8/6/08

Crisis política y licuación de poder


Lo que sigue es la intervención de Jorge Raventos en el panel Crisis Política y Licuación del Poder, organizado por el Centro de Reflexión para la Acción Política Segundo Centenario, el 3 de junio en la Universidad de Ciencias Empresriales y Sociales (UCES), con la intervención de Pascual Albanese y Jorge Castro.


Un movimiento de fuerza que ya dura más de ochenta días; concentraciones en toda la geografía argentina, algunas de ellas de una dimensión inédita, como la del 25 de mayo en Rosario; un gobierno impotente para poner fin al conflicto, un gobierno que procura disimular sus retiradas con provocaciones…
Agreguemos: un equipo de funcionarios devaluado desde arriba, desde la cúpula misma del poder; un secretario de Agricultura al que se le prohíbe el ingreso a reuniones con el sector; y un jefe de gabinete que transparenta su apartamiento, es forzado a desdecirse de compromisos y declaraciones y debe soportar el destrato de subordinados con buen palenque.
Si hiciera falta más para describir una situación crítica, sumemos otros datos: un congreso transformado en escribanía del Poder ejecutivo y una titular del Poder Ejecutivo convertida en figura exclusivamente protocolar y vaciada por su cónyuge del poder que él ejerce fácticamente. Un sistema político descalabrado totalmente desbordado por la correntada del proceso político. La Iglesia preocupada por los signos de disgregación y quiebra de la paz social. Como significativo telón de fondo: inflación creciente, pobreza creciente, deuda creciente, inversión deprimida y producción que flaquea. No hay duda de que la situación es crítica. Y que la crisis es de proporciones.
Muchas crisis se desatan inesperadamente y sorprenden porque no son el producto de malos vientos previsibles o de malos circunstancias, sino que ocurren en tiempos auspiciosos, en momentos de oportunidad. Lo que provoca perplejidad es, precisamente, la paradoja aparente de que la crisis ocurra no “a pesar”, sino “porque” se abre ante la Nación una gran oportunidad.
El oficialismo, con ánimo denigratorio, ha caracterizado las asambleas chacareras junto a las rutas como “piquetes de la abundancia”. El afán confrontativo impidió al gobierno descubrir todo el sentido que escondía la frase. Porque, en efecto, puede hablarse de “piquetes de la abundancia”, pues sus actores han tomado conciencia de la oportunidad histórica que el mundo ofrece a la Argentina, comprenden la abundancia de la demanda de alimentos argentinos, entienden sin haberlo leído lo que avizoraba Juan Perón en 1973: “Si sabemos proceder, seremos los ricos del futuro, porque tenemos lo esencial en nuestras reservas (…)debemos dedicarnos a la gran producción de granos y de proteínas, que es de lo que más está hambriento el mundo actual”. Lo que el General anunciaba hace más de tres décadas, es realidad actualmente. Y los productores del campo no sólo lo han comprendido sino que han llegado a una conclusión similar a la que expresó el presidente de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi: que “el gobierno de los Kirchner” es un obstáculo entre la potencia y el acto, entre la oportunidad histórica y su aprovechamiento nacional.
Al empezar este conflicto, Buzzi no imaginaba que iba a ser impulsado pronunciar esas palabras. El presidente de la Federación Agraria seguramente en octubre del año pasado votó por Cristina Kirchner, se declara amigo de Luis D’Elía. Y seguramente ése no es el único ni el más importante de los amigos ideológicos que ha compartido con el gobierno de los Kirchner.
Hay algo que está más allá de los gustos y las afinidades personales en este conflicto, algo que los supera. Lo que impulsó a Buzzi a decir lo que dijo (e iluminar con sus palabras un rasgo relevante de esta crisis) es la naturaleza objetiva del conflicto.
Por cierto, el gobierno tampoco imaginaba el 11 de marzo, al poner en marcha esta fase del conflicto, que pondría en movimiento lo que puso, ni que iba a llegar a describir a Buzzi como golpista. El gobierno observaba en su horizonte necesidades financieras, vencimientos de la deuda y concibió como una empresa sencilla y políticamente redituable financiarse con los beneficios de la renta agraria diferencial, a través de un fuerte inremento de las retenciones.
Néstor Kirchner se considera moralmente facultado para esa apropiación, pues adjudica lo que describe como superganancias del campo a virtudes de su gobierno, no al trabajo y la inversión de los agrarios ni a ese efecto de la globalización que permite a la Argentina gozar de los formidables precios que impulsa la demanda de China e India. Por otra parte, Kirchner estaba convencido de que enfrentar al campo –él sigue usando la palabra “oligarquía”- es un buen negocio político. El gobierno se maneja con pocos conceptos. Llama muchas cosas y fenómenos diversos con la misma palabra. Y la mayoría de esos pocos conceptos yu palabras son anacrónicos.
Hay una armonía profunda entre el aislamiento internacional en que el gobierno ha sumido al país y su enfrentamiento con el campo: el campo es la llave maestra para la inserción competitiva de Argentina en el mundo. El gobierno confiesa esa íntima concordancia cuando define como objetivo el “desacople” argentino de la economía mundial. Subyace allí la fantasía o la quimera del aislamiento pleno, de una situación en la que la voluntad del gobierno tenga el monopolio total sobre sus súbditos, que su “relato” sea la única verdad del reino, que no haya interferencias externas ni resistencias internas que puedan retacear o recortar su imperio.

Al resistir la apropiación centralista, el campo puso en marcha los aceleradores de la crisis. El primero fue, si se quiere, la toma de conciencia por parte del sector agrario de la influencia política que tiene y puede ejercer, de la representación que puede asignarse. Emergió así y se ubicó en el abierto escenario político (y lo desequilibró por propio peso) un actor largamente inmóvil.
Esa conciencia de la propia fuerza estimuló, por otra parte, la adhesión de sectores que durante años vinieron soportando la acción de un gobierno golpeador, al observar la presencia de un desafiante con decisión y fuerza para resistir los golpes.
Rápidamente el campo fue impulsado más allá de su primera reivindicación sectorial. La impugnación de las usurarias retenciones móviles fue fundda no sólo en el daño económico que ocasionaba al sector, sino en su naturaleza expropiatoria de recursos de los pueblos del interior. La condición no coparticipable de las retenciones, su condición de gabela embolsada en exclusividad por la Caja de la Corona, no sólo incrementó la legitimidad del reclamo, sino que incorporaba a su despliegue potencial una reivindicación profunda e históricamente arraigada en la Argentina interior. El movimiento agrario tomaba en sus manos la bandera del federalismo.
De pronto, cuaro entidades gremiales del campo, unidas excepcionalmente por las circunstancias (y por las medidas y la actitud hoatil del poder central) emergían como la proa de un movimiento político.

Político, porque empezó a contar con un programa más amplio que uno de pura reivindicación sectorial: un programa que enfrenta el sistema centralista confiscatorio de matriz parasitaria sobre el que se asienta el gobierno, que a través del despliegue sectorial reclama el aprovechamiento de la oportunidad histórica de la Argentina, es decir, su vinculación con el mercado globalizado y sus principales motores.
Pero político, asimismo, porque así lo ha definido su contraparte, el gobierno de Kirchner, que lo describe –adoptando un término urdido por el mandarinato kirchnerista- como un movimiento “destituyente”.
En la naturaleza propia de las entidades gremiales no hay rasgos destituyentes de la contraparte. Las entidades gremiales se realizan en la negociación, en el diálogo, y en ese sentido instituyen a la contraparte, la necesitan. “Aprietan pero no ahorcan”, sus triunfo s residen en emujar a la contraparte a acepdtar la mayor parte del propio pliego de condiciones, no en suprimirla.
Hay pues una disonancia entre la proyección política y el ánimo destituyente que el gobierno descubre en el movimiento lanzado por el campo y el hecho de que su conducción no sea política, sino gremial, sectorial.
Alguna analogía puede contribuir a iluminar esa situación. En mayo de 1969, un casi trivial episodio ocurrido en un comedor estudiantil de la Universidad del Nordeste, en Resistencia, derivó en sucesivas y progresivamente crecientes movilizaciones que tuvieron su epicentro en Rosario y en Córdoba.




SEIS MESES DESPUES


Publicado en La Capital de Mar del Plata, 080608


Al cumplirse seis meses del segundo período de gobierno de la familia Kirchner, el balance que dictan los estudios de opinión pública es inequívoco: tanto la presidente como la administración oficialista reciben mayoría de calificaciones negativas. La caída de imagen de la presidente y el rumbo que imprime a la gestión su esposo, que actúa como gran timonel del gobierno, inquietan seriamente a varios ministros y a algunos de los dirigentes justicialistas que tienen que dar la cara por ellos.

De esos seis meses, la mitad fue consumida por el conflicto con el campo –es decir, con el sector más competitivo y extendido de la producción nacional-, una pelea extenuante, gatillada por una disposición de cuestionada legalidad y de chapucera confección, cuyos errores, que condujeron a la renuncia del ministro que la redactó, admitió el propio oficialismo. Pese a esos rasgos, el gobierno estableció como cuestión de honor la terca defensa de la medida y se empeñó en una batalla de la que sólo considera digno emerger después de hacer hocicar a cualquier costo a los productores que la impugnaron.

Hay coherencia entre el aislamiento internacional en que el gobierno ha sumido al país (y que parece preferir) y su voluntad de aplastar al sector agrario: el campo es la llave maestra para la inserción competitiva de Argentina en el mundo. Imponer la lógica oficialista en la producción agraria –el "modelo" kirchnerista centralista y confiscatorio- es tirar al mar la llave de la inserción mundial de la Argentina.

Exponiendo su curiosa concepción del orden y el gobierno, Néstor Kirchner arengó esta semana a los suyos (un grupo que vacila con el paso de las horas y se encoge con el paso de los días) afirmando que serán los productores agrarios, y no el gobierno, los que "tendrán que asumir los costos" que impone la prolongación de la pulseada. Como si la misión gubernamental consistiera en tirar la piedra, esconder la mano y observar el paisaje. En rigor, el campo dio reiteradas muestras de su disposición a arreglar las diferencias por la vía de la negociación, mientras el gobierno optaba por cortar las instancias de diálogo, decidir medidas unilateralmente y echar leña al fuego, con palabras, con gestos y con hechos.

A mediados de la última semana, la irrupción en el escenario del conflicto de un nuevo actor pareció una nueva jugada dispuesta por el oficialismo para hostigar a los productores y culparlos de las consecuencias: los camioneros transportistas de grano decidieron bloquear totalmente rutas en las provincias agrarias, amenazando el abastecimiento de amplios sectores de la población. Pese a que el bloqueo afectó desde el principio a centenares de sus afiliados que quedaron paralizados por los piquetes de los transportistas, el oficialista Sindicato de Camioneros de la familia Moyano aplaudió los bloqueos, mientras el ministro de Interior, Florencio Randazzo los consideraba "justificados" por "el paro salvaje" del sector rural. Concentrado en las palabras, la inacción del ministro era una confesión de impotencia ante el desabastecimiento potencial y el cumplimiento de la consigna de Néstor Kirchner: pasarle la factura de todo y de cualquier cosa a las entidades agrarias.

Puesto que el oficialismo se desentendía de todo lo que no fuera la terca insistencia en las resistidas retenciones móviles y la búsqueda de una derrota del sector rural, otros actores asumieron la responsabilidad de buscar soluciones –o, al menos, salidas- al largo conficto.

El jueves, tras una reunión de urgencia de la Conferencia Episcopal, la Iglesia, preocupada por las amenazas contra la paz social y por la posibilidad de que "nuestras relaciones sigan marcadas por la confrontación", solicitó "encarecidamente" a la señora de Kirchner la convocatoria "con urgencia a un diálogo transparente y constructivo", exhortando a un gesto de grandeza. Pidió simultáneamente a los ruralistas que reconsideraran sus estrategias de protesta, pues ""no es una las calles ni en las rutas donde solucionaremos los problemas", por justas que sean las reivindicaciones.

