Lo que sigue es la intervención de Jorge Raventos en el panel Crisis Política y Licuación del Poder, organizado por el Centro de Reflexión para la Acción Política Segundo Centenario, el 3 de junio en la Universidad de Ciencias Empresriales y Sociales (UCES), con la intervención de Pascual Albanese y Jorge Castro.
Un movimiento de fuerza que ya dura más de ochenta días; concentraciones en toda la geografía argentina, algunas de ellas de una dimensión inédita, como la del 25 de mayo en Rosario; un gobierno impotente para poner fin al conflicto, un gobierno que procura disimular sus retiradas con provocaciones…
Agreguemos: un equipo de funcionarios devaluado desde arriba, desde la cúpula misma del poder; un secretario de Agricultura al que se le prohíbe el ingreso a reuniones con el sector; y un jefe de gabinete que transparenta su apartamiento, es forzado a desdecirse de compromisos y declaraciones y debe soportar el destrato de subordinados con buen palenque.
Si hiciera falta más para describir una situación crítica, sumemos otros datos: un congreso transformado en escribanía del Poder ejecutivo y una titular del Poder Ejecutivo convertida en figura exclusivamente protocolar y vaciada por su cónyuge del poder que él ejerce fácticamente. Un sistema político descalabrado totalmente desbordado por la correntada del proceso político. La Iglesia preocupada por los signos de disgregación y quiebra de la paz social. Como significativo telón de fondo: inflación creciente, pobreza creciente, deuda creciente, inversión deprimida y producción que flaquea. No hay duda de que la situación es crítica. Y que la crisis es de proporciones.
Muchas crisis se desatan inesperadamente y sorprenden porque no son el producto de malos vientos previsibles o de malos circunstancias, sino que ocurren en tiempos auspiciosos, en momentos de oportunidad. Lo que provoca perplejidad es, precisamente, la paradoja aparente de que la crisis ocurra no “a pesar”, sino “porque” se abre ante la Nación una gran oportunidad.
El oficialismo, con ánimo denigratorio, ha caracterizado las asambleas chacareras junto a las rutas como “piquetes de la abundancia”. El afán confrontativo impidió al gobierno descubrir todo el sentido que escondía la frase. Porque, en efecto, puede hablarse de “piquetes de la abundancia”, pues sus actores han tomado conciencia de la oportunidad histórica que el mundo ofrece a la Argentina, comprenden la abundancia de la demanda de alimentos argentinos, entienden sin haberlo leído lo que avizoraba Juan Perón en 1973: “Si sabemos proceder, seremos los ricos del futuro, porque tenemos lo esencial en nuestras reservas (…)debemos dedicarnos a la gran producción de granos y de proteínas, que es de lo que más está hambriento el mundo actual”. Lo que el General anunciaba hace más de tres décadas, es realidad actualmente. Y los productores del campo no sólo lo han comprendido sino que han llegado a una conclusión similar a la que expresó el presidente de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi: que “el gobierno de los Kirchner” es un obstáculo entre la potencia y el acto, entre la oportunidad histórica y su aprovechamiento nacional.
Al empezar este conflicto, Buzzi no imaginaba que iba a ser impulsado pronunciar esas palabras. El presidente de la Federación Agraria seguramente en octubre del año pasado votó por Cristina Kirchner, se declara amigo de Luis D’Elía. Y seguramente ése no es el único ni el más importante de los amigos ideológicos que ha compartido con el gobierno de los Kirchner.
Hay algo que está más allá de los gustos y las afinidades personales en este conflicto, algo que los supera. Lo que impulsó a Buzzi a decir lo que dijo (e iluminar con sus palabras un rasgo relevante de esta crisis) es la naturaleza objetiva del conflicto.
Por cierto, el gobierno tampoco imaginaba el 11 de marzo, al poner en marcha esta fase del conflicto, que pondría en movimiento lo que puso, ni que iba a llegar a describir a Buzzi como golpista. El gobierno observaba en su horizonte necesidades financieras, vencimientos de la deuda y concibió como una empresa sencilla y políticamente redituable financiarse con los beneficios de la renta agraria diferencial, a través de un fuerte inremento de las retenciones.
