18/8/07

El cristinismo, el álgebra y la aritmética






Tal vez la Casa Rosada considere que el episodio de la valija con 800.000 dólares pasará al olvido después de que los dos gobiernos involucrados –Argentina y Venezuela- hubieron echado lastre por la borda. Néstor Kirchner se desprendió muy pronto de su encargado de negocios de facto ante Caracas, Claudio Uberti, y reclamó que el régimen chavista compartiera el gasto con una medida compensatoria, que finalmente obtuvo: el viernes se dio por aceptada la renuncia de Diego Uzcategui Matheus, presidente de la filial argentina de Pdevesa, la petrolera estatal venezolana, y mano derecha de Rafael Ramírez, el poderoso ministro de Energía y Petróleo de Hugo Chávez.
Sin embargo, es improbable que un expediente como el que se abrió en el Aeroparque porteño en la madrugada del sábado 4 de agosto sea archivado por el mero alejamiento de dos adláteres. El cargamento irregular de casi un millón de dólares estadounidenses luce como la pista de una vasta operación de lavado de dinero. Y el lavado es un delito minuciosamente investigado por el poder internacional, porque suele ser el síntoma revelador de males mayores: crimen organizado, narcotráfico, terrorismo, corrupción. Fue a instancias de la preocupación internacional por esas amenazas que, a principios de siglo, en el país se puso en marcha la Unidad de Información Financiera (UIF), una organización de inteligencia sobre la que algunos sectores oficialistas han procurado asentar sus reales y que soporta en estos días una crisis de conducción.

Esta semana, Adrián Ventura, en La Nación, apuntó un dato que permite comprender por qué, pese a los gestos simétricos de Caracas y Buenos Aires, el tema de la valija difícilmente deje de estar en la agenda política. “La UIF es un organismo argentino que forma parte de una red internacional de lucha contra el lavado de dinero. Según una fuente con contactos en ese mundo, fue una agencia de inteligencia extranjera la que anotició a las autoridades de Aeroparque sobre la llegada del maletín venezolano. Ante una advertencia categórica y clara, la valija fue secuestrada”. Es plausible conjeturar que la “advertencia categórica y clara” no se limitó al secuestro de la valija, sino a la necesidad de tirar de ese hilo conductor para descubrir todas las implicancias y ramificaciones del operativo. La frecuencia de los vuelos especiales venezolanos a Buenos Aires y de las visitas a Carcas de personajes como Uberti, en su rol de encargado de negocios de facto se suman al hecho de que la mayoría de unos y otros vuelos dejaran a sus pasajeros en la llamada “zona militar” del Aeroparque, punto de arribo y de partida de los vuelos presidenciales, cuyas instalaciones no cuentan con escáneres. “En ese sector especial –informó La Nación- pidió detenerse hace dos semanas el chárter aéreo que trajo al en ese momento director del Occovi, Claudio Uberti, y a sus acompañantes, entre ellos, el misterioso Guido Alejandro Antonini Wilson. No pudo hacerlo porque no había lugar para estacionar el avión de Royal Air”. También Horacio Verbitzky, en Página 12, señaló ese dato: “El Gerente de Coordinación de Royal Class, Flavio Mansilla, solicitó que se habilitara la Terminal Sur para el arribo del Citation X N5113S”. Al hacerlo –agrega el columnista- indicó que el vuelo traía “pasajeros de la Presidencia Argentina”.
Pero ese sábado esa terminal estaba ocupada con otros aparatos y el avión de Royal Class no fue autorizado a parar allí. Según La Nación, Uberti había usado “repetidamente el sector militar en la llegada de sus viajes al exterior en vuelos chárteres. Si esta vez hubiese ocurrido lo mismo, la valija de Antonini Wilson no sería famosa, simplemente porque ante la ausencia de escáneres nada hubiera delatado los fajos de billetes”. Conviene no confundirse, sin embargo: el azar no siempre es caprichoso.