Ese mismo día, el gobernador de Santa Fé, el socialista Hermes Binner, convocaba a una asamblea de fuerzas vivas –una suerte de cabildo abierto- en la sede del gobierno provincial y promovía una declaración convergente con la exhortación de los obispos. Sugería a la Presidente que retrotrajera la situación al día anterior a la imposición de las retenciones móviles y citara al Consejo Nacional Agropecuario ampliado (un ente que reúne a los gobiernos de provincias, al de la Nación y a las entidades del campo) para debatir en ese ámbito una política agropecuaria en la que tengan participación todos los sectores involucrados. Y pedía a los sectores rurales que pudieran fin al paro agropecuario.

También el jueves, el Defensor del Pueblo de la Nación, Eduardo Mondino, llamó a las entidades rurales, al jefe de Gabinete Alberto Fernández y al ministro de Economía Carlos Fernández a una audiencia a realizarse el lunes 9, para buscar una solución al conflicto. El funcionario reclamó como condición que al momento de producirse la reunión no debía estar en vigencia ninguna medida de acción directa.

Al día siguiente, haciéndose eco de esos pedidos, las entidades anunciaron –tras una extensa deliberación y frecuentes contactos con las asambleas de base en todo el país- que el paro agrario cesaba el último minuto del domingo 8. Fue una decisión fuerte: los directivos de la Federación Agraria, Las Confederaciones Rurales, Coninagro y la Sociedad Rural asumieron ese nuevo gesto de distensión mientras desde el gobierno continuaban emergiendo palabras de hostigamiento, que con las horas tomarían como blanco también a la Iglesia y a los gestos de Binner y Mondino. Las respuestas parecen adelantar la actitud que el oficialismo mantendrá la próxima semana: insistir con la defensa de las retenciones móviles.

"Es casi irrespetuoso que le pidan un gesto de grandeza al gobierno -replicó el ministro de Justicia Aníbal Fernández a la Iglesia y a Binner-; quienes lo están pidiendo debieran estar asociados a la idea de igualdad".

En cuanto a la convocatoria del Defensor del Pueblo, los voceros oficiales pusieron en duda la asistencia de los representantes del gobierno, porque –argumentaron- éste "no necesita de mediadores". Mondino les respondió de sobrepique: "Lo mío no es un a mediación, es una acción legal. Si los convocados no concurren estarán quebrando la ley. Los funcionarios deberían conocer la Constitución".

No sólo en ese aspecto hay gente que duda de ese conocimiento. Varios constitucionalistas sostienen que las retenciones que le han permitido al gobierno disciplinar a tantos gobernadores e intendentes son inconstitucionales, ya que se trata de impuestos, y estos deben ser aprobados por el Congreso. El principio de "ninguna imposición sin representación" es un rasgo característica de los regímenes legales de Occidente. Que el Poder Ejecutivo decida unilateralmente la imposición (y que, además, merced a los superpoderes, disponga el destino de los recursos ignorando la Ley de Presupuesto) equivale a que en un edificio de propiedad horizontal haya vía libre para que sea el administrador (y no los copropietarios) quien decida sin apelación el monto y la asignación de las expensas.

Las retenciones móviles tras las que el gobierno se atrincheró tienen además estas objeciones: ni siquiera fueron fruto de un decreto presidencial, sino de una reglamentación de menor jerarquía, una resolución ministerial (del mismo ministro que fue despedido por suscribirla); su alcance, por otra parte –al imponer cargas que van desde el 45 por ciento a eventualmente, un 95 por ciento del diferencial de precio- es confiscatorio, a la luz de fallos previos de la Corte Suprema, que consideran expropiatorias gabelas "cuando superan –ha explicado el doctor Félix Loñ- el 33 por ciento del valor de la propiedad o de la renta".

Obcecado en la defensa de una norma de vidriosa constitucionalidad y en un objetivo de cuestionable sensatez (doblegar al sector económico más extendido en el país, más competitivo y al que genera más puestos de empleo directo e indirecto), el segundo gobierno de los Kirchner llega a su sexto mes con el aliento entrecortado de quien estuviera ya al final de una competencia que, en rigor, recién empieza. Si el gobierno mantiene su postura, el conflicto continuará. El campo y el interior modificarán sus estrategias, pasarán de las rutas a las plazas, movilizarán las instituciones, seguirán trabajando, cada vez con más compañía, sobre el frente interno del gobierno. Es el gobierno el que impone la pelea. Habrá que ver quién se impone.



PUENTES Y TRINCHERAS

Publicado en La Capital de Mar del Plata, 010608.


“Argentina necesita un gobierno que construya puentes
de unión y no que cave trincheras de odio y rencor”


José Manuel De la Sota, Declaraciones a Cadena 3, 28/05/08


Asegura Elisa Carrió que, después de la formidable manifestación del 25 de mayo en Rosario, las riendas del gobierno nacional han pasado sin demasiado disimulo a manos de la parte masculina del matrimonio Kirchner. La líder de la Coalición Cívica subraya con esa afirmación que las anomalías institucionales no pertenecen al futuro de la Argentina, sino al presente.
En verdad, el Grito de Rosario -esa convergencia nacional que afirmó simultáneamente el peso social de la cadena agroindustrial, su insoslayable importancia para la inserción competitiva del país en el mundo y el reclamo federalista de una Argentina equitativamente integrada en toda su geografía- conmovió al régimen de los Kirchner y lo forzó a exhibir con menos disimulo su naturaleza.
Al mismo tiempo que sufría notoriamente el impacto de la demostración rosarina ( que septuplicó en número el acto oficial del Salta, pese a que buena parte de la asistencia a éste fue generosamente financiada con fondos públicos), el gobierno aparentaba no tomarlo en cuenta, decidía oírlo sólo selectivamente; se declaraba ofendido por algunas palabras de Alfredo De Angeli y juzgaba casi sediciosas las de Eduardo Buzzi porque el líder de la Federación Agraria había dicho que “el gobierno de los Kirchner es un obstáculo” para las posibilidades que el mundo le ofrece a Argentina para desarrollarse. La Casa Rosada aparentaba no haber oído, en cambio, el respaldo de 300.000 personas a ambos discursos (un aval que mostraba que las afirmaciones de Buzzi y De Angeli se apoyan en algo) y la señora de Kirchner, desde su cargo de Presidente, estimó razonable no decir esta boca es mías sobre ese masivo petitorio o planteo.
Como para destacar quién lleva los pantalones en la familia, mientras la señora se dedicaba a asuntos cuasi protocolares, Néstor Kirchner reunió a la llamada “mesa chica” del Partido Justicialista para que fuera éste – el órgano que él acaudilla- y no el gobierno nacional, el que replicara al acto de Rosario.
Ya el hecho de Kirchner que se viera obligado a darle una escenografía colectiva a la respuesta es una dura concesión a los tiempos: el ex presidente no sólo no consultó jamás a su gabinete mientras gobernaba, sino que ni siquiera se tomó el trabajo de simular que lo hacía. En este caso consideró indispensable mostrar ante los medios al cuerpo colectivo que supuestamente conduce el Pejota para responder a la notable manifestación federalista del campo. No sólo eso: necesitó que el vocero de esa reunión (brevísima: los consejeros sólo se tomaron una hora para debatir la crisis más grave que ha sufrido el gobierno en cinco años) fuera un hombre del interior. El gobernador de Chaco, que compite con otros colegas de distritos más poderosos por heredar lo que quede del kirchnerismo, asumió el desafío.
La voz del Pejota, tutelada por Néstor Kirchner, tomó el primer plano, mientras la Casa de Gobierno, donde discurre su señora esposa, se dedicaba a tararear melodías secundarias.
Por cierto, no se trata sólo de señalar quién habló (lo que no es, sin embargo, un dato irrelevante), sino de considerar qué es lo que dijo la respuesta. Pues bien: la réplica kirchnerista tuvo la dureza conceptual que era esperable. Atribuyó intenciones golpistas a la demostración cívica de Rosario y –utilizando una frase fraguada por un grupo de mandarines de la Corona- diagnósticó que el acto ponía de manifiesto “un ánimo destituyente”. Si la descripción aludía a cierto sentimiento que campea en la opinión pública, quizás acertaba. Si, en cambio, transmutaba ese incorpóreo espíritu en intención de las entidades agrarias, tergiversaba notablemente la realidad. El presidente de la Federación Agraria, que fue quien mentó, sumido en el ánimo colectivo, la idea de que el gobierno de los Kirchner es el obstáculo que impide a la Argentina conectarse con la oportunidad que le ofrece la economía mundial, tardó muy poco en pedir perdón por el atrevimiento. Buzzi no quería decir eso, aunque tal vez haya sido el mediador de lo que la manifestación sí quería decir. Dios escribe derecho en renglones torcidos.
Puesto que el gobierno calló y el que habló fue el Pejota, es interesante observar qué conestación peronista tuvo el discurso oficial. Más allá del punto de vista de corrientes internas adversas, de figuras del interior como el senador Juan Carlos Romero o de la pronosticable oposición de ex presidentes como Carlos Menem (“es la voz de los usurpadores del PJ”) y Eduardo Duhalde (“es estúpido considerar golpista al campo”), se expresaron las conducciones institucionales del peronismo de dos de las tres “provincias grandes”, Córdoba y Santa Fé. En el primer caso, hablaron tanto el gobernador Juan Schiaretti como el gran referente provincial de justicialismo, José Manuel De la Sota. En el caso santafesino, las voces fueron la del titular del PJ provincial, Norberto Nicotra, como la del mayor referente, el senador Carlos Reutemann: tomaron clara distancia del pronunciamiento oficialista. Reutemann se ofreció a mediar. El gobernador Schiaretti señaló que eran “obvias” sus diferencias con la declaración del PJ kirchnerista. De la Sota, liberado de responsabilidades institucionales, fue más lejos: “El Gobierno está llevando a una división social que no nos merecemos(…)No hay que volver a los desencuentros. Quiero una democracia bien federal, donde no se maneje al país con autoritarismo, presionando a intendentes y gobernadores, donde vivamos en paz. (…) Reutemann y yo estamos convencidos de que el complejo agroindustrial es el futuro de la Argentina, porque da millones de puestos de trabajo. Con el conflicto sube la inflación, y no se le puede echar la culpa al campo. La inflación es consecuencia de la ausencia de oferta, hay más demanda que oferta. Ese es el problema más grande de la Argentina. No debieran estar peleándose con el campo. A esto lo comparte la mayoría de los justicialistas.”
El peso de las voces peronistas que se alzaron contra la declaración impulsada por Néstor Kirchner indica que en lo profundo del peronismo palpita ya una fuerte opinión contraria a la postura que el oficialismo esgrime contra el campo. Kirchner soltó rápidamente a sus mastines para que le chumbaran a los críticos: el diputado Kunkel y el propio jefe de gabinete lanzaron fuertes ladridos contra Reutemann y De la Sota, subrayando de ese modo el creciente debilitamiento del punto de vista oficial en las filas del peronismo.
A la crítica justicialista hay que sumar la de la casi totalidad de la oposición, desde el macrismo a la UCR, pasando por la influyente postura de la señora Carrió e inclusive por una buena porción de la izquierda. El hecho de que en el acto de Rosario estuviera presente una dirigente de las Abuelas de Plaza de Mayo (y las opiniones que esta señora expuso unos días después en los medios) es sumamente significativo. El gobierno había convertido al tema de los derechos humanos en un poderoso escudo defensivo de su sistema de poder: hoy hasta ese escudo se ve fisurado.
La respuesta oficial al reclamo del campo –una resolución administrativa unilateral que no contempla ni las principales objeciones del sector ni los reclamos de federalismo fiscal que emergieron de las movilizaciones- desnuda con elocuencia la situación de retroceso en que se encuentra el kirchnerismo. El gobierno intenta disimular su aislamiento con gestos ofensivos y, cerrado al diálogo, actúa de modo autista negando que su actitud ante el campo sea confrontativa. En el resto de los desafíos importantes que afronta el país –energía, inflación-, el gobierno aparece anémico o vaporoso. Sus fuerzas no le permiten atender muchos frentes al mismo tiempo.
El ominoso aislamiento del gobierno, su propensión a construir trincheras en lugar de puentes, para ponerlo en las palabras del cordobés De la Sota, obliga a pensar que la vocación destituyente que el poder atribuye a sus críticos empieza a encarnarse en su propia actitud autodestructiva.