Néstor Kirchner se considera moralmente facultado para esa apropiación, pues adjudica lo que describe como superganancias del campo a virtudes de su gobierno, no al trabajo y la inversión de los agrarios ni a ese efecto de la globalización que permite a la Argentina gozar de los formidables precios que impulsa la demanda de China e India. Por otra parte, Kirchner estaba convencido de que enfrentar al campo –él sigue usando la palabra “oligarquía”- es un buen negocio político. El gobierno se maneja con pocos conceptos. Llama muchas cosas y fenómenos diversos con la misma palabra. Y la mayoría de esos pocos conceptos yu palabras son anacrónicos.
Hay una armonía profunda entre el aislamiento internacional en que el gobierno ha sumido al país y su enfrentamiento con el campo: el campo es la llave maestra para la inserción competitiva de Argentina en el mundo. El gobierno confiesa esa íntima concordancia cuando define como objetivo el “desacople” argentino de la economía mundial. Subyace allí la fantasía o la quimera del aislamiento pleno, de una situación en la que la voluntad del gobierno tenga el monopolio total sobre sus súbditos, que su “relato” sea la única verdad del reino, que no haya interferencias externas ni resistencias internas que puedan retacear o recortar su imperio.
Al resistir la apropiación centralista, el campo puso en marcha los aceleradores de la crisis. El primero fue, si se quiere, la toma de conciencia por parte del sector agrario de la influencia política que tiene y puede ejercer, de la representación que puede asignarse. Emergió así y se ubicó en el abierto escenario político (y lo desequilibró por propio peso) un actor largamente inmóvil.
Esa conciencia de la propia fuerza estimuló, por otra parte, la adhesión de sectores que durante años vinieron soportando la acción de un gobierno golpeador, al observar la presencia de un desafiante con decisión y fuerza para resistir los golpes.
Rápidamente el campo fue impulsado más allá de su primera reivindicación sectorial. La impugnación de las usurarias retenciones móviles fue fundda no sólo en el daño económico que ocasionaba al sector, sino en su naturaleza expropiatoria de recursos de los pueblos del interior. La condición no coparticipable de las retenciones, su condición de gabela embolsada en exclusividad por la Caja de la Corona, no sólo incrementó la legitimidad del reclamo, sino que incorporaba a su despliegue potencial una reivindicación profunda e históricamente arraigada en la Argentina interior. El movimiento agrario tomaba en sus manos la bandera del federalismo.
De pronto, cuaro entidades gremiales del campo, unidas excepcionalmente por las circunstancias (y por las medidas y la actitud hoatil del poder central) emergían como la proa de un movimiento político.
Político, porque empezó a contar con un programa más amplio que uno de pura reivindicación sectorial: un programa que enfrenta el sistema centralista confiscatorio de matriz parasitaria sobre el que se asienta el gobierno, que a través del despliegue sectorial reclama el aprovechamiento de la oportunidad histórica de la Argentina, es decir, su vinculación con el mercado globalizado y sus principales motores.
Pero político, asimismo, porque así lo ha definido su contraparte, el gobierno de Kirchner, que lo describe –adoptando un término urdido por el mandarinato kirchnerista- como un movimiento “destituyente”.
En la naturaleza propia de las entidades gremiales no hay rasgos destituyentes de la contraparte. Las entidades gremiales se realizan en la negociación, en el diálogo, y en ese sentido instituyen a la contraparte, la necesitan. “Aprietan pero no ahorcan”, sus triunfo s residen en emujar a la contraparte a acepdtar la mayor parte del propio pliego de condiciones, no en suprimirla.
Hay pues una disonancia entre la proyección política y el ánimo destituyente que el gobierno descubre en el movimiento lanzado por el campo y el hecho de que su conducción no sea política, sino gremial, sectorial.
Alguna analogía puede contribuir a iluminar esa situación. En mayo de 1969, un casi trivial episodio ocurrido en un comedor estudiantil de la Universidad del Nordeste, en Resistencia, derivó en sucesivas y progresivamente crecientes movilizaciones que tuvieron su epicentro en Rosario y en Córdoba.
SEIS MESES DESPUES
Publicado en La Capital de Mar del Plata, 080608
Al cumplirse seis meses del segundo período de gobierno de la familia Kirchner, el balance que dictan los estudios de opinión pública es inequívoco: tanto la presidente como la administración oficialista reciben mayoría de calificaciones negativas. La caída de imagen de la presidente y el rumbo que imprime a la gestión su esposo, que actúa como gran timonel del gobierno, inquietan seriamente a varios ministros y a algunos de los dirigentes justicialistas que tienen que dar la cara por ellos.