La irrupción del cristinismo

En rigor, hay sectores del oficialismo convencidos de que el azar no tuvo nada que ver con el episodio de Aeroparque; adictos a las explicaciones conspirativas, imaginan más bien que fue una expresión de la lucha interna entre pingüinos auténticos y cristinistas, dos bandos virtuales en que últimamente se fracciona el oficialismo que tienden a agrupar, respectivamente, a los que creen que serían despedidos en una eventual administración de la señora de Kirchner y a quienes creen que formarán parte de ella. Alberto Fernández (a quien los rumores enrolan en el bando cristinista) no deja de proclamar su inocencia cada vez que un suceso complica la vida de su colega de gabinete Julio De Vido, epítome de pingüinismo puro y duro.
Si bien se mira, aunque la situación de la valija haya estallado por causas diversas, el episodio inevitablemente se inscribe en esa incipiente lucha fraccional. Los cristinistas tienden a interpretar el “cambio que recién empieza” como una promesa de puestos que quedarán vacantes después de apartar de ellos a personajes mediáticamente vulnerables, como Uberti. Verbitzky –periodista y asesor oficial- transcribe fragmentos de una conversación muy ilustrativa (y lo hace con tanto detalle como si él mismo hubiese sido testigo o parte):
“–El nuevo mandato es la oportunidad de oxigenar el gobierno. Julio no puede seguir.
–No se equivoquen, que quienes le apuntan a él atacan a Kirchner.
–Seguro. Por eso tiene que irse. Le apuntan y le pegan siempre.”

En verdad, el cristinismo no parece ser otra cosa que una operación de lavado del kirchnerismo, un maquillaje destinado a pasar mejor el escrutinio de los sectores bienpensantes. Inclusive eso es aun más una conjetura que una evidencia, ya que la candidata oficialista se cuida mucho de incluir elementos de la realidad en su discurso. Prefiere un tono, digamos, docente y abstracto, como el de su discurso la tarde de presentación de la fórmula oficial, que completa el gobernador de Mendoza (un radical K). Esa tarde la señora de Kirchner ofreció algo parecido a una clase de instrucción cívica para aludir a esa nueva versión de la Alianza, unida por el pegamento de la Tesorería, que ha tomado el nombre Concentración Plural después de abandonar el de Transversalidad. La primera dama no está, obvio, en condiciones de pedir explicaciones al gobierno del que ella forma parte protagónicamente por el escándalo de la valija. Tiene que atenerse a la historia oficial, a las excusas oficiales, a los pequeños sacrificios oficiales (como el de Uberti y el de la joven Victoria Bereziuk, otra de las viajeras frecuentes a Caracas). No puede avanzar más: lo de ella (en relacióncon el gobierno) no es cirugía estética, es apenas maquillaje liviano. Más sombra que delineador.
Tampoco hay programa, sólo generalidades. Y eso que la realidad presenta muchos interrogantes. El vertiginoso ascenso del índice de riesgo país de la Argentina en medio del torbellino financiero internacional es un inequívoco signo de vulnerabilidad. ¿Qué respuestas ofrece la señora a esos desafíos? Misterio.
Por otra parte, a veces las abstrusas generalidades que le acerca algún politólogo amigo y que ella despacha con tono doctoral o con puño crispado desde su atril de campaña, le vuelven a la señora como boomerangs. En Río Gallegos, donde hacía meses que no podía pisar una de sus residencias, la primera dama y candidata se indignó el viernes contra la violencia. Casi a la misma hora, uno de sus amigos santacruceños, funcionario local, provincial y nacional de su esposo –Daniel Varizat- lanzaba su cuatro por cuatro Grand Cherokee contra un sector de la manifestación de unos tres mil santacruceños que protestaba contra el doctor Kirchner y sus delegados del gobierno provincial. Varizat dejó un tendal de heridos, cuatro serios y uno de gravedad. Alguna vez la primera dama deberá descender del álgebra a la aritmética para ponerle un nombre concreto a los males generales que enumera. Se encontrará, seguro, con muchos apellidos de gente próxima.

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