acumularlos en la caja central y utilizarlos desde allí en la imposición y financiamiento de obediencia política, en la distribución caprichosa y descontrolada de subsidios y en la implantación de un "capitalismo de amigos". La movilización del campo impulsó un reclamo que comienza con la necesidad de una auténtica política destinada a estimular las cadenas de valor que se apoyan en la competitividad de la agricultura y la ganadería argentinas y se extiende a la exigencia de un verdadero federalismo fiscal, que contemple los intereses de los pueblos de la Argentina interior.
Es que el cuento redistribucionista del gobierno, tan notoriamente inconsistente cuando se analiza la situación de la pobreza en términos generales (30 %, con tendencia a crecer vertiginosamente), se observa aún más macaneadora cuando se la analiza desde el punto de vista de la distribución territorial, es decir, desde la perspectiva del federalismo. Porque pobreza hay en todos lados, pero mucho más en el interior. Un estudio de Fiel que compara la concentración personal del ingreso por regiones entre 2004 y 2007 indica que casi la mitad del 10 % más pobre del país está concentrada en el norte del país.
Tampoco es equitativa la distribución de los ingresos fiscales: de los fondos que recauda el fisco, 7 de cada 10 pesos los concentra la caja central, que manejan los Kirchner. La insistencia del gobierno en sostener el régimen de retenciones y apretar cada vez más la presión en ese punto se explica exactamente al revés del discurso oficialista: no es para distribuir el ingreso, sino para concentrarlo en el tesoro central con la excusa de que las retenciones no son coparticipables.

Así, las provincias, de donde surgen esos recursos se deslizan velozmente hacia el déficit financiero. Los gobernadores, que empiezan a recuperarse de una prolongada disfonía merced a la movilización del campo, ahora elevan críticas: lo ha hecho el santafesino Hermes Binner, lo hizo el cordobés Juan Schiaretti. El titular de Catamarca, Eduardo Brizuela del Moral, un radical K, rompió la semana pasada con el oficialismo por estas patéticas miserabilidades. Y hasta el riojano Luis Beder Herrera parece dispuesto a golpear la mesa: «La Nación tiene buenos ingresos pero a La Rioja no están llegando», se queja. Según él, las transferencia de impuestos que se redistribuyen «han bajado 30% o 40%, y los gastos suben otro tanto". En febrero la provincia recibió 68 millones de pesos y en marzo, cuando aguardaban 70 millones, sólo les remesaron 46.
Según la consultora Economía & Regiones, que lidera Rogelio Frigerio, en el tercer mes del año las transferencias automáticas de recursos nacionales al interior del país cayeron 7,8% ($ 360 millones menos) respecto de febrero. Para colmo, no sólo la caja central concentra recursos y reparte menos, sino que también restringe obras públicas. Las provincias, que aportan casi 40.000 millones de pesos en concepto de retenciones apenas reciben 9917 millones para obras: un magro 25 por ciento. ¿Redistribución del ingreso? Sólo en beneficio de lo que ha sido llamado "capitalismo de amigos", es decir los felices receptores de los cuantiosos subsidios que selectiva y misteriosamente reparte el gobierno. Pero hay más trabajadores pobres en un país que tiene un estado central rico y provincias y municipios menesterosos y endeudados.
El gobierno edificó en estos cinco años un sistema de poder hipercentralizado, un “Unicato”, en el que Uno (rodeado por un puñadito) expropia recursos del país y el poder de cámaras legislativas, gobiernos provinciales y buena parte del sistema judicial. Ese dispositivo, construido sobre la base de la confiscación, el manejo de la caja, el disciplinamiento estricto, el manejo de la calle y la confrontación permanente, ha tocado un límite fuerte.
Puesto que la rigidez es uno de sus componentes centrales, ese dispositivo no puede flexibilizarse sin riesgos de disolución. Está en su propia lógica interna confrontar hasta el fin. De allí que su comportamiento no satisfaga a los analistas que le piden "comportamientos sensatos y racionales". Su racionalidad se deduce de su comportamiento habitual:
El último domingo, un asesor periodístico de los Kirchner, Horacio Verbitsky. , se refería a esa lógica llamándola "genética kirchnerista" y evocaba, para ilustrarla, hechos del 2002, cuando NK era aún gobernador de Santa Cruz.
"La voluntad de no ceder a la acción directa ni por la amenaza de la fuerza es un rasgo genético del kirchnerismo. Pero también incluye la decisión de enfrentar el reto con medios políticos y sin recurrir a la represión las fuerzas de seguridad. .. El episodio de mayor trascendencia nacional en ese sentido ocurrió en 2002, cuando el entonces gobernador Kirchner instó a sus partidarios a no dejarse correr por las cacerolas que en los días anteriores habían rodeado la Legislatura en Río Gallegos: días después, militantes del Frente para la Victoria de Kirchner y funcionarios de su gobierno cumplieron con la sugerencia y blandieron palos y cadenas ante los cacerolos".