De esos seis meses, la mitad fue consumida por el conflicto con el campo –es decir, con el sector más competitivo y extendido de la producción nacional-, una pelea extenuante, gatillada por una disposición de cuestionada legalidad y de chapucera confección, cuyos errores, que condujeron a la renuncia del ministro que la redactó, admitió el propio oficialismo. Pese a esos rasgos, el gobierno estableció como cuestión de honor la terca defensa de la medida y se empeñó en una batalla de la que sólo considera digno emerger después de hacer hocicar a cualquier costo a los productores que la impugnaron.
Hay coherencia entre el aislamiento internacional en que el gobierno ha sumido al país (y que parece preferir) y su voluntad de aplastar al sector agrario: el campo es la llave maestra para la inserción competitiva de Argentina en el mundo. Imponer la lógica oficialista en la producción agraria –el "modelo" kirchnerista centralista y confiscatorio- es tirar al mar la llave de la inserción mundial de la Argentina.
Exponiendo su curiosa concepción del orden y el gobierno, Néstor Kirchner arengó esta semana a los suyos (un grupo que vacila con el paso de las horas y se encoge con el paso de los días) afirmando que serán los productores agrarios, y no el gobierno, los que "tendrán que asumir los costos" que impone la prolongación de la pulseada. Como si la misión gubernamental consistiera en tirar la piedra, esconder la mano y observar el paisaje. En rigor, el campo dio reiteradas muestras de su disposición a arreglar las diferencias por la vía de la negociación, mientras el gobierno optaba por cortar las instancias de diálogo, decidir medidas unilateralmente y echar leña al fuego, con palabras, con gestos y con hechos.
A mediados de la última semana, la irrupción en el escenario del conflicto de un nuevo actor pareció una nueva jugada dispuesta por el oficialismo para hostigar a los productores y culparlos de las consecuencias: los camioneros transportistas de grano decidieron bloquear totalmente rutas en las provincias agrarias, amenazando el abastecimiento de amplios sectores de la población. Pese a que el bloqueo afectó desde el principio a centenares de sus afiliados que quedaron paralizados por los piquetes de los transportistas, el oficialista Sindicato de Camioneros de la familia Moyano aplaudió los bloqueos, mientras el ministro de Interior, Florencio Randazzo los consideraba "justificados" por "el paro salvaje" del sector rural. Concentrado en las palabras, la inacción del ministro era una confesión de impotencia ante el desabastecimiento potencial y el cumplimiento de la consigna de Néstor Kirchner: pasarle la factura de todo y de cualquier cosa a las entidades agrarias.
Puesto que el oficialismo se desentendía de todo lo que no fuera la terca insistencia en las resistidas retenciones móviles y la búsqueda de una derrota del sector rural, otros actores asumieron la responsabilidad de buscar soluciones –o, al menos, salidas- al largo conficto.
El jueves, tras una reunión de urgencia de la Conferencia Episcopal, la Iglesia, preocupada por las amenazas contra la paz social y por la posibilidad de que "nuestras relaciones sigan marcadas por la confrontación", solicitó "encarecidamente" a la señora de Kirchner la convocatoria "con urgencia a un diálogo transparente y constructivo", exhortando a un gesto de grandeza. Pidió simultáneamente a los ruralistas que reconsideraran sus estrategias de protesta, pues ""no es una las calles ni en las rutas donde solucionaremos los problemas", por justas que sean las reivindicaciones.
Ese mismo día, el gobernador de Santa Fé, el socialista Hermes Binner, convocaba a una asamblea de fuerzas vivas –una suerte de cabildo abierto- en la sede del gobierno provincial y promovía una declaración convergente con la exhortación de los obispos. Sugería a la Presidente que retrotrajera la situación al día anterior a la imposición de las retenciones móviles y citara al Consejo Nacional Agropecuario ampliado (un ente que reúne a los gobiernos de provincias, al de la Nación y a las entidades del campo) para debatir en ese ámbito una política agropecuaria en la que tengan participación todos los sectores involucrados. Y pedía a los sectores rurales que pudieran fin al paro agropecuario.
