18/7/07

El lanzamiento de Cristina K, la opinión pública y el peronismo



Cuando el continuismo simula ser el cambio *




“El cambio recién empieza”, amenaza (o se amenaza) la señora Cristina, que es Kirchner, desde un affiche de campaña.
Hablar de “cambio” en las proximidades de los Kirchner es como mentar la soga en casa del colgado: cambio es lo que han expresado las elecciones de Capital y Tierra del Fuego, y lo han expresado contra el gobierno, no desde el gobierno ni a favor de él.
Elegir la palabra “cambio” como eje de la estrategia de comunicación del gobierno es una confesión (la de que han registrado el impacto de las derrotas, hechos que están diciendo que una cantidad significativa de rasgos del gobierno han hartado ya a una opinión pública que empieza a decir “no va más”).
La alusión al cambio representa también una quimera, la incumplible promesa de que Cristina sería algo distinto (más jerarquía institucional, mejor representación internacional, insinúan los propagandistas) como si la relevancia o irrelevancia de la Argentina en el mundo dependiera de la calidad de las carteras o la gracia de los modistos que visten a los presidentes; como si las debilidades institucionales dependieran de que la señora de Kirchner haya obtenido mejores calificaciones que su esposo en la carrera de Derecho de la universidad de La Plata.
¿Es que acaso el dispositivo de poder del kirchnerismo, sobre el que se apoya la campaña oficialista de Cristina K, será algo marcadamente distinto de la combinación de manejo de caja e hipercentralismo de estos cuatro años? Así como los lavarropas no son máquinas que sirvan para mirar televisión, un dispositivo de poder que produce kirchnerismo no sirve para otra cosa que para eso. Hasta la designación de la señora como candidata y su anuncio público revelan los rasgos cerradamente centralistas, casi privados, del régimen que ella pretende continuar. La señora fue designada por decisión unánime del matrimonio Kirchner.
Pero si esa es la realidad –la del continuismo- el mensaje del gobierno pretende convencer de que Cristina es otra cosa, otra etapa.
Primera pregunta: si están tan convencidos de que hay que iniciar otra etapa y hacer otra cosa, por qué no aprovechan el tiempo y empiezan ya; por qué perder medio año en prometer algo que sólo depende del gobierno, de un gobierno en el que la primera dama está tan involucrada que a menudo actúa no como senadora, sino como Poder Ejecutivo. Cristina es Kirchner, Cristina es K.
(Y si ella llegarara a la presidencia, ¿Néstor sería Ké?)
Pero estos son interrogantes que pueden muy rápidamente quedar desactualizados, como ya es anacrónica la idea, que parecía sentido común hace dos o tres mes, de que las próximas elecciones presidenciales serían un paseo en carroza para el candidato oficialista.
Jorge Asís ha definido esta etapa del gobierno como “el descascaramiento”.
Podría hablarse también de “encogimiento”.
Hubo un primer paso en esa dirección con la derrota en el plebiscito de Misiones, a partir del cual se desencadenó una situación en la que el hasta entonces despreciado y sospechado vicepresidente Daniel Scioli fue nominado como “la gran esperanza blanca” del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires. Primer importante retroceso: Scioli tiene en la provincia, según las encuestas, más intención de voto que ambos Kirchner. Y expresa puntos de vista que, más allá de la forzada disciplina de vicepresidente a presidente, se diferencian del discurso básico kirchnerista.
Asegura un importante hombre de consulta del oficialismo (Horacio Verbitsky): “Scioli no es una opción razonable para el kirchnerismo sino apenas una confesión implícita de fragilidad, consecuencia de la falta de una construcción política por debajo…”
Verbitsky anticipa planes preventivos de Kirchner (o se los aconseja oblicuamente): “El presidente cree que si él arma el gabinete bonaerense y sus listas de legisladores nacionales y provinciales y si además controla el Banco Provincia, Scioli no será un problema. Tal vez – condiciona Verbitsky – mientras las relaciones de fuerza no se alteren. De lo contrario, Scioli, tan parecido a Macri, será el polo de reagrupamiento de esa runfla que en forma sucesiva fue cafierista, duhaldista, menemista y kirchnerista y que está siempre dispuesta para una nueva mano del juego”. Es probable que cuando Verbitsky habla de esa “runfla” esté mencionando en clave al peronismo bonaerense.
Otro notable signo de retroceso del oficialismo: el gobierno tuvo que festejar en la Capital un segundo puesto. Y ni siquiera consiguió su módico objetivo de obtener 40 por ciento en segunda vuelta (es decir, 15 puntos menos que en la segunda vuelta de cuatro años atrás, cuando Ibarra le ganó a Mauricio Macri).
Tercer signo: el gobierno vio derrumbarse sucesivamente dos esperanzas en Tierra del Fuego, donde la representante del ARI, Fabiana Ríos, le volteó un muñeco por domingo hasta transformarse en gobernadora electa.
Una semana atrás el doctor Kirchner tuvo que tragar amargo y escupir dulce y recibió en la Casa Rosada a dos ganadores que hubiera preferido abolir.