OTRAS VOCES, OTROS AMBITOS

Publicado en la Capital de Mar del Plata, 250508


Ya fue comido el fruto de la estación pasada
Y, saciada, la bestia pateará el cubo vacío.
Pues las palabras del año que pasó
pertenecen al idioma del año que pasó
Y las del año próximo aguardan otras voces.



T.S. Eliot, Cuatro Cuartetos, 4, II



Diez días y una eternidad atrás, en aquel acto del PJ en el estadio de Almagro donde calló Néstor Kirchner y su esposa exhibió por un instante el ramo de olivo, el oficialismo inició un repliegue táctico que, en rigor, procuraba envolver y quebrar la unidad de las entidades ruralistas, desmovilizar la pueblada de la Argentina interior y, sobre todo, desactivar la convocatoria del campo al acto del 25 de Mayo ante el Monumento a la Bandera, en Rosario.
El discurso de la señora de Kirchner y el silencio de su marido fueron asumidos por muchos analistas como una señal unívoca de súbita sensatez gubernamental; puesto que parecía haber ocurrido ese milagro, una fuerte presión se ejerció entonces sobre el movimiento campesino para que no dejara pasar la aparente oportunidad de un diálogo civilizado. Esa presión no era sólo fruto de la fatiga, sino de la preocupación que se registraba en centros nerviosos del sistema de negocios ante la retracción de la actividad y a la tendencia en alza en todo el país al retiro de depósitos de los bancos y a la compra de dólares, clásico recurso en situaciones de inseguridad. La amenaza de que entraran en acción las formaciones especiales kirchneristas que comanda Luis D'Elía incrementaban los temores de violencia y las ansias de un urgente arreglo.
El gobierno procuró utilizar ese desasosiego empresarial en beneficio propio: impulsó pronunciamientos de organizaciones no agrarias, negoció treguas con algunos sectores influyentes y trató de derivar toda la presión sobre el campo. "El oficialismo – se advertía aquí una semana atrás- alentó la ilusión de que de inmediato, después de ese complicado uno-dos , izquierda y derecha, propinado por D'Elía y la Señora, se produciría el abandono del adversario". Esa ilusión no se consumó: el campo anunció el lunes 19 y abrió el miércoles 21 un paréntesis en las medidas de fuerza para facilitar las negociaciones, pero lo hizo reclamando que se tratara de una buena vez el tema disparador del conflicto, las famosas retenciones móviles impuestas el 11 de marzo. Aclaró además que en ningún caso suspendería su acto en Rosario.
El gobierno no había conseguido quebrar la unidad de las entidades rurales, ni disuadir al campo de manifestar masivamente el 25 de Mayo. Tan pronto como constató ese fracaso, el elenco oficial volvió a empacarse. Así , el jueves 22 montó un acto repetido: el jefe de gabinete escenificó para las cámaras su cordialidad con los representantes del campo y enseguida, a puertas cerradas, pospuso una vez más el debate de las retenciones. Ahora es muy improbable que el numerito pueda reiterarse: es difícil que el campo acepte sentarse a solas con representantes del gobierno central: exigirá, en todo caso, mediadores y testigos, trátese de la Iglesia, que en su momento ofreció sus servicios, o de gobernadores: varios de ellos, y de diferentes banderías, también lo han hecho.
El retroceso táctico dictado por Néstor Kirchner una semana antes no sirvió de nada: el gobierno ha vuelto a encerrarse en su burbuja, una obstinación que tiene un costo. El viernes volvieron a caer los bonos, se reiteraron las operaciones con papeles y acciones que permiten sacar divisas del país sin interferencia oficial, los bancos perdieron casi 1.000 millones de pesos de depósitos y renació la demanda de dólares, lo que obligó al Banco Central, como había ocurrido la semana anterior, a deshacerse de reservas. En una Bolsa que se mostraba en baja, se destacaba la caída de acciones de bancos, como el Galicia y el Macro.
La inflación y la pobreza que el INDEC dibuja pero la sociedad sufre sin maquillaje son otros tantos costos.
Y las encuestas de opinión pública son otro registro de quebrantos para el gobierno. Según la última muestra nacional realizada por la prestigiosa firma Poliarquía, por ejemplo, la imagen positiva de la señora de Kirchner experimentó en lo que va del año 2008 una caída de 30 puntos, 10 de los cuales se perdieron durante el mes de abril, es decir, en el clímax del conflicto con el campo. Actualmente sólo 26 de cada 100 personas tiene un juicio favorable sobre la presidente, mientras 34 de cada 100 la evalúan negativamente: las opiniones desfavorables crecieron un 20 por ciento desde enero. El esposo de la presidente, que durante años se ha alimentado de encuestas, hoy las descalifica como "truchas". Tal vez ahora le encargue al INDEC sus estudios de opinión pública.
Néstor Kirchner sigue convencido de que aflojar frente a la pueblada de la Argentina interior dejaría al gobierno de su familia definitivamente debilitado. Probablemente no le falte razón. En cualquier caso, su apuesta por tensar el conflicto tampoco carece de riesgos. Es cierto que el estilo áspero y confrontativo del oficialismo muchas veces intimida e inmoviliza a sus adversarios , pero en las últimas semanas, si bien tuvo influencia sobre algunos sectores que se colocan a los costados del conflicto central, esa táctica no consiguió inmovilizar o aislar al campo. Más bien a la inversa, ha sido en las filas oficialistas donde se notaron deserciones, vacilaciones y dudas hamletianas. Los rasgos rígidos e hipercentralistas de manejo del kirchnerismo empiezan a ser cuestionados. El bloque de diputados del Frente por la Victoria ya padece sangrías y está a punto de partirse formalmente. Muchos hombres que todavía no se animan a hablar en voz alta consideran que la Casa Rosada no sabe cómo salir del atolladero, no tiene políticas y abusa de las consignas. Y a veces, ni siquiera se consideran plausibles las consignas. Una docena de intendentes de zonas rurales bonaerenses electos por el Frente por la Victoria fueron convocados por el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli y el Director de Análisis Político de la Unidad Presidente, Juan Carlos Sereno: se trataba de bajarles línea, inyectarles optimismo y reclamarles ayuda para trasladar gente al acto de Salta, donde habla el 25 la señora de Kirchner. Los alcaldes, algunos de los cuales sufrieron en sus ciudades el cuestionamiento de los productores y los vecinos, y hasta la toma de locales municipales, pese a una charla extensa expresaron con reiteración sus dudas. Como para convencerlos definitivamente, el Director de Análisis Político de la Unidad Presidente les dijo entonces con la mayor seriedad: "En el Horóscopo Chino, 2008 es el año de la Rata de Tierra y Cristina es Serpiente de Agua. Hay gran complementariedad. A Cristina le va a ir todo fenómeno este año". Pese al vaticinio, los intendentes regresaron a sus pueblos intranquilos y difícilmente empleen ese argumento para convencer a sus vecinos. Algunos probablemente abandonen pronto el oficialismo.
Un kirchnerista de vara alta explica así la estrategia de su jefe máximo: "Es obvio que si acuerda con el campo se debilita y eso no se lo puede permitir, porque no sólo se lo comen los adversarios, sino que se le suben a la nariz hasta los que hoy están enrolados como propios. Néstor no tiene cartas como para elegir un juego entre varios: si no quiere entregarse, está obligado tensar y agrupar a su alrededor a los disciplinados, a los obedientes, a los que no dudan. La confrontación fortalece a los propios, les da musculatura a tus soldados. El gobierno tiene que resistir y pasar esta crisis con esos elementos. Si lo hace, después vienen las elecciones del 2009 y todo lo que hoy muestran las encuestas y lo que se esconde detrás de las columnas del campo se disgregará. Entonces les ganamos las elecciones con una fuerza vigorosa y unificada. Nosotros somos el gobierno y la oposición política no existe".
Proyectarse a las elecciones del 2009 puede ser una señal de extremo optimismo o de desesperación ante el presente. Para los comicios programados faltan muchos meses aún, en cambio es ahora cuando hay que dar soluciones a un país que esta revuelto, tenso y polarizado y hay que dar respuestas a una economía que muestra síntomas de alarma, a una producción que no ve señales claras, a una sociedad que parece haber dejado de creer en el gobierno, y a un mundo que parece haber dejado de creer en la Argentina.
En cualquier caso, se adhiera o no a aquella visión que nutre al oficialismo, lo cierto es que los Kirchner han estado en condiciones de imponerla a la Argentina durante todos estos años, y así hemos llegado a este mes de mayo. De hecho, los actos que este domingo se desarrollarán en Salta y en Rosario son una metáfora del conflicto y, como señalamos en este espacio, "esa tensión no está determinada por un capricho, sino por circunstancias objetivas", por lo que "no puede considerarse equilibrada una equidistancia entre ambos bandos; todo compromiso entre ellos es de vida corta, una mera postergación de la hora de la verdad. Es preferible hacerse cargo del conflicto y ponerse del lado que cada uno prefiera".
El campo se ha convertido en el emergente de un reclamo de equidad, pluralismo, democracia y federalismo; el gobierno aplica en la política y en la economía una regla centralista y confiscatoria; necesita desafiar los hechos y los datos de la realidad cuando ellos no caben en su propio "relato", el discurso del poder; su conducta no reside en admitir conflictos circunstanciales sino en estimular como estrategia la confrontación permanente. Con ese comportamiento gobernó cuatro años,así triunfó el año pasado. Habrá que ver si lo que funcionó hasta el año pasado es útil ahora y en el futuro. O si se precisan nuevas palabras, nuevas voces.

18/5/08

Entre el Arroz con Leche y la Marcha de San Lorenzo

 



Guillermo Moreno suele revelar ante audiencias profanas lo que Néstor Kirchner comenta en la intimidad a sus apóstoles. El ex presidente emplea ese método de comunicación para que trascienda lo que él desea que se suponga que piensa. Intrincado el hombre.

Horas antes del discurso de la señora de Kirchner en el modesto estadio de Almagro, Moreno vaticinaba un triunfo del gobierno sobre la movilización campesina iniciada dos meses atrás: "Ya están con la lengua afuera. Los tenemos doblados".
¿Era eso lo que realmente creía Néstor Kirchner?
El vigor y la extensión del movimiento nacido en el campo no confirmaban, en rigor, semejante diagnóstico. Las pobladísimas asambleas realizadas en cientos de pueblos de provincias eran ya apenas el núcleo ostensible de una protesta que abarcaba mucho más que a productores rurales: en los centros urbanos del interior, comerciantes, profesionales, trabajadores y estudiantes se solidarizaban con el movimiento, embanderaban sus domicilios, marchaban por calles y avenidas, hacían el aguante a la vera de las rutas o acompañaban las impresionante, kilométricas marchas de maquinaria agrícola.