También el jueves, el Defensor del Pueblo de la Nación, Eduardo Mondino, llamó a las entidades rurales, al jefe de Gabinete Alberto Fernández y al ministro de Economía Carlos Fernández a una audiencia a realizarse el lunes 9, para buscar una solución al conflicto. El funcionario reclamó como condición que al momento de producirse la reunión no debía estar en vigencia ninguna medida de acción directa.
Al día siguiente, haciéndose eco de esos pedidos, las entidades anunciaron –tras una extensa deliberación y frecuentes contactos con las asambleas de base en todo el país- que el paro agrario cesaba el último minuto del domingo 8. Fue una decisión fuerte: los directivos de la Federación Agraria, Las Confederaciones Rurales, Coninagro y la Sociedad Rural asumieron ese nuevo gesto de distensión mientras desde el gobierno continuaban emergiendo palabras de hostigamiento, que con las horas tomarían como blanco también a la Iglesia y a los gestos de Binner y Mondino. Las respuestas parecen adelantar la actitud que el oficialismo mantendrá la próxima semana: insistir con la defensa de las retenciones móviles.
"Es casi irrespetuoso que le pidan un gesto de grandeza al gobierno -replicó el ministro de Justicia Aníbal Fernández a la Iglesia y a Binner-; quienes lo están pidiendo debieran estar asociados a la idea de igualdad".
En cuanto a la convocatoria del Defensor del Pueblo, los voceros oficiales pusieron en duda la asistencia de los representantes del gobierno, porque –argumentaron- éste "no necesita de mediadores". Mondino les respondió de sobrepique: "Lo mío no es un a mediación, es una acción legal. Si los convocados no concurren estarán quebrando la ley. Los funcionarios deberían conocer la Constitución".
No sólo en ese aspecto hay gente que duda de ese conocimiento. Varios constitucionalistas sostienen que las retenciones que le han permitido al gobierno disciplinar a tantos gobernadores e intendentes son inconstitucionales, ya que se trata de impuestos, y estos deben ser aprobados por el Congreso. El principio de "ninguna imposición sin representación" es un rasgo característica de los regímenes legales de Occidente. Que el Poder Ejecutivo decida unilateralmente la imposición (y que, además, merced a los superpoderes, disponga el destino de los recursos ignorando la Ley de Presupuesto) equivale a que en un edificio de propiedad horizontal haya vía libre para que sea el administrador (y no los copropietarios) quien decida sin apelación el monto y la asignación de las expensas.
Las retenciones móviles tras las que el gobierno se atrincheró tienen además estas objeciones: ni siquiera fueron fruto de un decreto presidencial, sino de una reglamentación de menor jerarquía, una resolución ministerial (del mismo ministro que fue despedido por suscribirla); su alcance, por otra parte –al imponer cargas que van desde el 45 por ciento a eventualmente, un 95 por ciento del diferencial de precio- es confiscatorio, a la luz de fallos previos de la Corte Suprema, que consideran expropiatorias gabelas "cuando superan –ha explicado el doctor Félix Loñ- el 33 por ciento del valor de la propiedad o de la renta".
Obcecado en la defensa de una norma de vidriosa constitucionalidad y en un objetivo de cuestionable sensatez (doblegar al sector económico más extendido en el país, más competitivo y al que genera más puestos de empleo directo e indirecto), el segundo gobierno de los Kirchner llega a su sexto mes con el aliento entrecortado de quien estuviera ya al final de una competencia que, en rigor, recién empieza. Si el gobierno mantiene su postura, el conflicto continuará. El campo y el interior modificarán sus estrategias, pasarán de las rutas a las plazas, movilizarán las instituciones, seguirán trabajando, cada vez con más compañía, sobre el frente interno del gobierno. Es el gobierno el que impone la pelea. Habrá que ver quién se impone.
PUENTES Y TRINCHERAS
Publicado en La Capital de Mar del Plata, 010608.
“Argentina necesita un gobierno que construya puentes
de unión y no que cave trincheras de odio y rencor”
José Manuel De la Sota, Declaraciones a Cadena 3, 28/05/08
Asegura Elisa Carrió que, después de la formidable manifestación del 25 de mayo en Rosario, las riendas del gobierno nacional han pasado sin demasiado disimulo a manos de la parte masculina del matrimonio Kirchner. La líder de la Coalición Cívica subraya con esa afirmación que las anomalías institucionales no pertenecen al futuro de la Argentina, sino al presente.
