15/8/07

Cristina no es Perón y Cobos no es Balbín


UN COMENTARIO DE VICTOR LAPEGNA SOBRE
EL LANZAMIENTO DE LA FORMULA OFICIALISTA

La candidata a presidente por el Frente para la Victoria, Cristina Fernandez de Kirchner, al hablar en el acto del Luna Park en el que se presentó la fórmula en la que la acompaña el ex radical mendocino Julio Cobos como candidato a vicepresidente, aludió al encuentro entre Ricardo Balbín y Juan Domingo Perón como antecedente histórico de la concertación (¿habrá que llamarla koncertación?) entre los K que proceden del pronismo (como ella misma) y los K que proceden del radicalismo (como Cobos).
La referencia impone algunas aclaraciones, en homenaje a la verdad histórica y a la ubicación política.
La primera aclaración, aunque obvia, resulta imprescindible: Cristina no es Perón, no lo puede ser y ni siquiera parece que quiera serlo y Cobos no es Balbín, no lo puede ser y carece de importancia si quiere o no quiere serlo.
La segunda precisión, menos obvia, consiste en tratar de entender el sentido histórico y político esencial que tuvo aquella reconciliación entre los dos veteranos dirigentes del justicialismo y del radicalismo y una pista importante para esa comprensión la brinda una frase del recordado discurso de Balbín al despedir los restos mortuorios de Perón: “un viejo adversario viene a despedir a un amigo”.
En 1972, cuando Balbín saltó la tapia de la casa de la calle Gaspar Campos para reunirse con Perón y concretar el abrazo histórico entrambos, lo que estaban diciendo a todos es que, sin dejar de ser adversarios políticos, estaban dispuestos a hacerse amigos y dejar atrás los enconos del pasado, que no eran leves.
Recordemos que en 1952, siendo presidente, Perón había dispuesto que lo metieran preso a Balbín, entre otros motivos para que creciera su figura como líder de la oposición radical, entendiendo que era un rival menos sólido que Arturo Frondizi, quien disputaba al “Chino” la jefatura de la UCR.
Balbín, por su parte, había respaldado el golpe de Estado del 16 de septiembre de 1955 y al gobierno dictatorial de Pedro Eugenio Aramburu y en 1963 accedió a que Arturo Illia asumiera la Presidencia después de unas elecciones en las que la fórmula de la UCR apenas había recibido el 23 por ciento de los votos y en la que el peronismo había sido proscripto.
Finalmente, en 1966, una parte del peronismo acompañó el golpe de Estado que derrocó a Illia y llevó a la presidencia al general Juan Carlos Onganía, interpretando así la consigna de Perón que aconsejaba “desensillar hasta que aclare”.
Bastan estos ejemplos para mostrar que Perón y Balbín se habían enfrentado no ya como adversarios, sino como enemigos políticos y que uno y otro habían apelado al recurso de la violencia, tolerando que se vulnerasen la Constitución y la ley para dirimir sus disputas.
Por eso, con el abrazo que se dieron en 1972, Perón y Balbín estaban diciendo implícitamente a todos que seguirían siendo adversarios políticos, cada uno orgulloso portador de la identidad específica que los diferenciaba, pero que renunciaban al recurso de la violencia y asumían su disposición a ser esclavos de la ley, asumiendo esos principios arquitectónicos de la lucha política en democracia y por eso, sin dejar de ser adversarios, podían ser amigos.
De ahí que, en las elecciones de septiembre de 1973, Perón fue candidato a presidente en la fórmula del Frente Justicialista de Liberación (FREJULI) en la que la candidata a vicepresidente era su esposa, María Estela Martinez de Perón y enfrentó a Balbín, quien encabezó la fórmula presidencial de la Unión Cívica Radical (UCR), en la que Fernando De la Rúa lo acompañaba como candidato a vicepresidente.
El abrazo de Perón y Balbín, en consecuencia, fue un gesto de mutua aceptación de las diferencias entre uno y otro, de respeto a la identidad respectiva que, haciéndoles ser adversarios, no les impedía ser amigos.
Es sabido que aquel gesto de madurez democrática y de amor al otro que es y sigue siendo diferente protagonizado por Perón y Balbín en 1972, no fue debidamente entendido y asumido por quienes éramos seguidores de uno y otro y en esa pequeñez ante la grandeza reside una de las causas de la historia trágica que los argentinos vivimos después del 1 de julio de 1974, incluido el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, dado apenas siete meses antes de las elecciones presidenciales que estaban convocadas para octubre de aquel año.
Vista así aquella experiencia histórica, parece innecesario subrayar que de ningún modo puede ser considerada un antecedente histórico de la actual concertación (¿o koncertación?), en la que quienes se asumen como K tienden a renunciar a la identidad peronista y radical que tenían y a considerar enemigos a quienes no aceptamos dejar de ser radicales a la manera de Balbín y peronistas a la manera de Perón.

Víctor Lapegna
Buenos Aires, 15 de agosto de 2007,Día de la Asunción al Cielo de la Inmaculada Virgen María

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