El ensanchamiento de la base de la movilización fue acompañado rápidamente por una ampliación de lo que podría llamarse su horizonte programático: la reivindicación estrictamente sectorial del inicio (retenciones, retiro de los obstáculos a la exportación, etc.) dio paso a planteos de orden más general, como el debate sobre el destino de los impuestos que paga el campo y el reclamo de federalismo fiscal.

Naturalmente, el planteo federal y la índole democrática del movimiento de la Argentina interior condujeron a reclamar a las autoridades locales (intendentes, gobernadores) que se comprometieran con sus pueblos y se emanciparan de las ataduras que les impone la Casa Rosada a cambio de concederles como gracia lo que previamente succiona de provincias y pueblos a través de las retenciones y otras piezas del dispositivo centralista. El movimiento agrario se transformaba en una pueblada del interior.

Los reclamos incluyeron manifestaciones y virtuales tomas de municipios (en Lincoln, provincia de Buenos Aires o en Crespo, Entre Ríos, por ejemplo) o en lanzamientos de protestas de carácter fiscal: después de un tractorazo en Viale, Entre Ríos, se propuso no pagar las tasas municipales en protesta contra el alineamiento del intendente. "Que le pida la plata al gobernador y que éste le pida a Kirchner que le devuelva las retenciones. Nosotros ya dimos", proclamaban los vecinos. Según la prensa de la provincia, esa medida sería copiada en muchas otras localidades de la campaña entrerriana.

Por otra parte, estaba ya a la vista el deslizamiento de núcleos relevantes del peronismo al campo gravitatorio de la rebelión provinciana. Jorge Busti en Entre Ríos, Carlos Reutemann y los cuerpos orgánicos del PJ en Santa Fé, Juan Schiaretti y José Manuel de la Sota en Córdoba, una porción nada despreciable del PJ pampeano, decenas de intendentes en distintos puntos del país y muchos legisladores nacionales y provinciales objetaban la gestión kirchnerista del conflicto y comenzaban a expresar en vos cada vez más alta que ese manejo no sólo estaba dañando la gobernabilidad, sino que también se estaba "llevando puesto al peronismo".

En verdad, una movilización como la que protagonizan el sector agrario y los pueblos del interior, que abarca casi toda la extensión de la República y que tiene simpatías evidentes en las grandes urbes, delimita un antes y un después, demarca –si no a corto, al menos a mediano plazo- nuevas líneas de reagrupamiento social y, en definitiva, un cuadro de ascensos y descensos, de ganadores y perdedores.

En el hogar de los Kirchner habitualmente se consumen encuestas de opinión pública, de modo que los presidentes que allí conviven no ignoran la caída en picada de la imagen de la señora ni el juicio popular sobre el comportamiento del pater familiae.

Las consecuencias de esos saberes e impresiones (de las cifras demoscópicas tanto como de los informes de inteligencia) indujeron a Néstor Kirchner a dar un paso al costado en el escenario pejotista del acto de Almagro, para entregarle el protagonismo a su señora esposa, de modo que fuera ella quien pidiera un armisticio. Hombre complejo, Kirchner produjo una combinación contradictoria y desconcertante, destinada a disimular su intento de retirada. Lanzó primero a uno de los comandantes de sus "formaciones especiales", Luis D'Elía, a amenazar a los agrarios con movilizar millones de piqueteros para combatirlos. Un bluff de aficionado: si D'Elía cuenta millones de algo, no es precisamente de seguidores.

Kirchner alentó además discursos duros de los restantes oradores del acto de Almagro, un compromiso que obedientemente acataron el gobernador del Chaco y un joven protegido por la Casa Rosada, pero que el experimentado Hugo Moyano gambeteó como pudo, apelando a lo que recuerda del mensaje de Perón ("A la Argentina la salvamos entre todos…").

La familia presidencial aplaudía ardorosamente para las cámaras los discursos duros y el tono alzado de Capitanich, corina de humo para la retirada que se preparaba a anunciar la señora de Kirchner.

A decir verdad, lo que se le exigía esa tarde a la señora era un verdadero esfuerzo. Ella no está acostumbrada al registro suave, a las palabras contemporizadoras. A esa circunstancia debe asignarse la fragilidad conceptual de su discurso, más insustancial que muchos de los anteriores. En cualquier caso, todos se notificaron de lo esencial: el tono era un tono de repliegue.

Ese tono, combinado con los aplausos fervientes del matrimonio a las frases combativas de Capitanich y con las previas amenazas de D'Elía, daba una resultante rara, un tanto esquizoide: como cantar el Arroz con Leche con la música de la Marcha de San Lorenzo. Misión cumplida para Néstor Kirchner, que quería disfrazar la retirada con acordes marciales.

Entre sus adictos más empeñosos, Kirchner se ha hecho fama de ser un táctico exquisito. Probablemente en base a esa admiración y a los mensajes que dejaba trascender a través de emisarios como Moreno, el oficialismo alentó la ilusión de que de inmediato, después de ese complicado uno-dos , izquierda y derecha, propinado por D'Elía y la Señora, se produciría el abandono del adversario.

Si el gobierno, en la voz de la principal inquilina de la Casa Rosada, convocaba a dialogar (y, caso contrario, D'Elía amenazaba con sus Hunos), ¿cómo podría ocurrir otra cosa que la aceptación del convite? Hubo, pues, "pena e indignación" en el oficialismo cuando el campo pidió, para volver al diálogo, no un discurso de Cristina Kirchner desde sede partidaria, sino una convocatoria expresa desde el su rol de presidenta, con una agenda clara que incluya sin ambigüedades la corrección de las retenciones móviles. Se pide que haya una palabra oficial, no dos o tres. ¿Es tan raro ese reclamo?

Ocurre que tanto el campo como los amplios sectores de la sociedad que acompañan la pueblada de la Argentina interior creen ahora muy poco en la palabra oficial. Esa palabra sufrió efectos más graves que el peso con la devaluación asimétrica, se ha tornado al menos tan dudosa como las cifras del INDEC. Y, a decir verdad, no faltan motivos para ello.

Once días atrás, por caso, después de estar reunidos por varias horas con el Jefe de Gabinete Alberto Fernández, los dirigentes de las entidades del campo anunciaban una buena nueva: el gobierno había finalmente aceptado discutir las retenciones móviles impuestas el 11 de marzo, el tema que había disparado la gran movilización de la Argentina interior. "El Gobierno admitió que las retenciones son un problema y está dispuesto a modificarlas -relató esa tarde el titular de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi-. Fue una reunión con algún nivel de avance, pero con muchas dudas. Lo bueno es que se pudo incluir en la discusión el tema de las retenciones", añadió.

Tres horas más tarde, Alberto Fernández salió a desmentir a Buzzi. De hecho, pasó varios días haciéndolo y hasta llegó a decir que los dirigentes agrarios se habían vuelto locos. Los voceros habituales del gobierno (y cierta prensa permeable a sus argumentos) imputaron a Buzzi una actitud mendaz y provocativa.

No deja de sorprender que, a partir de que el campo decidió (el jueves 15 de mayo) mantener su paro y su movilización, el gobierno lo acuse de intolerante e intransigente y alegue como argumento que las entidades rompieron el diálogo el 6 de mayo pese a que Fernández se manifestó a discutir inclusive las retenciones móviles. En un mecanismo culpógeno que merecería un tratamiento científico, el gobierno proyecta sobre el campo su propia intransigencia y convierte en verdadero lo que hace una semana y media calificó apasionadamente de falso.

La palabra del gobierno se ha envilecido, se desconfía de de esa palabra. En verdad: se desconfía del gobierno. No lo dicen sólo las encuestas, que en general registran opiniones pasivas. Lo dice la movilización que se vive en toda la geografía argentina. Las encuestas indican que 3 de cada 4 argentinos consideran que el conflicto agrario debe encontrar un fin rápido. De esa opinión no se deduce –como algunos analistas sugieren- que la opinión pública adhiera en este asunto a una adaptación de la teoría de los dos demonios, o que esté reclamando un empate. Está claro que para la opinión pública la responsabilidad de poner fin al conflicto reside en el gobierno. Es la familia Kirchner la que debe sincerar el repliegue que inició en el acto de Almagro, dando marcha atrás con una medida que se ha demostrado nefasta e inconducente. Las conducciones de las entidades agrarias no pueden sino expresar la opinión de sus bases y la de los amplios sectores que están, de hecho, liderando. Que lo sigan haciendo, que no dejen de hacerlo, entraña la preservación de un valor indispensable para la reconstrucción política e institucional de la Argentina: la confianza en la representación.

Hay un conflicto duro entre esa representación y el modelo de gobierno centralista y confiscador que hoy encarna el gobierno; esa tensión no está determinada por un capricho, sino por circunstancias objetivas. Por eso, no puede considerarse equilibrada una equidistancia entre ambos criterios, entre ambos bandos; todo compromiso entre ellos es de vida corta, una mera postergación de la hora de la verdad. Es preferible hacerse cargo del conflicto y ponerse del lado que cada uno prefiera.

15/5/08

Paradojas y desconcierto en el estadio de Almagro





El acto oficialista en el que Néstor Kirchner celebró su acceso (sin elección interna) a la presidencia del PJ fue escenario de una seguidilla de curiosidades y paradojas.


Mientras Hugo Moyano, uno de los vicepresidentes que escolta a Kirchner en la conducción pejotista, desplegaba un discurso de tono comparativamente suave y acusaba a las organizaciones ruralistas de intolerancia por ejercer actitudes de fuerza en el paro agrario, a algunos metros del palco, en un flanco del estadio de Almagro, legiones de su sindicato de camioneros se enfrentaban con piedras y palos con grupos análogamente pertrechados del gremio de la construcción.
Néstor Kirchner, entretanto, privaba a los presentes del esperado plato fuerte de la tarde: su discurso de asunción. NK decidió no hacer uso de la palabra y cederle el micrófono a su señóra esposa.
Algunos análisis rápidos en los medios electrónicos consideraron que ese paso era una manera de “entregarle espacio” a su mujer, cuyo rol presidencial se ha visto opacado por el protagonismo de Kirchner Néstor y su evidente influencia en las decisiones y en el rumbo del poder político. En rigor, el minué conyugal de Almagro no sirvió para cancelar el bicefalismo que se achaca al gobierno, sino más bien para duplicarlo (invertido) en el plano partidario. Lo que la opinión pública reclama –según se observa en las encuestas- no es que la señora gane cartel francés en un acto del PJ que su esposo debería presidir, sino que ocupe efectivamente la titularidad del Poder Ejecutivo, para el que fue ella (y no su esposo) la elegida. Si efectivamente la señora de Kirchner quiere dar una señal de diálogo a una Argentina interior que reclame ser escuchada, lo plausible sería hacerlo desde la Casa Rosada, ubicada en su rol presidencial y no de sopetón y por sorpresa sustituyendo casualmente a su marido en una tribuna partidaria.
Como para contribuir a la confusión general, la señora no mencionó jamás en su leve discurso (uno de los más insustanciales que se le recuerden) al movimiento que organizaba el acto público, ni a los fundadores de ese movimiento ni a la historia y símbolos del peronismo. El único sello partidario que la señora de Kirchner recordó con nombre y apellido fue el Frente para la Victoria, al que aludió para recordar que fue bajo esa sombrilla política donde ella inició su carrera en cargos públicos, en la “lejana” provincia de Santa Cruz.
Así, en el acto de Almagro se habló de paz mientras las barras propias se hacían la guerra a pocos pasos, y la principal oradora festejó a un partido que no era el que esa tarde estrenaba sus autoridades.Una comedia desconcertante y desconcertada.