En verdad, el Grito de Rosario -esa convergencia nacional que afirmó simultáneamente el peso social de la cadena agroindustrial, su insoslayable importancia para la inserción competitiva del país en el mundo y el reclamo federalista de una Argentina equitativamente integrada en toda su geografía- conmovió al régimen de los Kirchner y lo forzó a exhibir con menos disimulo su naturaleza.
Al mismo tiempo que sufría notoriamente el impacto de la demostración rosarina ( que septuplicó en número el acto oficial del Salta, pese a que buena parte de la asistencia a éste fue generosamente financiada con fondos públicos), el gobierno aparentaba no tomarlo en cuenta, decidía oírlo sólo selectivamente; se declaraba ofendido por algunas palabras de Alfredo De Angeli y juzgaba casi sediciosas las de Eduardo Buzzi porque el líder de la Federación Agraria había dicho que “el gobierno de los Kirchner es un obstáculo” para las posibilidades que el mundo le ofrece a Argentina para desarrollarse. La Casa Rosada aparentaba no haber oído, en cambio, el respaldo de 300.000 personas a ambos discursos (un aval que mostraba que las afirmaciones de Buzzi y De Angeli se apoyan en algo) y la señora de Kirchner, desde su cargo de Presidente, estimó razonable no decir esta boca es mías sobre ese masivo petitorio o planteo.
Como para destacar quién lleva los pantalones en la familia, mientras la señora se dedicaba a asuntos cuasi protocolares, Néstor Kirchner reunió a la llamada “mesa chica” del Partido Justicialista para que fuera éste – el órgano que él acaudilla- y no el gobierno nacional, el que replicara al acto de Rosario.
Ya el hecho de Kirchner que se viera obligado a darle una escenografía colectiva a la respuesta es una dura concesión a los tiempos: el ex presidente no sólo no consultó jamás a su gabinete mientras gobernaba, sino que ni siquiera se tomó el trabajo de simular que lo hacía. En este caso consideró indispensable mostrar ante los medios al cuerpo colectivo que supuestamente conduce el Pejota para responder a la notable manifestación federalista del campo. No sólo eso: necesitó que el vocero de esa reunión (brevísima: los consejeros sólo se tomaron una hora para debatir la crisis más grave que ha sufrido el gobierno en cinco años) fuera un hombre del interior. El gobernador de Chaco, que compite con otros colegas de distritos más poderosos por heredar lo que quede del kirchnerismo, asumió el desafío.
La voz del Pejota, tutelada por Néstor Kirchner, tomó el primer plano, mientras la Casa de Gobierno, donde discurre su señora esposa, se dedicaba a tararear melodías secundarias.
Por cierto, no se trata sólo de señalar quién habló (lo que no es, sin embargo, un dato irrelevante), sino de considerar qué es lo que dijo la respuesta. Pues bien: la réplica kirchnerista tuvo la dureza conceptual que era esperable. Atribuyó intenciones golpistas a la demostración cívica de Rosario y –utilizando una frase fraguada por un grupo de mandarines de la Corona- diagnósticó que el acto ponía de manifiesto “un ánimo destituyente”. Si la descripción aludía a cierto sentimiento que campea en la opinión pública, quizás acertaba. Si, en cambio, transmutaba ese incorpóreo espíritu en intención de las entidades agrarias, tergiversaba notablemente la realidad. El presidente de la Federación Agraria, que fue quien mentó, sumido en el ánimo colectivo, la idea de que el gobierno de los Kirchner es el obstáculo que impide a la Argentina conectarse con la oportunidad que le ofrece la economía mundial, tardó muy poco en pedir perdón por el atrevimiento. Buzzi no quería decir eso, aunque tal vez haya sido el mediador de lo que la manifestación sí quería decir. Dios escribe derecho en renglones torcidos.