Un secreto actual: es probable que lo que Verbitsky presenta como un rasgo genético (el no empleo de las fuerzas de seguridad y el uso, a cambio, de grupos "con palos y cadenas") se deba a la pérdida por parte del Unicato del monopolio legal de la fuerza. Que prefiera dar órdenes a quien las va a cumplir (D'Elía) y no a quienes sospecha que pueden desobedecerle.
En cualquier caso, la genética kirchnerista, la lógica de su dispositivo de poder supone la confrontación y considera siempre que lo que hay en juego es el poder mismo, la capacidad de gobernar. Que conflictos como el del campo sólo pueden terminar en victoria y aniquilamiento del adversario.
Un dicho sostiene que cuando uno no quiere, dos no pelean. Es probable que Néstor Kirchner haga realidad la inversa de esa frase. Cuando uno quiere, dos pelean.

Si siempre se pone el ejercicio del poder como trofeo de un conflicto, es el poder lo que se pierde cuando se pierde. El kirchnerismo afronta ante la rebelión federal un conflicto que puede perder. Una pelea con un adversario importante y extendido: el sector más dinámico y competitivo de la economía argentina, territorialmente desplegado en todo el país, que cuenta, además, con la simpatía de la opinión pública urbana.
Hablando de peleas, en la provincia de Buenos Aires, el ex gobernador Felipe Solá quiso defender la política agraria del gobierno nacional en una reunión de productores y terminó desafiando a pelear a varios asistentes .
Antes de eso, les había dicho que "de los laberintos se sale por arriba". Solá, que es un político leído, creía estar citando a Marechal. Pero es posible, en el contexto actual, que estuviera mentando a Fernando De la Rúa.


JORGE CASTRO

Para analizar el tema “Kirchner, cinco años después”, permítanme hacerlo a través de una doble aproximación indirecta: Brasil, siete años después y Bolivia dos años después.

Dos meses después de que el Banco Central informara que Brasil era acreedor neto de créditos internacionales por primera vez en su historia (lo que cerraba el ciclo iniciado 25 años antes, cuando fue el mayor deudor de América Latina y del mundo emergente, y entró en default en 1982), Standard & Poor’s –una de las tres principales calificadoras de riesgo del mercado internacional– le otorgó esta semana el “investment grade” .

Brasil recibió 34.600 millones de dólares de inversión extranjera directa (IED) en 2007; y en los primeros cuatro meses de 2008 atrajo otros 12.400 millones de dólares, porcentaje superior en términos anualizados a los de igual período del año anterior. Las reservas del Banco Central ascendieron a 188.200 millones de dólares en febrero de 2008, y superarán los 200.000 millones antes de terminar el primer semestre.

La economía brasileña ha crecido a una tasa anual promedio de 4.5% desde 2004, el nivel más alto en los últimos 20 años. La tasa de inflación es ahora 4.7% anual (fue menos de 4% el año pasado) y ha estado significativamente por abajo de 10% por año desde 1996. Un año antes del Plan Real (1993), la tasa de inflación fue 2.500% anual.

Brasil experimenta un boom exportador. El año pasado exportó 152.000 millones de dólares, con el real en relación al dólar más apreciado de su historia (R$ 2 / U$S 1; ahora R$ 1.64 / U$S 1). Significa que las ventas externas se duplicaron en relación a la etapa 2000/2004 (68.600 millones de dólares) y se triplicaron con respecto al período 1994/1999 (48.000 millones de dólares). Por eso, en 2007 Brasil tuvo un superávit comercial de 40.000 millones de dólares.

La estructura de sus exportaciones revela los cambios estructurales internos y el momento mundial; el 56% de las exportaciones brasileñas son productos industriales; de ese total, 2/3 son obra de las empresas transnacionales (ETN´s) radicadas en Brasil que exportan al mundo dentro de las cadenas globales de producción. El resto son commodities.

