19/7/07

Una familia muy normal


 



EL UNIPERSONAL DE LA SEÑORA DE KIRCHNER
SE REPRESENTÓ EN EL ARGENTINO DE LA PLATA



Ante un público constituido mayoritariamente por funcionarios públicos, Cristina de Kirchner presentó en el Teatro Argentino de La Plata su show unipersonal: El cambio recién empieza.

Para un televidente desprevenido, el espectáculo pudo, a primera vista, confundirse con la nominación de un candidato republicano o demócrata en los Estados Unidos. Sobre todo por las pretensiones escenográficas, por el papel picado, por las pantallas colgantes.
Pero una mirada más atenta descubría rápidamente diferencias significativas. La primera, la disciplina de las tribunas. En las convenciones estadounidenses, aún en las más atadas a un guión, la abigarrada presencia de delegados de geografías disímiles luciendo con orgullo sus banderas y emblemas produce un efecto de colorido y vivacidad que estuvo ausente en el Teatro Argentino. El afán de adaptar el conjunto del espectáculo a un formato televisivo y televisable, que evitara cualquier inquietante desborde de euforia o activismo, transformó el acto en una ceremonia menos emotiva que una convención de podólogos.
Pero la diferencia más notable con cualquier convención política, estadounidense o europea, asiática o latinoamericana, destinada a nominar un candidato presidencial residió en este aspecto: en otras latitudes los candidatos son nominados por sus partidos, surgen directa o indirectamente de la voluntad de los afiliados o, al menos, de los cuerpos orgánicos de una divisa. En este caso, no sólo la señora de Kirchner no fue elegida como candidata presidencial por los afiliados de ningún partido político, sino que jamás se exteriorizó en el escenario platense cuál era el partido que organizaba ese acto, bajo cuáles símbolos o en nombre de qué, invitada o auspiciada por quién la primera dama ocupaba ese podio y se presentaba como candidata presidencial. Nada en el escenario identificaba a una fuerza política que se responsabilizara por el lanzamiento.
En la coda de su pieza oratoria (dedicada, qué ironía, a opinar in extenso sobre consolidaciones institucionales), la señora de Kirchner se ocupó de revelar lo que todo el mundo sabe: que debe esa candidatura exclusivamente a la voluntad de su esposo, el presidente. Calificó el comportamiento de su conyuge como algo “absolutamente nada común”. "Tampoco se la crea -le dijo, rigoreándolo amorosamente- no es un héroe, pero tampoco es un hombre común, por más que Ud. tenga la sincera vocación de ser un hombre común, y no desde ahora, desde que lo conocí es un hombre fuera de lo común, absolutamente…No es normal, no es normal…"
En efecto: no hay en el mundo antecedentes de una intención sucesoria de características similares, concebida como una escena de la vida conyugal y consagrada ante cortesanos, funcionarios e invitados especiales. "Usted tiene Autoridad -halagó a su Elector Unico y cumplidor marido- pero no porque se enoje, sino por lo que hizo y por lo que hace". Lo que hacía en ese momento era regalarle una candidatura.
Favorecida por la abdicación de su marido, la primera dama consideró que debía dedicar su presentación en el Teatro Argentino a demostrar que es capaz de emplear el lenguaje articulado y que su extensa experiencia de más de una década como legisladora, diputada y senadora por Santa Cruz, constituyente, primera dama y senadora por la provincia de Buenos Aires, si bien desmiente a su marido cuando afirma que “Cristina es la única candidata nueva”, le otorga a ella la capacidad de memorizar (palabras, no cifras) y hablar por tres cuartos de hora sin consultar papeles.
El contenido del discurso único de La Plata tuvo elementos paradójicos. La señora, aparentemente identificada con “el cambio”, ante el aplauso de los funcionarios presentes, definió el cambio como continuismo: “El cambio –dijo, mirando al palco bandeja ocupado por el Presidente- significa continuar en la misma dirección”. La que ha fijado su marido.
Reivindicó asimismo un “discurso de género”, aunque aclaró que ella no está a favor de que las mujeres peleen con los hombres, ni (¡qué otra cosa decir en esa feliz circunstancia!) las esposas con sus maridos. En un párrafo que algunos interpretaron como un homenaje a la (ausente) ex ministra Felisa Miceli, reivindicó la capacidad femenina de “prodigarse en simultáneo en lo público y lo privado”.
La primera dama y candidata reivindicó lo que definió como “recuperación de la institucionalidad democrática” y, en ese marco, destacó el comportamiento ejemplar de los bloques legislativos oficialistas, aludiendo (si bien prefirió no explicitarlo) a la cesión de atribuciones del Congreso al Poder Ejecutivo, que ellos facilitaron.
Señaló la señora de Kirchner que el “modelo económico” actual “debe institucionalizarse” para evitar que un próximo gobierno pueda introducir modificaciones. Aunque no entró en detalles, seguramente la primera dama se refería, entre otros aspectos, a mantener las retenciones a las exportaciones y la apropiación por el poder central del total de su recaudación así como de la mayor parte del impuesto al cheque o a conservar el actual esquema de coparticipación federal y los sobreprecios en obras públicas, alentar la inflación real y reprimirla en los papeles manipulando las muestras del INDEC, tergiversar las estadísticas sobre pobreza e indigencia, etc.
En una alusión histórica al peronismo, la señora de Kirchner trazó una comparación con el proceso económico de Brasil y los primeros gobiernos de Juan Perón: manifestó su preferencia por “la burguesía brasileña” antes que por el proceso peronista “de sustitución de importaciones”. También se refirió negativamente al gobierno peronista de los años 90 (“neoliberal”). Si bien dedicó mucho tiempo a hablar sobre “el modelo económico”, no hizo ningún comentario que vinculara el desarrollo de la burguesía brasileña que ella dijo admirar con la situación social de ese país y la condición de miseria y marginalidad en que ha vivido (y aún vive) una alta proporción de la sociedad brasilera.
A diferencia de tantos discursos de campaña de su esposo en las presidenciales de 2003, la señora de Kirchner no empleó en el acto del jueves 19 demasiadas alusiones al tema corrupción.
Tras los tres cuartos de hora de discurso de la primera dama y candidata, el papel picado y la iluminación dispararon sus señales de moderada alegría y contenido júbilo, mientras un comentarista televisivo apuntaba que se había asistido a “un acto sin marcha y sin símbolos peronistas” y otro agregaba que “los militantes que vinieron se quedaron en la calle”.
En el palco bandeja, el Presidente todavía miraba orgulloso a su alrededor. A su lado, aprovechando un descuido de Daniel Scioli, el ministro del Interior, rápido para interpretarlo, expresó en voz alta lo que Kirchner había dicho con los ojos: “Esta Cristina es un cuadrazo”.