Puesto que el gobierno calló y el que habló fue el Pejota, es interesante observar qué conestación peronista tuvo el discurso oficial. Más allá del punto de vista de corrientes internas adversas, de figuras del interior como el senador Juan Carlos Romero o de la pronosticable oposición de ex presidentes como Carlos Menem (“es la voz de los usurpadores del PJ”) y Eduardo Duhalde (“es estúpido considerar golpista al campo”), se expresaron las conducciones institucionales del peronismo de dos de las tres “provincias grandes”, Córdoba y Santa Fé. En el primer caso, hablaron tanto el gobernador Juan Schiaretti como el gran referente provincial de justicialismo, José Manuel De la Sota. En el caso santafesino, las voces fueron la del titular del PJ provincial, Norberto Nicotra, como la del mayor referente, el senador Carlos Reutemann: tomaron clara distancia del pronunciamiento oficialista. Reutemann se ofreció a mediar. El gobernador Schiaretti señaló que eran “obvias” sus diferencias con la declaración del PJ kirchnerista. De la Sota, liberado de responsabilidades institucionales, fue más lejos: “El Gobierno está llevando a una división social que no nos merecemos(…)No hay que volver a los desencuentros. Quiero una democracia bien federal, donde no se maneje al país con autoritarismo, presionando a intendentes y gobernadores, donde vivamos en paz. (…) Reutemann y yo estamos convencidos de que el complejo agroindustrial es el futuro de la Argentina, porque da millones de puestos de trabajo. Con el conflicto sube la inflación, y no se le puede echar la culpa al campo. La inflación es consecuencia de la ausencia de oferta, hay más demanda que oferta. Ese es el problema más grande de la Argentina. No debieran estar peleándose con el campo. A esto lo comparte la mayoría de los justicialistas.”
El peso de las voces peronistas que se alzaron contra la declaración impulsada por Néstor Kirchner indica que en lo profundo del peronismo palpita ya una fuerte opinión contraria a la postura que el oficialismo esgrime contra el campo. Kirchner soltó rápidamente a sus mastines para que le chumbaran a los críticos: el diputado Kunkel y el propio jefe de gabinete lanzaron fuertes ladridos contra Reutemann y De la Sota, subrayando de ese modo el creciente debilitamiento del punto de vista oficial en las filas del peronismo.
A la crítica justicialista hay que sumar la de la casi totalidad de la oposición, desde el macrismo a la UCR, pasando por la influyente postura de la señora Carrió e inclusive por una buena porción de la izquierda. El hecho de que en el acto de Rosario estuviera presente una dirigente de las Abuelas de Plaza de Mayo (y las opiniones que esta señora expuso unos días después en los medios) es sumamente significativo. El gobierno había convertido al tema de los derechos humanos en un poderoso escudo defensivo de su sistema de poder: hoy hasta ese escudo se ve fisurado.
La respuesta oficial al reclamo del campo –una resolución administrativa unilateral que no contempla ni las principales objeciones del sector ni los reclamos de federalismo fiscal que emergieron de las movilizaciones- desnuda con elocuencia la situación de retroceso en que se encuentra el kirchnerismo. El gobierno intenta disimular su aislamiento con gestos ofensivos y, cerrado al diálogo, actúa de modo autista negando que su actitud ante el campo sea confrontativa. En el resto de los desafíos importantes que afronta el país –energía, inflación-, el gobierno aparece anémico o vaporoso. Sus fuerzas no le permiten atender muchos frentes al mismo tiempo.
El ominoso aislamiento del gobierno, su propensión a construir trincheras en lugar de puentes, para ponerlo en las palabras del cordobés De la Sota, obliga a pensar que la vocación destituyente que el poder atribuye a sus críticos empieza a encarnarse en su propia actitud autodestructiva.
OTRAS VOCES, OTROS AMBITOS
Publicado en la Capital de Mar del Plata, 250508
Ya fue comido el fruto de la estación pasada
Y, saciada, la bestia pateará el cubo vacío.
Pues las palabras del año que pasó
pertenecen al idioma del año que pasó
Y las del año próximo aguardan otras voces.
T.S. Eliot, Cuatro Cuartetos, 4, II
Diez días y una eternidad atrás, en aquel acto del PJ en el estadio de Almagro donde calló Néstor Kirchner y su esposa exhibió por un instante el ramo de olivo, el oficialismo inició un repliegue táctico que, en rigor, procuraba envolver y quebrar la unidad de las entidades ruralistas, desmovilizar la pueblada de la Argentina interior y, sobre todo, desactivar la convocatoria del campo al acto del 25 de Mayo ante el Monumento a la Bandera, en Rosario.