Brasil es el primer exportador mundial de carne, jugo de naranja, mineral de hierro, y el segundo de soja. Los precios de estos commodities están en el mayor nivel de toda la historia del capitalismo desde la Revolución Industrial en adelante.

Los ingresos provenientes del mercado mundial de commodities financian la acelerada reconversión de la industria brasileña. El año pasado la productividad laboral aumentó 4.2% en la industria, arrastrada por el sector transnacional, en que creció al menos el doble. El real a 1.64 por dólar favorece la importación en gran escala (más del 40% del total) de bienes de equipo y de capital de última generación tecnológica.

Lo decisivo del boom brasileño es la abundancia de crédito que provee un mercado de capitales que llegó a su madurez. El capital recaudado por las empresas que colocan acciones en la Bolsa de San Pablo superó los 55.500 millones de reales en 2007 (28.000 millones de dólares), un tercio más que la totalidad del crédito bancario. Entre 1995 y 2007 lo recaudado por la emisión de acciones aumentó 2.820%; y en ese período el volumen de crédito creció 338%.

Por primera vez en la historia brasileña apareció el capital de riesgo para financiar nuevas empresas. Sólo en acciones de empresas privadas (private equities), el capital de riesgo aumentó 777% entre 1999 y 2007.

Brasil, en síntesis, recuperó el crecimiento en los últimos cinco años, triplicó sus exportaciones y eliminó, virtualmente, la tasa de inflación. Estos logros han sido convalidados esta semana por el “investment grade” otorgado por Standard & Poor´s.

Este período coincide con el de más alto nivel de aumento del ingreso real per cápita de la economía mundial de toda la historia del capitalismo. Entre 2003 y 2007, el ingreso per cápita de la población mundial creció un promedio de más de 4% anual (4.3%); es un nivel superior al de los “30 Años Gloriosos” posteriores a la Segunda Guerra Mundial y mayor, incluso, que los de la etapa 1895/1913, en que la economía internacional se expandió 8% anual promedio.

La clave del auge brasileño es de orden interno. Es consecuencia de 19 años continuados de reformas y apertura, mantenidas y profundizadas a lo largo de cuatro presidencias sucesivas: Fernando Collor de Melo (apertura de la economía, 1989/90); Itamar Franco (control de la hiperinflación, Plan Real, 1994); Fernando Henrique Cardoso (reforma fiscal y privatizaciones, 1994/2002); y Lula Da Silva (reforma de la seguridad social, autonomía del Banco Central, atracción de inversión extranjera directa, 2002/2006; 2006/…).

El punto de inflexión de esta historia de continuidad tuvo lugar en 2002, cuando el país experimentó una profunda crisis de confianza –nacional e internacional– tras la elección en octubre del candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Luis Inácio Lula Da Silva.

En esa circunstancia crucial (la tasa de riesgo-país superó los 2.300 puntos básicos), el nuevo presidente y su partido optaron por rechazar toda posibilidad de declarar el default de la deuda pública, y mantuvieron y ahondaron las reformas realizadas por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso.

Standard & Poor´s estima que, en los próximos dos años, Brasil puede recibir 50.000 millones de dólares anuales de inversión extranjera directa, o quizás más. De ese total, al menos la mitad se dirigirá a la industria, que se integra así a las grandes cadenas transnacionales de producción, núcleo central de la globalización.

“Brasil es el país del futuro, y arriesga serlo para siempre”, señaló Roberto Campos en la década del ´60, cuando el país comenzaba su serie sucesiva de grandes frustraciones. Hoy el riesgo quedó atrás y el futuro llegó. Lo acaba de convalidar esta semana Standard & Poor´s.

En sentido contrario a Brasil, en Bolivia, el presidente Evo Morales acaba de ser derrotado en el referéndum autonómico de Santa Cruz de la Sierra, el departamento económicamente más importante del país y que comprende un 30% del territorio nacional. Esta derrota de Morales en Santa Cruz de la Sierra es el primero de una serie de desafíos sucesivos que son los referéndum autonómicos de Pando, Beni y Tarija, que tendrán lugar en el mes de junio, con resultados absolutamente previsibles. En apenas treinta meses, Morales, que fue elegido presidente con el 53% de los votos, el porcentaje más alto de la historia de Bolivia desde la restauración democrática, hace más de veinticinco años, ha perdido ya el control efectivo de más de la mitad del territorio boliviano.