11/5/08

Unicato, éxodos y locuras



El gobierno dinamita puentes, corta el diálogo con el campo y llama locos a los ruralistas. En el oficialismo se ha iniciado el éxodo de gobernadores, intendentes y parlamentarios que no quieren avalar la política impulsada por Néstor Kirchner, vértice de un régimen de unicato desafiado por la insubordinación de la Argentina Interior.



LEAR: ¿Me estás llamando bufón?
BUFON: Tus otros títulos los has
cedido. Con este naciste (…)
Cuando partiste tu corona
en dos te cargaste el burro al hombro
para cruzar el vado.


WILLIAM SHAKESPEARE, El Rey Lear, I, 4



En las últimas semanas un síndrome misterioso induce al gobierno a evocar con reiteración la demencia. El ministro de Justicia, Aníbal Fernández (que, por lo demás, ahora se atiene al lema "el silencio es salud") aseguró que era "una locura" la hipótesis de que Néstor Kirchner pudiera asumir como jefe de Gabinete. En el mismo párrafo descalificó también la posibilidad de que Martín Lousteau dejara la silla de ministro de Economía, lo que ocurrió, no obstante, pocas horas después.
Otro Fernández, Alberto, el jefe de Gabinete, aventuró el viernes 8 de mayo que los dirigentes del campo "se volvieron locos", y casi a coro, el ministro de Interior, Florencio Randazzo, diagnosticaba en los ruralistas una "actitud demencial". ¿Por qué mentar la soga en casa del ahorcado?
Lo cierto es que, lo recite quien lo recite, es el discurso oficial el que suena lleno de sonido y furia y se compone de una serie de repeticiones cada vez más altisonantes que no escuchan ni toman en cuenta las voces y conductas de los otros. Cuando despunta algún esfuerzo de recepción y parece iniciarse un diálogo, éste es tronchado brutalmente, y el lenguaraz voluntarioso es forzado a desmentirse a sí mismo y a sus interlocutores. El procedimiento, descompone el teléfono, dinamita los puentes, aniquila las mediaciones. Probablemente es esa propensión al aislamiento lo que está convirtiendo el espacio oficialista en un plano inclinado por el que se deslizan y alejan apoyos que el gobierno descontaba hasta que estalló el conflicto por las retenciones móviles a la soja.
La movilización del campo se ha convertido en una insubordinación de la Argentina interior, que no reclama sólo reivindicaciones sectoriales, sino que ha proclamado el federalismo fiscal como programa y colocó en el centro del debate el sistema confiscatorio centralista de matriz parasitaria sobre el que el oficialismo montó su hegemonía a partir de 2003.
El gobierno edificó en estos cinco años un sistema de poder hipercentralizado, un "Unicato", en el que Uno expropia recursos del país así como el poder de cámaras legislativas, gobiernos provinciales y buena parte del sistema judicial. Ese dispositivo, construido sobre la base de la confiscación, el manejo de la caja, el disciplinamiento estricto, el manejo de la calle y la confrontación permanente, ha tocado un límite fuerte.
El titular del Unicato es Néstor Kirchner. El hecho de que le haya cedido sus títulos oficiales a su esposa Cristina Elisabeth sólo cambia las cosas en el sentido de que él ejerce casi clandestinamente su mando, y las formalidades (incluyendo las que se ejercen desde la Casa Rosada) obstruyen a veces poco y a veces mucho ese ejercicio. También provocan problemas, digamos de gestión: quienes por hache o por bé necesitan recibir una palabra decisiva del gobierno comprueban a menudo que no están hablando con el interlocutor adecuado.
Puesto que la rigidez es uno de los componentes centrales del Unicato, el dispositivo montado por el Unico no puede flexibilizarse sin riesgos de disolución. Está en su propia lógica interna confrontar hasta el fin. De allí que su conducta no satisfaga a los analistas que le piden "comportamientos sensatos y racionales". Su racionalidad se deduce de su comportamiento habitual.
Un domingo atrás, un periodista escuchado y respetado por los Kirchner (lo que debe apreciarse en toda su significación), se refirió a esa lógica en su columna de Página 12 llamándola "genética kirchnerista"; para ilustrarla, Horacio Verbitsky evocó hechos del año 2002, cuando NK era aún gobernador de Santa Cruz: "La voluntad de no ceder a la acción directa ni por la amenaza de la fuerza es un rasgo genético del kirchnerismo. Pero también incluye la decisión de enfrentar el reto con medios políticos y sin recurrir a la represión (de las fuerzas de seguridad). .. El episodio de mayor trascendencia nacional en ese sentido ocurrió en 2002, cuando el entonces gobernador Kirchner instó a sus partidarios a no dejarse correr por las cacerolas que en los días anteriores habían rodeado la Legislatura en Río Gallegos: días después, militantes del Frente para la Victoria de Kirchner y funcionarios de su gobierno cumplieron con la sugerencia y blandieron palos y cadenas ante los cacerolos".
En una palabra, los métodos informales de disputa de las calles y las rutas practicadas por los grupos que comanda Luis D'Elía o por activistas del sindicato de Camioneros de Pablo Moyano ya habían sido inventados en Santa Cruz, forman parte de la genética K.
Un secreto actual: es probable que ese rasgo genético (el no empleo de las fuerzas de seguridad y el uso, a cambio, de grupos "con palos y cadenas") se deba a la pérdida por parte del Unicato del monopolio legal de la fuerza. Probablemente el Uno prefiere dar órdenes a quien las va a cumplir (D'Elía) y no a quienes sospecha que pueden desobedecerle.
En cualquier caso, la genética kirchnerista, la lógica de su dispositivo de poder supone la confrontación y considera siempre que lo que está en juego es el poder mismo, la capacidad de gobernar; que conflictos como el del campo sólo pueden terminar con la victoria y la anulación del adversario. Un dicho sostiene que cuando uno no quiere, dos no pelean. Es probable que Néstor Kirchner haga realidad la inversa de esa frase. Cuando uno quiere, dos pelean.

Quien coloca permanentemente el ejercicio del poder como trofeo de un conflicto, obviamente arriesga perder el poder si es derrotado. Néstor Kirchner afronta ante la rebelión federal un conflicto que puede perder. Una pelea con un adversario importante y extendido: el sector más dinámico y competitivo de la economía argentina, territorialmente desplegado en todo el país, que cuenta, además, con la simpatía de la opinión pública urbana.
A diferencia del dispositivo hipercentralizado propio del Unicato, la movilización de la Argentina Interior parece funcionar sobre la base de una organización solidaria, descentralizada y en red. A cambio de la rigidez de la otra parte, el campo actúa con flexibilidad y escuchando el mensaje que llega desde abajo y se expresa en las asambleas. De ese modo puede cambiar de tácticas, corregir inercias o desviaciones (los cortes de ruta se han manejado desde la reanudación del paro con la atención puesta en no perjudicar a los consumidores urbanos) y procurarse nuevos apoyos.
De hecho, el campo inicia esta segunda etapa de movilización con respaldos explícitos de gobernadores (en primer lugar, el de Córdoba, Juan Schiaretti), legiones de intendentes y legisladores. El oficialismo sufre una sangría que amenaza con tornarse incontenible. El debate que expresa la resistencia del peronismo a las políticas que impone Kirchner para el campo se ha expresado ya en pleno bloque oficialista de la Cámara de Diputados. Más aún: el propio presidente de ese bloque, el santafesino Agustín Rossi , ha quedado herido en el ala la última semana cuando orgánicamente el justicialismo de Santa Fé (su partido) hizo pública su postura sobre el conflicto: "Hay que defender el sistema agroproductivo argentino, porque es la base del desarrollo económico de la provincia y del país entero", reza la declaración suscripta por el titular del partido, Norberto Nicotra. Simultáneamente, el senador Carlos Reuteman se pronunció en el mismo sentido y llevó personalmente su apoyo a distintas asambleas y piquetes rurales de su provincia.
El gobierno Kirchner observa como se le escapan los peronistas de Córdoba y Santa Fé, y como institucionalmente los gobiernos de ambas provincias (uno justicialista, otro socialista) expresan su apoyo al campo, mientras las encuestas no sólo registran la caída veloz de la señora de Kirchner (hoy con poco más del 20 por ciento de imagen positiva) sino el alejamiento de su propia base electoral: 1 de cada 4 ciudadanos que la votaron en octubre declaran hoy que ella marcha en rumbo equivocado.
Las palabras en esas circunstancias pueden traicionar a los hablantes, oscuras pulsiones inconcientes pueden colocar con frecuencia en los discursos palabras inadecuadas o inoportunas. La señora de Kirchner, por caso, en su reciente visita a Jujuy ensalzó los esfuerzos de su gobierno en términos de " una nueva epopeya, como la del éxodo de Belgrano, como la del Exodo Jujeño ".
¡La palabra éxodo es tan reveladora ! Por otra parte: el éxodo jujeño. Se trató de una maniobra defensiva, desesperada en la que un Manuel Belgrano que se veía en inferioridad ante los españoles del general Goyeneche, reforzados con tropas que llegaban desde el Alto Perú, ordena abandonar la plaza y dejar atrás sólo tierra arrasada: quemar casas y cosechas. Cuando evoca el Exodo Jujeño comparándolo con su propia epopeya (breve, debe admitirse), ¿son esas las imágenes que desfilan por la fantasía de la Presidente: huídas, incendios, desolación, amenaza enemiga?
Si los sueños de la razón engendran monstruos, ¿qué criarán las pesadillas?

Publicado en La Capital de Mar del Plata (110508)

KIRCHNER, CINCO AÑOS DESPUÉS




( Texto de las exposiciones de Jorge Raventos, Jorge Castro y Pascual Albanese, en la reunión mensual del Centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario, que tuvo lugar el martes 6 de mayo en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), calle Paraguay 1457, primer piso. El próximo encuentro tendrá lugar el martes 3 de junio, en la misma hora y lugar).