Esas fotos exhibían ya el retroceso del gobierno, pero generaban también un espejismo.
Las imágenes del Presidente reunido con un futuro gobernador que es además jefe de una organización neopartidaria como Pro, y con otra que participa en la conducción del ARI estimularon análisis políticos quizás precipitados en los que, como epígrafe de las fotografías, se insinuaba que esos encuentros reunían a “gobierno y oposición” y se sugería que allí estaba congregado, si no el 100 por ciento, con toda probabilidad las tres cuartas partes de la política argentina. A lo sumo faltaban el Recrear de Ricardo López Murphy y la corriente que promueve la candidatura de Roberto Lavagna.
¿Es verosímil una descripción de la política argentina que pinte como actores poco menos que exclusivos al Frente para la Victoria, el Pro, la Concentración Cívica, la UNA lavagnista y Recrear? ¿No se está extendiendo demasiado prematuramente un certificado de defunción a movimientos políticos tradicionales como el peronismo?
El gobierno ha mantenido al partido justicialista anestesiado e intervenido por la justicia electoral, sin autoridades legítimas, sin debate y sin vida. Su interés por el PJ no ha pasado del uso de la sigla como relleno recalentado de su fuerza emblemática: el Frente para la Victoria. La simbología peronista fue desplazada de los actos principales a escenarios menores. Un ministro del gabinete nacional llegó a reclamar que “la marchita se la metan en…” salva sea la parte.
Para algunas fuerzas opositoras que provienen de tradiciones políticas no peronistas esa desaparición pública del justicialismo puede tener un cierto atractivo engañoso, que lleve a algunos dirigentes a imaginar que se ha iniciado una nueva era política, con nuevas estructuras que surgen sobre las cenizas de las que, según tales teorías, han muerto irreparablemente: UCR y PJ.
Sin duda el vendaval del 2001 arrasó con todas las estructuras políticas nacionales. La opinión pública que había elevado como expresión propia a la Alianza, reaccionó al fracaso del alancismo rechazando a la política en su conjunto. En primer lugar, a los partidos que la han encarnado durante más tiempo.
Si bien se mira, sin embargo, con distintos camuflajes, tanto radicales como peronistas han realizado extensos ejercicios de sobrevivencia en condiciones hostiles y suelen reaparecer en público y congregarse cuando menos se los espera. Y aunque las acciones adversas traben, dividan o paralicen sus organizaciones nacionales, en los niveles locales (provincias, municipios) son esas fuerzas las que están presentes y en situaciones dominantes. Basta mirar con realismo ese panorama para comprender que esas estructuras ausentes o desdibujadas en el nivel nacional son indispensables para que el país cuente con un sistema político articulado, capaz de contener, canalizar y dar formato constructivo a expectativas y reclamos de la sociedad que, sin esa mediación, a menudo se desbordan en acción directa.
El divorcio creciente entre el poder hipercentralista de Kirchner y el respaldo de la opinión pública actualiza la necesidad de recostruir un sistema político que neutralice las tendencias dispersivas y anárquicas que ya están a la vista.
Mientras le resultó sencillo exhibir con encuestas el respaldo de la opinión pública, el gobierno mantuvo al peronismo quieto y sometido a la disciplina dictada desde Balcarce 50. Desde el plebiscito misionero, cuando las encuestas cedieron su lugar a los comicios y el gobierno empezó a cosechar derrotas importantes, el poder anestesiante del oficialismo sobre el PJ empezó a perder efecto y comenzó a notarse la recuperación de signos vitales.