Brasil y Bolivia marcan que existen hoy políticamente dos Américas del Sur. Una, inequívocamente liderada por Brasil, incluye a Chile con la presidente socialista Michelle Bachelet, a la Colombia de Alvaro Uribe, al Perú con el APRA de Alan García y al Uruguay del también socialista Tabaré Vázquez. Estos países están volcados hacia la búsqueda incesante de una mayor integración con el sistema económico mundial y la atracción de la inversión extranjera directa. La otra América del Sur, encabezada por la Venezuela de Hugo Chávez, está conformada también por la Bolivia de Morales y el Ecuador de Rafael Correa. Estos tres países están unificados en una posición de confrontación política y de aislamiento en relación a las grandes corrientes de la economía mundial.

En cuanto a la ubicación de la Argentina dentro de esta clasificación, habría que decir que no se encuentra en ninguna parte. En estos cinco años, la política exterior del gobierno de Néstor Kirchner, continuada por Cristina Kirchner, estuvo absolutamente dominada por las exigencias de la política doméstica.


PASCUAL ALBANESE

Las encuestas encargadas por el gobierno, cada vez menos numerosas y cada vez menos divulgados públicamente sus resultados, indican una vertiginosa caída de la imagen de Cristina Fernández de Kirchner. Según quien mida, la imagen positiva de la presidente está entre el 34% y el 23%, veinte puntos menos en menos de cinco meses, o sea en relación al momento de asumir. Es una debacle pocas veces vista en los primeros meses de una gestión presidencial.

Cristina Fernández bajó en cinco meses del primer al quinto lugar en el ranking de imagen positiva de la dirigencia política argentina. Antes que ella se encuentran ahora, Daniel Scioli, Elisa Carrió, Mauricio Macri y Néstor Kirchner. Esto quiere decir que, en un sistema de poder en que la opinión pública desempeña un rol central, Cristina Kirchner quedó en cinco meses detrás nada menos que del gobernador del primer estado argentino, de la candidata presidencial que ocupó el segundo lugar en las últimas elecciones presidenciales, del Jefe de Gobierno de la ciudad más importante de la Argentina y de su propio esposo. Está ya por debajo de la imagen pública de Fernando De la Rúa al iniciar su segundo y último año de mandato, en un clima político signado por el absoluto vaciamiento de la autoridad presidencial.

Otro factor muy importante que surge de las encuestas, y que constituye un dato estructural, es que, por primera vez en estos cinco años, la inflación pasó a ocupar el primer lugar en el ranking de preocupación de los argentinos, por encima inclusive de la inseguridad pública, que ocupó ese sitio durante estos años, y muy por encima del desempleo y la corrupción.

En este contexto, aumentan los factores potenciales de crisis, como el problema energético, que se avizora para el próximo invierno, agravado por la situación de Bolivia, pero que se anticipa y advierte ya en el desabastecimiento de combustibles.

El aislamiento externo de la Argentina se manifiesta también en el descenso de la inversión extranjera directa, cuya reducción influye a su vez en la inflación, porque no existe un incremento de la capacidad productiva y por lo tanto de la oferta, y en los cuellos de infraestructura, reflejados ahora en la crisis energética. Mientras la inversión extranjera directa crece notablemente en América Latina, la Argentina va perdiendo cada vez más espacio relativo en ese terreno.

Mientras tanto, el gobierno ratifica su comportamiento básico, que hace a su naturaleza y que se puede definir en una consigna: frente a cada problema, antes que una solución busca un enemigo. Se trata siempre de redoblar la apuesta, generando cortinas de humo (virtuales y también ahora parece que a veces hasta reales…) para distraer a la opinión pública, con resultados que muestran una efectividad decreciente.

La dinámica de los conflictos y el ritmo de los acontecimientos son resultado casi exclusivo de la iniciativa y de la acción política del oficialismo. Y la velocidad que adquieren esos acontecimientos hace que diciembre del 2011 parezca una fecha remota, perdida en el más allá, y que hasta octubre de 2009 parezca demasiado lejos… El descascaramiento, que magistralmente y con su aguda ironía describe Jorge Asis, es el prólogo del desmoronamiento, que es la nueva etapa que se avecina.