JORGE RAVENTOS

Los cinco años de kirchnerismo se asientan sobre una breve prehistoria que incluye el monumental desastre de la Alianza (con la resultante de escepticismo y antipolítica del público que había respaldado esa formación) y la devaluación asimétrica del 2002.
El kirchnerismo nace de esos dos fenómenos y se beneficia de ellos: se lanza a conquistar una opinión pública vacante después de la evaporación aliancista y sostiene los efectos de la devaluación con la política de dólar alto (y salarios bajos) que induce desde el primer momento.
Recuperada la economía tras las honduras de la crisis de 2001/2002 Kirchner se afirmó y por más de dos años contó con el respaldo de la opinión pública. Los analistas solían sostener entonces que habría “Kirchner para rato”, pues su combustible era el precio de la soja. Los resultados parecían dar para el entusiasmo: durante algunos meses (años 2004 y 2005, inercialmente el 2006), caían paulatinamente las cifras de pobreza e indigencia y el país crecía.
En cualquier caso, conviene recordar que las cifras de pobreza nunca fueron menores a las que se dieron en la década del 90, siempre vituperada por el oficialismo.
Pero aquella recuperación estaba sostenida sobre bases endebles y progresivamente aisladas de las tendencias centrales del mundo.
Se apoyó en el consumo inflado y en la recaudación centralizada.
Secretos: se basaba en la inversión de los años 90, una capacidad instalada que la crisis generada por la Alianza y la devaluación asimétrica habían conducido a la parálisis y que volvió a ponerse en movimiento merced al consumo impulsado por el crecimiento de las exportaciones ( cambio de la situación internacional, con el alza acelerada de la demanda y, por consiguiente, de los precios) de commodities suscitada por las reformas de mercado de los gigantes: China e India. Y alentado también por un intervencionismo que mantenía algunos precios políticamente amarrados.
La debilidad política de origen de Kirchner determinó una dependencia creciente de la opinión pública de las grandes ciudades, en particular de Buenos Aires. El gobierno decidió evitarse sofocones en ese terreno y apeló a una política de subsidios, que tienen la múltiple función de mantener aquietados a esos sectores, generar consumo, sostener a la vez el llamado “capitalismo de amigos “ y el clientelismo, y cobrar los dividendos (no sólo políticos) de la discrecionalidad.
Pero el costo de los desvíos (aislamiento internacional, discrecionalidad, inseguridad jurídica, señales negativas para la inversión genuina) residió en que los cimientos de ese precario sistema empezaron a erosionarse. La inversión (tanto la local como la externa) se estancó o se redujo marcadamente; la demanda recalentada se encontró con oferta frenada: la inflación creció acumulativamente. El gobierno sólo atinó a romper el termómetro, es decir el INDEC. Fue peor: la inflación real se alimentó además con inflación de expectativas.
Mientras regaba el consumo y subsidiaba como si los recursos fueran infinitos, el gobierno alentó la idea de que todas sus políticas tenían un sentido progresista y redistribuidor.
Hoy en día, con 30 por ciento de pobreza (un porcentaje que crece y, según Artemio López, estará alrededor del 50 por ciento hacia mediados de año, es decir: las mismas cifras del clímax del 2001) ya es insostenible el discurso "distribuidor y justiciero" del matrimonio K.
Pero no era diferente al comienzo de estos cinco años.
¿Recuerdan el llamado acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, en el que el gobierno K sostuvo su imagen "progresista" por el trato verbalmente áspero con los acreedores? En rigor, la situación en la que han quedado varios millones de trabajadores aportantes al sistema jubilatorio de capitalización como consecuencia de esas negociaciones pone en discusión ese alegado progresismo.
Al separar al FMI y a los organismos internacionales de crédito de la suerte de los restantes tenedores de deuda pública, lo que hizo el gobierno fue reconocer y honrar la totalidad de las obligaciones contraídas por el Estado con los organismos (a los que vitupera), mientras se disponía a someter a los restantes acreedores a una quita equivalente al 75 por ciento. Sucede que la masa más numerosa de los afectados por ese monumental paguediós estuvo constituida por los asalariados argentinos que ahorran para su jubilación en las administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones. Así, los trabajadores argentinos no sólo sufrieron el formidable recorte de sus sueldos de bolsillo ocasionado por la devaluación de principios de 2002, sino que soportaron, merced al progresismo K, un tajo enorme sobre sus salarios postergados convertidos en ahorro para la vejez.
Con el mismo estilo simulador, el gobierno justificó en términos redistributivos la política de retenciones a las exportaciones, cuando en rigor estas constituyen un sistema confiscatorio y centralizador que no sólo succiona riqueza del interior hacia la caja central, sino que succiona poder y fundamenta la disciplina centralizadora que ha constituido otro de los rasgos del gobierno durante estos cinco años.


La rebelión del campo fue la primera manifestación vigorosa enfrentada contra el sistema de poder de los Kirchner.
Las demostraciones del campo del mes de marzo, que se iniciaron como un rechazo sectorial a las abrumadoras retenciones móviles aplicadas a la soja y el girasol se transformaron, en su desarrollo, en un cuestionamiento al esquema económico que practica la Casa Rosada, un "modelo confiscatorio centralista de matriz parasitaria", pues su lógica reside en succionar recursos de los sectores productivos más competitivos de todos los distritos para acumularlos en la caja central y utilizarlos desde allí en la imposición y financiamiento de obediencia política, en la distribución caprichosa y descontrolada de subsidios y en la implantación de un "capitalismo de amigos". La movilización del campo impulsó un reclamo que comienza con la necesidad de una auténtica política destinada a estimular las cadenas de valor que se apoyan en la competitividad de la agricultura y la ganadería argentinas y se extiende a la exigencia de un verdadero federalismo fiscal, que contemple los intereses de los pueblos de la Argentina interior.
Es que el cuento redistribucionista del gobierno, tan notoriamente inconsistente cuando se analiza la situación de la pobreza en términos generales (30 %, con tendencia a crecer vertiginosamente), se observa aún más macaneadora cuando se la analiza desde el punto de vista de la distribución territorial, es decir, desde la perspectiva del federalismo. Porque pobreza hay en todos lados, pero mucho más en el interior. Un estudio de Fiel que compara la concentración personal del ingreso por regiones entre 2004 y 2007 indica que casi la mitad del 10 % más pobre del país está concentrada en el norte del país.
Tampoco es equitativa la distribución de los ingresos fiscales: de los fondos que recauda el fisco, 7 de cada 10 pesos los concentra la caja central, que manejan los Kirchner. La insistencia del gobierno en sostener el régimen de retenciones y apretar cada vez más la presión en ese punto se explica exactamente al revés del discurso oficialista: no es para distribuir el ingreso, sino para concentrarlo en el tesoro central con la excusa de que las retenciones no son coparticipables.

Así, las provincias, de donde surgen esos recursos se deslizan velozmente hacia el déficit financiero. Los gobernadores, que empiezan a recuperarse de una prolongada disfonía merced a la movilización del campo, ahora elevan críticas: lo ha hecho el santafesino Hermes Binner, lo hizo el cordobés Juan Schiaretti. El titular de Catamarca, Eduardo Brizuela del Moral, un radical K, rompió la semana pasada con el oficialismo por estas patéticas miserabilidades. Y hasta el riojano Luis Beder Herrera parece dispuesto a golpear la mesa: «La Nación tiene buenos ingresos pero a La Rioja no están llegando», se queja. Según él, las transferencia de impuestos que se redistribuyen «han bajado 30% o 40%, y los gastos suben otro tanto". En febrero la provincia recibió 68 millones de pesos y en marzo, cuando aguardaban 70 millones, sólo les remesaron 46.
Según la consultora Economía & Regiones, que lidera Rogelio Frigerio, en el tercer mes del año las transferencias automáticas de recursos nacionales al interior del país cayeron 7,8% ($ 360 millones menos) respecto de febrero. Para colmo, no sólo la caja central concentra recursos y reparte menos, sino que también restringe obras públicas. Las provincias, que aportan casi 40.000 millones de pesos en concepto de retenciones apenas reciben 9917 millones para obras: un magro 25 por ciento. ¿Redistribución del ingreso? Sólo en beneficio de lo que ha sido llamado "capitalismo de amigos", es decir los felices receptores de los cuantiosos subsidios que selectiva y misteriosamente reparte el gobierno. Pero hay más trabajadores pobres en un país que tiene un estado central rico y provincias y municipios menesterosos y endeudados.
El gobierno edificó en estos cinco años un sistema de poder hipercentralizado, un “Unicato”, en el que Uno (rodeado por un puñadito) expropia recursos del país y el poder de cámaras legislativas, gobiernos provinciales y buena parte del sistema judicial. Ese dispositivo, construido sobre la base de la confiscación, el manejo de la caja, el disciplinamiento estricto, el manejo de la calle y la confrontación permanente, ha tocado un límite fuerte.
Puesto que la rigidez es uno de sus componentes centrales, ese dispositivo no puede flexibilizarse sin riesgos de disolución. Está en su propia lógica interna confrontar hasta el fin. De allí que su comportamiento no satisfaga a los analistas que le piden "comportamientos sensatos y racionales". Su racionalidad se deduce de su comportamiento habitual:
El último domingo, un asesor periodístico de los Kirchner, Horacio Verbitsky. , se refería a esa lógica llamándola "genética kirchnerista" y evocaba, para ilustrarla, hechos del 2002, cuando NK era aún gobernador de Santa Cruz.
"La voluntad de no ceder a la acción directa ni por la amenaza de la fuerza es un rasgo genético del kirchnerismo. Pero también incluye la decisión de enfrentar el reto con medios políticos y sin recurrir a la represión las fuerzas de seguridad. .. El episodio de mayor trascendencia nacional en ese sentido ocurrió en 2002, cuando el entonces gobernador Kirchner instó a sus partidarios a no dejarse correr por las cacerolas que en los días anteriores habían rodeado la Legislatura en Río Gallegos: días después, militantes del Frente para la Victoria de Kirchner y funcionarios de su gobierno cumplieron con la sugerencia y blandieron palos y cadenas ante los cacerolos".

Un secreto actual: es probable que lo que Verbitsky presenta como un rasgo genético (el no empleo de las fuerzas de seguridad y el uso, a cambio, de grupos "con palos y cadenas") se deba a la pérdida por parte del Unicato del monopolio legal de la fuerza. Que prefiera dar órdenes a quien las va a cumplir (D'Elía) y no a quienes sospecha que pueden desobedecerle.
En cualquier caso, la genética kirchnerista, la lógica de su dispositivo de poder supone la confrontación y considera siempre que lo que hay en juego es el poder mismo, la capacidad de gobernar. Que conflictos como el del campo sólo pueden terminar en victoria y aniquilamiento del adversario.
Un dicho sostiene que cuando uno no quiere, dos no pelean. Es probable que Néstor Kirchner haga realidad la inversa de esa frase. Cuando uno quiere, dos pelean.

Si siempre se pone el ejercicio del poder como trofeo de un conflicto, es el poder lo que se pierde cuando se pierde. El kirchnerismo afronta ante la rebelión federal un conflicto que puede perder. Una pelea con un adversario importante y extendido: el sector más dinámico y competitivo de la economía argentina, territorialmente desplegado en todo el país, que cuenta, además, con la simpatía de la opinión pública urbana.
Hablando de peleas, en la provincia de Buenos Aires, el ex gobernador Felipe Solá quiso defender la política agraria del gobierno nacional en una reunión de productores y terminó desafiando a pelear a varios asistentes .
Antes de eso, les había dicho que "de los laberintos se sale por arriba". Solá, que es un político leído, creía estar citando a Marechal. Pero es posible, en el contexto actual, que estuviera mentando a Fernando De la Rúa.


JORGE CASTRO

Para analizar el tema “Kirchner, cinco años después”, permítanme hacerlo a través de una doble aproximación indirecta: Brasil, siete años después y Bolivia dos años después.

Dos meses después de que el Banco Central informara que Brasil era acreedor neto de créditos internacionales por primera vez en su historia (lo que cerraba el ciclo iniciado 25 años antes, cuando fue el mayor deudor de América Latina y del mundo emergente, y entró en default en 1982), Standard & Poor’s –una de las tres principales calificadoras de riesgo del mercado internacional– le otorgó esta semana el “investment grade” .

Brasil recibió 34.600 millones de dólares de inversión extranjera directa (IED) en 2007; y en los primeros cuatro meses de 2008 atrajo otros 12.400 millones de dólares, porcentaje superior en términos anualizados a los de igual período del año anterior. Las reservas del Banco Central ascendieron a 188.200 millones de dólares en febrero de 2008, y superarán los 200.000 millones antes de terminar el primer semestre.

La economía brasileña ha crecido a una tasa anual promedio de 4.5% desde 2004, el nivel más alto en los últimos 20 años. La tasa de inflación es ahora 4.7% anual (fue menos de 4% el año pasado) y ha estado significativamente por abajo de 10% por año desde 1996. Un año antes del Plan Real (1993), la tasa de inflación fue 2.500% anual.

Brasil experimenta un boom exportador. El año pasado exportó 152.000 millones de dólares, con el real en relación al dólar más apreciado de su historia (R$ 2 / U$S 1; ahora R$ 1.64 / U$S 1). Significa que las ventas externas se duplicaron en relación a la etapa 2000/2004 (68.600 millones de dólares) y se triplicaron con respecto al período 1994/1999 (48.000 millones de dólares). Por eso, en 2007 Brasil tuvo un superávit comercial de 40.000 millones de dólares.

La estructura de sus exportaciones revela los cambios estructurales internos y el momento mundial; el 56% de las exportaciones brasileñas son productos industriales; de ese total, 2/3 son obra de las empresas transnacionales (ETN´s) radicadas en Brasil que exportan al mundo dentro de las cadenas globales de producción. El resto son commodities.