El discurso de la señora de Kirchner y el silencio de su marido fueron asumidos por muchos analistas como una señal unívoca de súbita sensatez gubernamental; puesto que parecía haber ocurrido ese milagro, una fuerte presión se ejerció entonces sobre el movimiento campesino para que no dejara pasar la aparente oportunidad de un diálogo civilizado. Esa presión no era sólo fruto de la fatiga, sino de la preocupación que se registraba en centros nerviosos del sistema de negocios ante la retracción de la actividad y a la tendencia en alza en todo el país al retiro de depósitos de los bancos y a la compra de dólares, clásico recurso en situaciones de inseguridad. La amenaza de que entraran en acción las formaciones especiales kirchneristas que comanda Luis D'Elía incrementaban los temores de violencia y las ansias de un urgente arreglo.
El gobierno procuró utilizar ese desasosiego empresarial en beneficio propio: impulsó pronunciamientos de organizaciones no agrarias, negoció treguas con algunos sectores influyentes y trató de derivar toda la presión sobre el campo. "El oficialismo – se advertía aquí una semana atrás- alentó la ilusión de que de inmediato, después de ese complicado uno-dos , izquierda y derecha, propinado por D'Elía y la Señora, se produciría el abandono del adversario". Esa ilusión no se consumó: el campo anunció el lunes 19 y abrió el miércoles 21 un paréntesis en las medidas de fuerza para facilitar las negociaciones, pero lo hizo reclamando que se tratara de una buena vez el tema disparador del conflicto, las famosas retenciones móviles impuestas el 11 de marzo. Aclaró además que en ningún caso suspendería su acto en Rosario.
El gobierno no había conseguido quebrar la unidad de las entidades rurales, ni disuadir al campo de manifestar masivamente el 25 de Mayo. Tan pronto como constató ese fracaso, el elenco oficial volvió a empacarse. Así , el jueves 22 montó un acto repetido: el jefe de gabinete escenificó para las cámaras su cordialidad con los representantes del campo y enseguida, a puertas cerradas, pospuso una vez más el debate de las retenciones. Ahora es muy improbable que el numerito pueda reiterarse: es difícil que el campo acepte sentarse a solas con representantes del gobierno central: exigirá, en todo caso, mediadores y testigos, trátese de la Iglesia, que en su momento ofreció sus servicios, o de gobernadores: varios de ellos, y de diferentes banderías, también lo han hecho.
El retroceso táctico dictado por Néstor Kirchner una semana antes no sirvió de nada: el gobierno ha vuelto a encerrarse en su burbuja, una obstinación que tiene un costo. El viernes volvieron a caer los bonos, se reiteraron las operaciones con papeles y acciones que permiten sacar divisas del país sin interferencia oficial, los bancos perdieron casi 1.000 millones de pesos de depósitos y renació la demanda de dólares, lo que obligó al Banco Central, como había ocurrido la semana anterior, a deshacerse de reservas. En una Bolsa que se mostraba en baja, se destacaba la caída de acciones de bancos, como el Galicia y el Macro.
La inflación y la pobreza que el INDEC dibuja pero la sociedad sufre sin maquillaje son otros tantos costos.
Y las encuestas de opinión pública son otro registro de quebrantos para el gobierno. Según la última muestra nacional realizada por la prestigiosa firma Poliarquía, por ejemplo, la imagen positiva de la señora de Kirchner experimentó en lo que va del año 2008 una caída de 30 puntos, 10 de los cuales se perdieron durante el mes de abril, es decir, en el clímax del conflicto con el campo. Actualmente sólo 26 de cada 100 personas tiene un juicio favorable sobre la presidente, mientras 34 de cada 100 la evalúan negativamente: las opiniones desfavorables crecieron un 20 por ciento desde enero. El esposo de la presidente, que durante años se ha alimentado de encuestas, hoy las descalifica como "truchas". Tal vez ahora le encargue al INDEC sus estudios de opinión pública.