En términos tácticos, puede definirse el actual conflicto político de la siguiente manera: el gobierno nacional mantiene el control sobre los alrededores de la Casa Rosada y el conjunto del micro y macrocentro porteños, gracias a los grupos paraestatales que lidera Luis D¨Elía, pierde ese control en el resto de la ciudad de Buenos Aires, a manos de lo que podríamos caracterizar como la clase media “cacerolera”, lo retiene todavía en el conurbano bonaerense, en virtud del control del aparato del Partido Justicialista, y tiende a perderlo crecientemente a partir del kilómetro 60 de todas las rutas nacionales de la Argentina. Mientras tanto, la inflación, en especial el aumento de precios en la canasta básica de alimentos, erosiona el control territorial del oficialismo en el conurbano bonaerense.

En términos estratégicos, está claro que la Argentina está ante una gran oportunidad histórica, fruto de un horizonte internacional excepcionalmente favorable. El obstáculo para que la Argentina pueda aprovechar esa formidable oportunidad es de orden político y resulta relativamente fácil de identificar: Es el ”kirchnerismo”. Hay entonces una contradicción insalvable entre el interés nacional estratégico de la Argentina y la subsistencia del actual sistema de concentración de poder político y económico que obstruye y limita el despliegue productivo de la Nación.

A diferencia del análisis sociológico, el análisis político es una herramienta para la acción. Por ese motivo es que definimos a Segundo Centanario como un centro de reflexión para la acción política. Esto implica tratar de estar un paso adelante de los acontecimientos, quizás dos pasos adelante. Pero nunca más de dos pasos, porque la política no es la astrología. Los acontecimientos tienen su propia dinámica. A lo sumo se puede adivinar la tendencia. Porque cada paso que da cada uno de los protagonistas en un conflicto determinado condiciona los pasos de los demás protagonistas del conflicto y modifica el escenario y cambia las condiciones en que se desenvuelve ese mismo conflicto en la etapa siguiente. Es importante entonces saber “cómo sigue” una situación determinada, pero es imposible determinar con antelación cómo termina, ni mucho menos cuándo termina.

El gobierno nacional y las entidades agropecuarias mantienen un conflicto que, más allá inclusive de la voluntad política de todos los actores involucrados, es ya un conflicto de poder, que tiende a agravarse. Por eso, el acompañamiento político a la movilización agropecuaria, que es ahora una verdadera rebelión de la Argentina interior contra el modelo de concentración política y económica impulsado por el “kirchnerismo”, no es el apoyo a una reivindicación de tipo sectorial, sino un camino para fortalecer una alternativa política frente a ese modelo de acumulación.

Viene aquí a muy a cuento una historia que recuerda Félix Luna en su libro “El 45” en relación al 17 de octubre. Relata que Arturo Jauretche recibió esa mañana a un preocupado y confundido “puntero” radical de Gerli, quien le informaba acerca de los primeros signos de lo que después sería una gigantesca y multitudinaria movilización aluvional hacia la Plaza de Mayo para pedir por la libertad del coronal Perón. “¿Qué hago, doctor?”, le preguntaba a Jauretche su atribulado visitante. Y Jauretche le contestó” “si pasa eso, agarrá la bandera y ponéte al frente”. Y cita entonces Luna el testimonio del propio Jauretche, quien le dijo: “y fue así que Pedro Arnaldi, que movía 30 votos en Gerli, cruzó el Puente Pueyrredón con la bandera al frente de 10.000 almas”. Dicho de otra manera: “en política se trata de colocar la vela por donde sopla en viento y no se pretender que sople el viento donde uno pone la vela”.

El gobierno de Kirchner, Néstor o Cristina, pudo sostenerse estos cinco años por el respaldo de la opinión pública, que en la Argentina es básicamente el respaldo de la clase media de las grandes ciudades, empezando por la ciudad de Buenos Aires, y por el control de las movilizaciones callejeras. Ya perdió lo primero y está en vías de perder lo segundo, que es el último resorte de su poder político, en las calles y en las rutas de la Argentina. Recordemos otra vez que cada crisis política se reanuda en el punto y momento en que culminó la fase anterior de esa crisis. La última fase de la crisis política de la Argentina culminó en ese estallido de diciembre de 2001. Es hacia allí hacia dónde se vuelve a soplar el viento. Como le dijo el viejo Jauretche a Pedro Arnaldo, se trata de agarrar la bandera y ponerse al frente.

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