29/10/07

Paradojas de un triunfo


KIRCHNERISMO, PERONISMO Y OPINION PUBLICA



Con 8.156.000 sufragios recogidos en todo el país, la candidata oficialista Cristina de Kirchner obtuvo el respaldo de un 29 por ciento del padrón electoral: 2 de cada 7 inscriptos. Esos números le resultaron suficientes para sortear el ballotage porque la ley contabiliza los porcentajes no sobre el total del electorado, sino sobre los votos válidos positivos (es decir, excluidos los anulados y en blanco, que en estos comicios alcanzaron un 6 por ciento) y el ausentismo fue muy alto: sólo votó el 71,47 por ciento de los inscriptos.
Si bien se mira, la victoria obtenida por la primera dama es la coronación de un fracaso. El kirchnerismo, desde el inicio de su gestión, procuró transformarse en expresión de algo nuevo (primero bautizado tarnsversalidad, más tarde concertación), diferenciado del peronismo. Tanto el presidente como su esposa tomaron distancia de las tradiciones y la simbología peronista, y dedicaron a muchos de sus dirigentes palabras y señales de cuestionamiento y desprecio, resumidas en aquellas alusiones a Don Corleone que la primera dama dedicaba dos años atrás a su antiguo benefactor, Eduardo Duhalde, y al denigrado “aparato bonaerense”. Como parte de ese diseño oficialista debe contabilizarse la atmósfera de sospecha y condena con la que, en virtud de sus vínculos con todo el peronismo (sin excluir por cierto el peronismo noventista), se puso en cuarentena al vicepresidente Daniel Scioli, se lo aisló con una burbuja sofocante en la que éste sólo consiguió sobrevivir merced a su imbatible vitalismo.
Montado en el primer período de su administración sobre un fuerte apoyo de la opinión pública (cuyo núcleo decisivo son las clases medias y altas de las grandes ciudades), el kirchnerismo intentaba reconstruir desde arriba una suerte de neo-Alianza mientras, merced a ese respaldo y al manejo discrecional de una caja cuantiosamente nutrida por los ingresos de las exportaciones agrarias, mantenía disciplinado y anestesiado al movimiento justicialista.
¿Fue esa construcción transversal, concertadora y distanciada del peronismo tradicional lo que sostuvo el domingo 28 de octubre la performance electoral de la señora de Kirchner? En modo alguno. Si la candidata oficialista ganó sin necesidad de ballotage fue merced al respaldo de los núcleos duros del peronismo del conurbano (el aparato de los intendentes ex duhaldistas) y de buena parte de los gobernadores peronistas del noroeste. Algunos destellos de renovación interna en ese cuadro no alteran su sentido general. La señora superó su marca general en las comunas gran bonaerenses conducidas por exponentes de aquel “aparato” que supo condenar y en aquellas provincias en las que gobernadores peronistas (a veces hasta hostigados desde la Casa Rosada) aportaron su organización y su clientela. En la provincia de Buenos Aires, por cierto, fue esencial la contribución de Daniel Scioli, que traccionó votos en beneficio del logro sin segunda vuelta de la candidata presidencial.
Si por una parte el respaldo provino de aquello que el gobierno había atacado y lapidado, sucede como complemento que lo que en su tiempo fuera la plataforma desde la que el kirchnerismo pretendía construir su transversalidad –la opinión pública de las ciudades- confirmó el domingo 28 su divorcio del oficialismo, una tendencia que venía observándose desde fines de 2006, cuando el plebiscito misionero frustró las aspiraciones a la reelección perpetua del gobernador Rovira y forzó a Kirchner a tomar medidas de emergencia. Ese deslizamiento se vería consolidado con el triunfo de Mauricio Macri en la ciudad de Buenos Aires, el ARI en Tierra del Fuego (con eje en Ushuaia) y el del socialismo en Rosario y Santa Fé. En estos comicios el kirchnerismo fue derrotado en todas las grandes ciudades. Las clases medias urbanas buscaron distintas herramientas para el mismo objetivo: la más empleada fue la boleta de Elisa Carrió: ella se quedó con la victoria en la ciudad de Buenos Aires (jugó esta vez el papel que Mauricio Macri había desempeñado en las elecciones locales), en Rosario, en La Plata, en Mar del Plata, en Bahía Blanca, entre otros centros urbanos de importancia. Pero en Córdoba el instrumento elegido fue la boleta de Roberto Lavagna, que ganó la provincia y también la capital provincial, a caballo de un renaciente radicalismo y, sobre todo, del disgusto del peronismo cordobés con el kirchnerismo, expresado públicamente por el gobernador José Manuel De la Sota antes de los comicios.
El retroceso marcado del oficialismo en el mundo de las clases medias urbanas talvez se resuma en la performance porteña de Daniel Filmus, el candidato a senador kirchnerista, que el domingo 28 obtuvo menos votos y un porcentaje menor que en la primera vuelta de los comicios locales de cuatro meses atrás, cuando se postulaba a Jefe de Gobierno. Otro dato: en la provincia de Mendoza la señora de Kirchner, apoyada por el llamado “radicalismo K” gobernante y también por un sector del peronismo, superó el 60 por ciento. Pero en la ciudad capital de Mendoza, aquel porcentaje se derrumbó al 36 por ciento.
El notorio, sostenido en el tiempo y probablemente definitivo divorcio entre el kirchnerismo y las clases medias urbanas es un dato significativo. Sin el respaldo de estos sectores el oficialismo pierde un instrumento que le había resultado esencial para ordenar el peronismo. Lo pierde precisamente en el momento en que crece su dependencia del peronismo y cuando esa dependencia se vuelve muy notoria para los justicialistas. La señora de Kirchner probablemente se verá forzada a desandar su camino de diferenciación y la reorganización democrática del peronismo –y, obvio, la lucha por su conducción- se convertirá en un tema central de la agenda política. La construcción desplegada por los hermanos Rodríguez Saa, Carlos Menem y Ramón Puerta, más allá de los resultados electorales obtenidos, debe ser vista en esa perspectiva, lo mismo que los pronunciamientos públicos de De la Sota y los discretos movimientos de Juan Carlos Romero y Rubén Marín o los aprestos que se observan en sectores del movimiento obrero.
La doctora Elisa Carrió, que en su discurso de la madrugada del lunes 29 pareció despedirse de futuras candidaturas (aunque nunca se sabe), consiguió expresar en estos comicios a sectores heterogéneos de las clases medias, principalmente urbanos, pero también de comunidades rurales más pequeñas. De hecho, triunfó en tres secciones electorales bonaerenses. Procuró para la Coalición Cívica que encabezó una interesante plataforma legislativa y de influencias locales (municipios, legislaturas provinciales) que ahora habrá que ver si consigue sostenerse en el tiempo.
El oficialismo debe ahora digerir esta rara victoria que testimonia el fracaso de una opción política y prepararse para cargar con sus efectos, así como con las consecuencias de las políticas públicas aplicadas durante cuatro años, con tantas cuestiones ocultas bajo la alfombra. Es el precio del éxito.

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