Brasil es el primer exportador mundial de carne, jugo de naranja, mineral de hierro, y el segundo de soja. Los precios de estos commodities están en el mayor nivel de toda la historia del capitalismo desde la Revolución Industrial en adelante.

Los ingresos provenientes del mercado mundial de commodities financian la acelerada reconversión de la industria brasileña. El año pasado la productividad laboral aumentó 4.2% en la industria, arrastrada por el sector transnacional, en que creció al menos el doble. El real a 1.64 por dólar favorece la importación en gran escala (más del 40% del total) de bienes de equipo y de capital de última generación tecnológica.

Lo decisivo del boom brasileño es la abundancia de crédito que provee un mercado de capitales que llegó a su madurez. El capital recaudado por las empresas que colocan acciones en la Bolsa de San Pablo superó los 55.500 millones de reales en 2007 (28.000 millones de dólares), un tercio más que la totalidad del crédito bancario. Entre 1995 y 2007 lo recaudado por la emisión de acciones aumentó 2.820%; y en ese período el volumen de crédito creció 338%.

Por primera vez en la historia brasileña apareció el capital de riesgo para financiar nuevas empresas. Sólo en acciones de empresas privadas (private equities), el capital de riesgo aumentó 777% entre 1999 y 2007.

Brasil, en síntesis, recuperó el crecimiento en los últimos cinco años, triplicó sus exportaciones y eliminó, virtualmente, la tasa de inflación. Estos logros han sido convalidados esta semana por el “investment grade” otorgado por Standard & Poor´s.

Este período coincide con el de más alto nivel de aumento del ingreso real per cápita de la economía mundial de toda la historia del capitalismo. Entre 2003 y 2007, el ingreso per cápita de la población mundial creció un promedio de más de 4% anual (4.3%); es un nivel superior al de los “30 Años Gloriosos” posteriores a la Segunda Guerra Mundial y mayor, incluso, que los de la etapa 1895/1913, en que la economía internacional se expandió 8% anual promedio.

La clave del auge brasileño es de orden interno. Es consecuencia de 19 años continuados de reformas y apertura, mantenidas y profundizadas a lo largo de cuatro presidencias sucesivas: Fernando Collor de Melo (apertura de la economía, 1989/90); Itamar Franco (control de la hiperinflación, Plan Real, 1994); Fernando Henrique Cardoso (reforma fiscal y privatizaciones, 1994/2002); y Lula Da Silva (reforma de la seguridad social, autonomía del Banco Central, atracción de inversión extranjera directa, 2002/2006; 2006/…).

El punto de inflexión de esta historia de continuidad tuvo lugar en 2002, cuando el país experimentó una profunda crisis de confianza –nacional e internacional– tras la elección en octubre del candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Luis Inácio Lula Da Silva.

En esa circunstancia crucial (la tasa de riesgo-país superó los 2.300 puntos básicos), el nuevo presidente y su partido optaron por rechazar toda posibilidad de declarar el default de la deuda pública, y mantuvieron y ahondaron las reformas realizadas por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso.

Standard & Poor´s estima que, en los próximos dos años, Brasil puede recibir 50.000 millones de dólares anuales de inversión extranjera directa, o quizás más. De ese total, al menos la mitad se dirigirá a la industria, que se integra así a las grandes cadenas transnacionales de producción, núcleo central de la globalización.

“Brasil es el país del futuro, y arriesga serlo para siempre”, señaló Roberto Campos en la década del ´60, cuando el país comenzaba su serie sucesiva de grandes frustraciones. Hoy el riesgo quedó atrás y el futuro llegó. Lo acaba de convalidar esta semana Standard & Poor´s.

En sentido contrario a Brasil, en Bolivia, el presidente Evo Morales acaba de ser derrotado en el referéndum autonómico de Santa Cruz de la Sierra, el departamento económicamente más importante del país y que comprende un 30% del territorio nacional. Esta derrota de Morales en Santa Cruz de la Sierra es el primero de una serie de desafíos sucesivos que son los referéndum autonómicos de Pando, Beni y Tarija, que tendrán lugar en el mes de junio, con resultados absolutamente previsibles. En apenas treinta meses, Morales, que fue elegido presidente con el 53% de los votos, el porcentaje más alto de la historia de Bolivia desde la restauración democrática, hace más de veinticinco años, ha perdido ya el control efectivo de más de la mitad del territorio boliviano.

Brasil y Bolivia marcan que existen hoy políticamente dos Américas del Sur. Una, inequívocamente liderada por Brasil, incluye a Chile con la presidente socialista Michelle Bachelet, a la Colombia de Alvaro Uribe, al Perú con el APRA de Alan García y al Uruguay del también socialista Tabaré Vázquez. Estos países están volcados hacia la búsqueda incesante de una mayor integración con el sistema económico mundial y la atracción de la inversión extranjera directa. La otra América del Sur, encabezada por la Venezuela de Hugo Chávez, está conformada también por la Bolivia de Morales y el Ecuador de Rafael Correa. Estos tres países están unificados en una posición de confrontación política y de aislamiento en relación a las grandes corrientes de la economía mundial.

En cuanto a la ubicación de la Argentina dentro de esta clasificación, habría que decir que no se encuentra en ninguna parte. En estos cinco años, la política exterior del gobierno de Néstor Kirchner, continuada por Cristina Kirchner, estuvo absolutamente dominada por las exigencias de la política doméstica.


PASCUAL ALBANESE

Las encuestas encargadas por el gobierno, cada vez menos numerosas y cada vez menos divulgados públicamente sus resultados, indican una vertiginosa caída de la imagen de Cristina Fernández de Kirchner. Según quien mida, la imagen positiva de la presidente está entre el 34% y el 23%, veinte puntos menos en menos de cinco meses, o sea en relación al momento de asumir. Es una debacle pocas veces vista en los primeros meses de una gestión presidencial.

Cristina Fernández bajó en cinco meses del primer al quinto lugar en el ranking de imagen positiva de la dirigencia política argentina. Antes que ella se encuentran ahora, Daniel Scioli, Elisa Carrió, Mauricio Macri y Néstor Kirchner. Esto quiere decir que, en un sistema de poder en que la opinión pública desempeña un rol central, Cristina Kirchner quedó en cinco meses detrás nada menos que del gobernador del primer estado argentino, de la candidata presidencial que ocupó el segundo lugar en las últimas elecciones presidenciales, del Jefe de Gobierno de la ciudad más importante de la Argentina y de su propio esposo. Está ya por debajo de la imagen pública de Fernando De la Rúa al iniciar su segundo y último año de mandato, en un clima político signado por el absoluto vaciamiento de la autoridad presidencial.

Otro factor muy importante que surge de las encuestas, y que constituye un dato estructural, es que, por primera vez en estos cinco años, la inflación pasó a ocupar el primer lugar en el ranking de preocupación de los argentinos, por encima inclusive de la inseguridad pública, que ocupó ese sitio durante estos años, y muy por encima del desempleo y la corrupción.

En este contexto, aumentan los factores potenciales de crisis, como el problema energético, que se avizora para el próximo invierno, agravado por la situación de Bolivia, pero que se anticipa y advierte ya en el desabastecimiento de combustibles.

El aislamiento externo de la Argentina se manifiesta también en el descenso de la inversión extranjera directa, cuya reducción influye a su vez en la inflación, porque no existe un incremento de la capacidad productiva y por lo tanto de la oferta, y en los cuellos de infraestructura, reflejados ahora en la crisis energética. Mientras la inversión extranjera directa crece notablemente en América Latina, la Argentina va perdiendo cada vez más espacio relativo en ese terreno.

Mientras tanto, el gobierno ratifica su comportamiento básico, que hace a su naturaleza y que se puede definir en una consigna: frente a cada problema, antes que una solución busca un enemigo. Se trata siempre de redoblar la apuesta, generando cortinas de humo (virtuales y también ahora parece que a veces hasta reales…) para distraer a la opinión pública, con resultados que muestran una efectividad decreciente.

La dinámica de los conflictos y el ritmo de los acontecimientos son resultado casi exclusivo de la iniciativa y de la acción política del oficialismo. Y la velocidad que adquieren esos acontecimientos hace que diciembre del 2011 parezca una fecha remota, perdida en el más allá, y que hasta octubre de 2009 parezca demasiado lejos… El descascaramiento, que magistralmente y con su aguda ironía describe Jorge Asis, es el prólogo del desmoronamiento, que es la nueva etapa que se avecina.

En términos tácticos, puede definirse el actual conflicto político de la siguiente manera: el gobierno nacional mantiene el control sobre los alrededores de la Casa Rosada y el conjunto del micro y macrocentro porteños, gracias a los grupos paraestatales que lidera Luis D¨Elía, pierde ese control en el resto de la ciudad de Buenos Aires, a manos de lo que podríamos caracterizar como la clase media “cacerolera”, lo retiene todavía en el conurbano bonaerense, en virtud del control del aparato del Partido Justicialista, y tiende a perderlo crecientemente a partir del kilómetro 60 de todas las rutas nacionales de la Argentina. Mientras tanto, la inflación, en especial el aumento de precios en la canasta básica de alimentos, erosiona el control territorial del oficialismo en el conurbano bonaerense.

En términos estratégicos, está claro que la Argentina está ante una gran oportunidad histórica, fruto de un horizonte internacional excepcionalmente favorable. El obstáculo para que la Argentina pueda aprovechar esa formidable oportunidad es de orden político y resulta relativamente fácil de identificar: Es el ”kirchnerismo”. Hay entonces una contradicción insalvable entre el interés nacional estratégico de la Argentina y la subsistencia del actual sistema de concentración de poder político y económico que obstruye y limita el despliegue productivo de la Nación.

A diferencia del análisis sociológico, el análisis político es una herramienta para la acción. Por ese motivo es que definimos a Segundo Centanario como un centro de reflexión para la acción política. Esto implica tratar de estar un paso adelante de los acontecimientos, quizás dos pasos adelante. Pero nunca más de dos pasos, porque la política no es la astrología. Los acontecimientos tienen su propia dinámica. A lo sumo se puede adivinar la tendencia. Porque cada paso que da cada uno de los protagonistas en un conflicto determinado condiciona los pasos de los demás protagonistas del conflicto y modifica el escenario y cambia las condiciones en que se desenvuelve ese mismo conflicto en la etapa siguiente. Es importante entonces saber “cómo sigue” una situación determinada, pero es imposible determinar con antelación cómo termina, ni mucho menos cuándo termina.

El gobierno nacional y las entidades agropecuarias mantienen un conflicto que, más allá inclusive de la voluntad política de todos los actores involucrados, es ya un conflicto de poder, que tiende a agravarse. Por eso, el acompañamiento político a la movilización agropecuaria, que es ahora una verdadera rebelión de la Argentina interior contra el modelo de concentración política y económica impulsado por el “kirchnerismo”, no es el apoyo a una reivindicación de tipo sectorial, sino un camino para fortalecer una alternativa política frente a ese modelo de acumulación.

Viene aquí a muy a cuento una historia que recuerda Félix Luna en su libro “El 45” en relación al 17 de octubre. Relata que Arturo Jauretche recibió esa mañana a un preocupado y confundido “puntero” radical de Gerli, quien le informaba acerca de los primeros signos de lo que después sería una gigantesca y multitudinaria movilización aluvional hacia la Plaza de Mayo para pedir por la libertad del coronal Perón. “¿Qué hago, doctor?”, le preguntaba a Jauretche su atribulado visitante. Y Jauretche le contestó” “si pasa eso, agarrá la bandera y ponéte al frente”. Y cita entonces Luna el testimonio del propio Jauretche, quien le dijo: “y fue así que Pedro Arnaldi, que movía 30 votos en Gerli, cruzó el Puente Pueyrredón con la bandera al frente de 10.000 almas”. Dicho de otra manera: “en política se trata de colocar la vela por donde sopla en viento y no se pretender que sople el viento donde uno pone la vela”.