Hoy el peronismo empieza a volver por sus fueros, tanto en las corrientes que cuestionan al Presidente como en el seno mismo de la constelación oficialista.
Los fuerzas de origen peronista que conviven bajo el techo kirchnerista con corrientes de izquierda o con radicales atraídos por la fuerza de gravedad del gobierno nacional y su caja, han empezado a levantar la voz, protestando por lo que consideran una tendencia de la Casa Rosada a favorecer a sus aliados de otros partidos antes que a candidatos justicialistas. Las quejas ya se oyeron en Río Negro, donde el jefe del bloque de senadores oficialistas, Migue Angel Pichetto, candidato a gobernador, se sintió desatendido frente a su competidor, el “radical K” Miguel Saiz. Y también en Catamarca. En ambos casos las quejas fueron llanto ante la leche derramda. Ahora, en cambio, empieza a observarse una queja preventiva, un reclamo al Presidente de que se apoye principalmente sobre fuerzas peronistas y que estas sean las que prevalezcan con claridad en las listas electorales del oficialismo. En algunas provincias donde la conducción peronista local se siente más fuerte, asume cuotas mayores de autonomía frente a la Casa Rosada. Los triunfos electorales del peronismo en esas provincias en modo alguno podrán ser contabilizados como éxitos del kirchnerismo. Más bien lo contrario, así sea potencialmente.
Pero donde más dinamismo se registra es en el peronismo enfrentado con el Presidente, que buscará esta semana, en Potrero de Funes, provincia de San Luis, iniciar un proceso de reconstrucción partidaria democrática y edificar una alternativa electoral propia para octubre. La iniciativa de Alberto y Adolfo Rodríguez Saa, acompañada por Ramón Puerta y Carlos Menem, por un significativo número de congresales partidarios (incluyendo al presidente del Congreso, Eduardo Camaño), así como por dirigentes de todas las provincias (sin excluir la de Kirchner, Santa Cruz) aspira a devolver al justicialismo la condición de partido vivo y democrático, en el que los afiliados y los ciudadanos pueden opinar y ser escuchados y donde las autoridades no son elegidas a dedo. Sin duda ese peronismo aspira a colocar una fórmula encabezada por un hombre de esa extracción en el ballotage presidencial del mes de noviembre.
Entre los que asistirán al cónclave de San Luis hay hombres que mantienen cordiales vínculos con Mauricio Macri, con Roberto Lavagna, con Ricardo López Murphy, con Patricia Bullrich y con Elisa Carrió. Muchos de ellos consideran posible y necesaria una convergencia de esfuerzos para consolidar las libertades, el poder de las instituciones, una perspectiva de reconciliación nacional y un sistema político vigoroso. Todos coinciden en que esos objetivos son inalcanzables si no se vuelve fuerte y dinámica la estructura ausente del peronismo.
El “descascaramiento” o “encogimiento” del gobierno, fundado en el paulatino alejamiento de la opinión pública, tiene como contrafigura el progresivo dinamismo que se observa en el seno del peronismo y de la oposición política.
Como dice la publicidad de Cristina K (y probablemente a costa suya) el cambio recién empieza.


* El martes 3 de julio tuvo lugar la reunión mensual de Segundo Centenario en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES). Como lo hacen habitualmente, disertaron Jorge Castro, Pascual Albanese y Jorge Raventos. El texto transcripto es la síntesis de la participación de JR..

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