Néstor Kirchner sigue convencido de que aflojar frente a la pueblada de la Argentina interior dejaría al gobierno de su familia definitivamente debilitado. Probablemente no le falte razón. En cualquier caso, su apuesta por tensar el conflicto tampoco carece de riesgos. Es cierto que el estilo áspero y confrontativo del oficialismo muchas veces intimida e inmoviliza a sus adversarios , pero en las últimas semanas, si bien tuvo influencia sobre algunos sectores que se colocan a los costados del conflicto central, esa táctica no consiguió inmovilizar o aislar al campo. Más bien a la inversa, ha sido en las filas oficialistas donde se notaron deserciones, vacilaciones y dudas hamletianas. Los rasgos rígidos e hipercentralistas de manejo del kirchnerismo empiezan a ser cuestionados. El bloque de diputados del Frente por la Victoria ya padece sangrías y está a punto de partirse formalmente. Muchos hombres que todavía no se animan a hablar en voz alta consideran que la Casa Rosada no sabe cómo salir del atolladero, no tiene políticas y abusa de las consignas. Y a veces, ni siquiera se consideran plausibles las consignas. Una docena de intendentes de zonas rurales bonaerenses electos por el Frente por la Victoria fueron convocados por el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli y el Director de Análisis Político de la Unidad Presidente, Juan Carlos Sereno: se trataba de bajarles línea, inyectarles optimismo y reclamarles ayuda para trasladar gente al acto de Salta, donde habla el 25 la señora de Kirchner. Los alcaldes, algunos de los cuales sufrieron en sus ciudades el cuestionamiento de los productores y los vecinos, y hasta la toma de locales municipales, pese a una charla extensa expresaron con reiteración sus dudas. Como para convencerlos definitivamente, el Director de Análisis Político de la Unidad Presidente les dijo entonces con la mayor seriedad: "En el Horóscopo Chino, 2008 es el año de la Rata de Tierra y Cristina es Serpiente de Agua. Hay gran complementariedad. A Cristina le va a ir todo fenómeno este año". Pese al vaticinio, los intendentes regresaron a sus pueblos intranquilos y difícilmente empleen ese argumento para convencer a sus vecinos. Algunos probablemente abandonen pronto el oficialismo.
Un kirchnerista de vara alta explica así la estrategia de su jefe máximo: "Es obvio que si acuerda con el campo se debilita y eso no se lo puede permitir, porque no sólo se lo comen los adversarios, sino que se le suben a la nariz hasta los que hoy están enrolados como propios. Néstor no tiene cartas como para elegir un juego entre varios: si no quiere entregarse, está obligado tensar y agrupar a su alrededor a los disciplinados, a los obedientes, a los que no dudan. La confrontación fortalece a los propios, les da musculatura a tus soldados. El gobierno tiene que resistir y pasar esta crisis con esos elementos. Si lo hace, después vienen las elecciones del 2009 y todo lo que hoy muestran las encuestas y lo que se esconde detrás de las columnas del campo se disgregará. Entonces les ganamos las elecciones con una fuerza vigorosa y unificada. Nosotros somos el gobierno y la oposición política no existe".
Proyectarse a las elecciones del 2009 puede ser una señal de extremo optimismo o de desesperación ante el presente. Para los comicios programados faltan muchos meses aún, en cambio es ahora cuando hay que dar soluciones a un país que esta revuelto, tenso y polarizado y hay que dar respuestas a una economía que muestra síntomas de alarma, a una producción que no ve señales claras, a una sociedad que parece haber dejado de creer en el gobierno, y a un mundo que parece haber dejado de creer en la Argentina.
En cualquier caso, se adhiera o no a aquella visión que nutre al oficialismo, lo cierto es que los Kirchner han estado en condiciones de imponerla a la Argentina durante todos estos años, y así hemos llegado a este mes de mayo. De hecho, los actos que este domingo se desarrollarán en Salta y en Rosario son una metáfora del conflicto y, como señalamos en este espacio, "esa tensión no está determinada por un capricho, sino por circunstancias objetivas", por lo que "no puede considerarse equilibrada una equidistancia entre ambos bandos; todo compromiso entre ellos es de vida corta, una mera postergación de la hora de la verdad. Es preferible hacerse cargo del conflicto y ponerse del lado que cada uno prefiera".
El campo se ha convertido en el emergente de un reclamo de equidad, pluralismo, democracia y federalismo; el gobierno aplica en la política y en la economía una regla centralista y confiscatoria; necesita desafiar los hechos y los datos de la realidad cuando ellos no caben en su propio "relato", el discurso del poder; su conducta no reside en admitir conflictos circunstanciales sino en estimular como estrategia la confrontación permanente. Con ese comportamiento gobernó cuatro años,así triunfó el año pasado. Habrá que ver si lo que funcionó hasta el año pasado es útil ahora y en el futuro. O si se precisan nuevas palabras, nuevas voces.