Del desapego cívico al renacimiento de la política
(publicado en La Capital de Mar del Plata el 281007)
¿Asiste la Argentina a un espontáneo movimiento de rebelión cívica? La noticia de que miles de ciudadanos rechazaron la carga pública de ser autoridades de mesa en las elecciones presidenciales induce a pensar en algo más sanguíneo que la mera apatía o el desapego; una actitud de esa naturaleza, que afronta el riesgo de sanciones (aunque exista todo el derecho al escepticismo sobre la capacidad punitiva del Estado en estos casos) y que es compartida por tantas personas, hace pensar en una demostración social de decepción sobre la naturaleza del comicio en trámite y una prueba sintomática de desconfianza en el sistema institucional de autoridad. Si se quiere, parecería un coletazo tardío del “que se vayan todos” que se extendió en la crisis del año 2001.
Si efectivamente este amplio movimiento de rechazo a la carga pública es la espuma de una ola mayor que estaría discurriendo por debajo, habría que prever que el fenómeno se manifieste en la elección del domingo 28 bajo diversas formas, desde el ausentismo hasta el voto negativo.
Si, como hacen los detectives de la novela negra, se preguntase a quién beneficia electoralmente una tendencia de esa naturaleza, la respuesta sería sencilla y rápida: a la candidata del gobierno, a la señora de Kirchner. ¿Por qué? Porque, como a los efectos de aplicar las normas sobre ballotage lo que se toma en cuenta son porcentajes de votos positivos emitidos, un candidato incrementa su porcentaje no sólo por cada nuevo voto que recibe, sino por cada persona que no concurre a votar o por cada una que lo hace en blanco o que anula el sufragio.
Y este dato es muy importante para la esposa del presidente, porque –habida cuenta de la atomización de los opositores- lo que ella necesita para evitarse una segunda vuelta es superar el 40 por ciento de los votos positivos emitidos (así eso represente el 30 por ciento del padrón).
Justamente porque la señora de Kirchner aparece como principal beneficiaria potencial de la ola de apatía, desapego y desinterés electoral muchas mentes suspicaces han creído que esos sentimientos no son obra de la casualidad, sino que han sido meticulosamente promovidos por el oficialismo. Citan como aval de esas hipótesis conspirativas un hecho indiscutible: el gobierno dedicó muchos meses a imponer en el ánimo público la idea de que el oficialismo tenía asegurada la victoria y que la reelección del kirchnerismo por interpósita cónyuge ya estaba dictaminada por el Destino.
Aunque ése, efectivamente, haya sido el comportamiento del gobierno, no basta con tal dato para establecerlo como causa única o principal del desinterés electoral o el rechazo a las cargas públicas.
Sobre este último punto, otras hipótesis conspirativas imaginan que, en rigor, no habría habido tal rechazo, sino que muchísimas de las personas sorteadas para presidir mesas comiciales nunca recibieron las citaciones, por ineficiencia o designio del Correo Argentino, encargado de los envíos. Estas conjeturas abundan en evocaciones sobre el dudoso papel jugado por esta empresa reestatizada en la crisis electoral cordobesa y sobre las acusaciones de complicidad en maniobras de fraude que lanzó entonces contra ella el candidato independiente Luis Juez.
Como se ve, unas sospechas se apoyan en otras, y algunas contradicen a otras. Lo significativo quizás sea que la atmósfera de indiferencia y los síntomas de rebeldía aparezcan acompañados por la sospecha.
La oposición, que no se caracterizó por su propensión asociativa en este proceso, coincidió sí en establecer una red de cooperación para preservarse colectivamente de eventuales maniobras del oficialismo. La sospecha, una vez más, aparece como motor de comportamientos políticos.
En cualquier caso, hay apenas unas horas de distancia hasta que las urnas ofrezcan su resultado. Después de ese trámite se inicia un nuevo capítulo.
Si se confirmaran las encuestas publicadas (que casi unánimemente le adjudican el triunfo sin necesidad de ballotage a la primera dama), ese capítulo es, si se quiere, el inicio de una secuela: los mismos personajes, con leves cambios de roles, continúan tratando de hacer lo mismo, sólo que probablemente en circunstancias nuevas.
¿Dónde está la novedad? En varios campos. El gobierno del doctor Kirchner se benefició con una situación internacional excepcional que podría estar cambiando un poco a partir de la llamada crisis de las hipotecas en Estados Unidos. Pero, más allá de ese importantísimo factor, en el plano interno fue premiado por una doble circunstancia: de un lado, tomaba un país que, a raíz de la crisis legada por el gobierno de la Alianza, producía muchísimo menos de lo que posibilitaba su capacidad instalada fortalecida con las grandes inversiones de la década del 90; además, sus logros se comparaban con uno de los momentos más bajos de las series productivas y distributivas. El rebote económica lucía más y mejor en esas circunstancias.
Quien suceda a Kirchner se debe hacer cargo del hecho de que la inversión durante los años de este gobierno fue baja y de calidad irregular (muy impregnada por el peso estadístico de la construcción y los teléfonos celulares) y de que las empresas están trabajando al límite de la capacidad instalada. En cuanto a la inversión extranjera, el retroceso es dramático.
Otros hechos: la inflación es un dato de la realidad, por más que la señora de Kirchner prefiera creerle a las cifras dibujadas del INDEC. Las pujas distributivas se acentuarán y en ese paisaje habrá que hacerse cargo de temas que Kirchner barrió bajo la alfombra durante todo su período, como la actualización de las tarifas.
En el plano político, el gobierno de Kirchner concluye con dos datos que deberían preocuparlo tanto como a su señora esposa: parece consumado el divorcio del kirchnerismo con las clases medias de las grandes ciudades, una tendencia que empezó a revelarse un año atrás en el plebiscito misionero y que se manifestó luego en la Capital Federal, en Rosario, en Santa Fé…
Fue en esa clase media donde Kirchner encontró apoyo durante sus primeros años de gestión y fueron las encuestas que mostraban ese respaldo el instrumento que Kirchner empleó para disciplinar al peronismo. Ahora, mientras se evapora el respaldo de opinión pública, empieza a desperezarse el peronismo. Más allá de los votos que recaude la candidatura de Alberto Rodríguez Saa el 28 de octubre, ya se observa la tendencia a actuar críticamente de hombres como José Manuel De la Sota (que no esperó a los comicios presidenciales para cuestionar) y otros gobernadores salientes que se preparan para reconstruir el justicialismo, el más numeroso de los partidos políticos argentinos, pero sólo uno más de los que la crisis y algunas acciones deliberadas han maniatado e inmovilizado en momentos en que el país más los necesita vivos y sensibles para reconstruir la política, las instituciones y los vínculos con un mundo que cada vez nos ve más lejos.
Habrá que ver si el desapego y la rebeldía cívica son el epílogo de una dercadencia o el preámbulo de un renacimiento.
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