El gobierno de Kirchner, Néstor o Cristina, pudo sostenerse estos cinco años por el respaldo de la opinión pública, que en la Argentina es básicamente el respaldo de la clase media de las grandes ciudades, empezando por la ciudad de Buenos Aires, y por el control de las movilizaciones callejeras. Ya perdió lo primero y está en vías de perder lo segundo, que es el último resorte de su poder político, en las calles y en las rutas de la Argentina. Recordemos otra vez que cada crisis política se reanuda en el punto y momento en que culminó la fase anterior de esa crisis. La última fase de la crisis política de la Argentina culminó en ese estallido de diciembre de 2001. Es hacia allí hacia dónde se vuelve a soplar el viento. Como le dijo el viejo Jauretche a Pedro Arnaldo, se trata de agarrar la bandera y ponerse al frente.

La casa dividida

 
 


24. Si un reino está dividido contra sí
mismo, tal reino no puede permanecer.
25. Y si una casa está dividida contra sí
misma, tal casa no puede permanecer.
26. Y si Satanás se levanta contra sí mismo,
y se divide, no puede permanecer,
sino que ha llegado su fin.


Evangelios. San Marcos, 3


Ni Néstor Kirchner ni su mujer –cara y ceca del gobierno nacional- podrían pronunciar hoy con versomilitud aquella frase que Raúl Alfonsín hizo famosa: “la casa está en orden”, porque para el oficialismo en los últimos tiempos sólo hay desorden bajo los cielos. La inflación real se resiste con tenacidad a obedecer los úkases que Guillermo Moreno toma al dictado en Puerto Madero. Las encuestas también se han retobado y ya ni las de los investigadores propia tropa derraman los embelecos de otrora: no hay estudio que no reconozca que tanto la gestión del gobierno como la imagen de la señora de Kirchner han caído en picada y apenas 3 de 10 personas los juzgan positivamente. La guerra de zapa y las maniobras del kirchnerismo no consiguieron romper la unidad de las organizaciones del campo, que sostuvieron con energía y serenidad sus objetivos eludiendo provocaciones y celadas.
En cambio, es el frente interno del oficialismo el que ha empezado a exhibir las grietas y divisiones que hasta hace poco conseguía disimular con cierto éxito. Las insistentes desmentidas del alejamiento (voluntario o forzado) de Alberto Fernández, tanto como el origen interno del rumor y los inéditos cónclaves “de equipo” que la versión suscitó constituyeron en la última semana testimonios elocuentes de que el severo monolitismo que Néstor Kirchner quiere para su fuerza ha empezado a evaporarse.
En rigor, las facciones intestinas siempre estuvieron presentes y los topetazos entre ellas se hicieron más notorios a partir de la elección de la señora de Kirchner. Ya en noviembre de 2007, se apuntaba aquí que “el relato convencional establece que el jefe de gabinete es el adalid de lo que podría llamarse el continuismo prolijo mientras el responsable de la obra pública, Julio De Vido, sería el capo del continuismo salvaje. Al parecer, el primero de esos ejércitos, invocando los gustos y preferencias de la señora de Kirchner, habría insinuado la necesidad de que dejaran el gobierno algunas de las figuras más cuestionadas por la opinión pública: en primer lugar De Vido y enseguida algunos personajes que le responden, como el secretario de Comercio y manipulador del Indec, Guillermo Moreno, y el de Transportes, Ricardo Jaime. El otro sector, de su lado, sostendría que la victoria electoral ratificó el rumbo y los equilibrios impuestos por Néstor Kirchner y que toda concesión a la opinión pública –cuyos sector más emblemáticos, las clases medias de las grandes ciudades, votaron en contra del kirchnerismo- sería interpretada como una señal de debilidad”. Aunque jefe de todos, Néstor Kirchner probó enseguida que su propia postura estaba más cerca de la que se atribuía al continuismo salvaje (a cuyos exponentes suele definirse como “pingüinos puros”) que a la que parecían sostener cautelosamente “los prolijos”. Cualesquiera fueran sus gustos íntimos o sus casi imperceptibles señales de diferenciación, la línea de Cristina Kirchner quedó asimilada a la de su cónyuge. El prestigioso semanario The Economist señaló el hecho al comentar los retrocesos del gobierno y su “respuesta reveladoramente autoritaria” al paro del campo. Comparando las dificultades de la señora de Kirchner con las que atravesó la chilena Michelle Bachelet, The Economist acotó: “Por lo menos, la Sra. Bachelet está cometiendo sus propios errores. La sospecha en Buenos Aires es que Cristina está pagando el precio de la estúpida obstinación de su marido, aún si eso es algo que comparte".
La decisiva influencia de Néstor Kirchner en el gobierno de su mujer (donde no ocupa cargo oficial alguno) no sólo suena institucionalmente desafinada, para decirlo suavemente; le impone, además un costo político extra a la dama, pues ensombrece su rol ejecutivo y carga a su gobierno con los rasgos del bicefalismo, el paralelismo o el “doble comando”.
Cinco meses atrás, al iniciarse la actual administración , se señaló en esta columna que “esa suerte de bicefalismo suele generar problemas políticos o institucionales o de ambas categorías. Hasta en los regímenes de facto esa ambigüedad provoca cortocircuitos.” En el gobierno K los disparó muy pronto. Tan pronto, que a principios de 2008, el matrimonio presidencial discutió una división de tareas durante un extenso retiro en El Calafate. Ella quería que su esposo tomara distancia de los escenarios , que la dejara administrar sin interferencias, que le permitiera exhibir autoridad.
En cualquier caso, inmediatamente después de ese acuerdo la señora comenzó a esforzarse por conquistar el rol presidencial que recibió como herencia. El instrumento principal de ese operativo fue el jefe de gabinete. Alberto Fernández vio crecer la ya grande influencia que ostentó en el primer período K. y se transformó en lo que en la historia se conoció como un valido. “La monarquía española de los Austria, en el siglo XVII –se comentó aquí- introdujo en la mecánica del sistema político la figura del valido, personaje de confianza del soberano que asumía la conducción de los asuntos cotidianos, coordinaba los aparatos burocráticos y asumía múltiples funciones y prerrogativas (que naturalmente incrementaban su propio poder)”.
Claro está que quienes asumen ese papel atraen tempestades de envidia. “Los novelistas y poetas románticos –escribe el historiador español Fernando García Cortazar- recrearon el mundo cortesano como un mundo en que maquiavélicos ministros tejen complicadas redes de intriga y convierten a hombres o mujeres más débiles en agentes de sus grandes designios”. Fernández ha suscitado esas reacciones. Hombre de equilibrios y de habilidad negociadora, aunque se ha fortalecido como expresión de un cristinismo más imaginario que real, más potencial que efectivo, tuvo siempre la sensatez de no olvidar dos hechos incontrastables; el primero: que aunque Cristina ejerce la presidencia, es Kirchner quien retiene el manejo del dispositivo de poder que los sostiene a todos; el segundo: que él mismo –el jefe de gabinete- puede aparecer como cabeza de una facción sólo porque es funcionario de este gobierno, no porque sea emergente de una convergencia autónoma de fuerzas. Su poder relativo es sistémico: existe por complementación (y también por contraposición) con otras expresiones del mismo conglomerado, y hasta por oposición al propio jefe, pero no existe fuera de esa composición de fuerzas. En última instancia, el valido depende de la gracia y el sostén del valedor y – palabra del historiador español- «las grandes confianzas entre el regio señor y el favorito tienen grandes caídas».
Colocado en la situación de gerente general del proyecto oficialista, Fernández tuvo que afrontar las tensiones de un modelo que considerado escorado principalmente por motivos políticos: terquedad en el desconocimiento de la realidad de la inflación; anemia en materia de inversión privada; aislamiento; torpeza y rigidez en el manejo de las relaciones con la prensa y la oposición; crecientes dificultades en el plano fiscal, clausura de fuentes de financiamiento externo. La búsqueda de remedios para encarar esos males lo fue llevando al jefe de gabinete a crecientes roces con Néstor Kirchner y con exponentes destacados de la facción favorita de su jefe. Con todo, las tensiones se incrementaron por un mal paso propio y de uno de sus protegidos: Martín Lousteau. Los dos quisieron probarle a Kirchner que no eran “blandos” y que tenían una solución enérgica para los problemas fiscales. Así se lanzaron a la aventura de las retenciones móviles y dispararon la movilización del campo. “No imaginé que esa medida causara las reacciones que causó”, confesaría más tarde Fernández.
En cualquier caso, aunque un error suyo y de Lousteau promovió la mayor crisis política que ha debido enfrentar el oficialismo, Fernández se convirtió en los últimos días en un interlocutor apreciado de las organizaciones rurales y un personaje evaluado positivamente por los medios. Todos ellos apreciaron en el jefe de gabinete la intención de buscar una salida negociada al conflicto rural y, aunque nadie se engaña en cuanto a la fidelidad de Fernández a Kirchner, distinguieron las diferencias tácticas entre él y el jefe del kichnerismo: el ex presidente no admite otra salida al conflicto que la derrota inapelable del campo, al que quiere “acorralar”. Para ganar tiempo ante el acoso de Kirchner, Fernández debió encarecer en privado a los dirigentes rurales que pasaran por alto el fin de la tregua del 2 de abril, que ampliaran los plazos para poder negociar los temas más urticantes. Kirchner le había prohibido al jefe de gabinete negociar las retenciones móviles o aparecer públicamente haciendo concesiones bajo la presión temporal del fin de la tregua campesina.
Los dirigentes rurales –en un notable esfuerzo por evitar un agravamiento del conflicto, y a costa de soportar críticas de las innumerables asambleas de productores en las que campea un ánimo de lucha- le dieron crédito a Fernández. Pidieron (y obtuvieron una promesa verbal) llegar a la próxima mesa de negociación (el martes 7 de mayo) con el cumplimiento previo de los compromisos oficiales sobre trigo y apertura de las exportaciones ganaderas y con la palabra de que ese día se discutirán las retenciones.
El jefe de gabinete sabe que le costará sostener la palabra empeñada. De hecho, la apertura de las exportaciones de carne, que debía entrar en vigencia ya quedó incumplida. Néstor Kirchner rechazó todos los papeles que le trasladó referidos a cambios en el sistema de retenciones impuesto el 11 de marzo. Las porciones de confianza que en estos momentos le han otorgado al jefe de gabinete el ruralismo y los medios parecen ser un motivo extra de sospecha en la pulseada interna. Kirchner no ignora que esa confianza hacia Fernández es una medida del escepticismo que guardan hacia él.
El hermético estilo de un oficialismo que resuelve todo (desde la guerra con el sector más competitivo de la economía argentina hasta el contrato por el llamado tren bala) entre dos, tres o cuatro personas, reserva para el pequeño cónclave de Calafate de este fin de semana decisiones que determinarán la evolución de la crisis.
Las asambleas rurales han decidido flanquear las rutas; en algunos casos (por ahora, no tantos) han resuelto inclusive cortarlas. El campo llegará al martes 7 preparado para la paz o para seguir la lucha.
Más atrás, aguardan los desafíos de la inflación, la creciente pobreza, la falta de financiamiento y de inversión, el aislamiento internacional.
El oficialismo (con su jefe de gabinete caviloso, el matrimonio tenso, muchos gobernadores preocupados, varios ministros expectantes) debe tomar decisiones con su propia casa dividida.


Publicado en La Capital de Mar del Plata (030508)