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COMENTARIO SOBRE LAS IDEAS DE LA PRIMERA DAMA
DE UN AMIGO QUE PREFIERE LA DISCRECION





Acerca del discurso de Cristina que es Kirchner, pero también Fernández


EL “CAMBIO QUE RECIÉN EMPIEZA” SE APOYA EN
TRES ENDEBLES Y FALACES “CONSTRUCCIONES BASALES”




“Tenemos un país que, a pesar de todo no han podido destruir, rico en hombres y rico en bienes.(...) En el final de este camino está la Argentina potencia, en plena prosperidad con habitantes que puedan gozar del más alto standard de vida, que la tenemos en germen y que sólo debemos realizarla. (...) La inoperancia en los momentos que tenemos que vivir es un crimen de lesa patria. Los que estamos en el país tenemos el deber de producir por lo menos lo que consumimos. Esta no es hora de vagos ni de inoperantes. (...) Dios nos ayude si somos capaces de ayudar a Dios. La oportunidad suele pasar muy quedo, guay de los que carecen de sensibilidad e imaginación para no percibirla”. Juan Domingo Perón, 1 de mayo de 1974


En el Teatro Argentino de La Plata, el jueves 19 de julio (justo una semana antes del aniversario de la muerte de Evita) se lanzó la candidatura presidencial de Cristina que es Kirchner pero también Fernández, designada tal por la voluntad propia y de su esposo, el actual presidente, Néstor Kirchner y avalada por un público en el que eran amplia mayoría los funcionarios de los gobiernos de la Nación, las Provincias y los Municipios, quienes ocuparon sus butacas después de atravesar un riguroso control de sus invitaciones personales y obraron con la disciplina propia derivada de ser paniaguados del beneplácito del matrimonio presidencial.
En los 45 minutos en los que habló Cristina que es Kirchner pero también Fernández, casi no mencionó a Juan Domingo Perón o a Eva Perón y antes y después de su discurso no se escucharon el Himno Nacional Argentino ni la Marcha Los Muchachos Peronistas, reemplazados por una cumbia dedicada a la candidata.
El discurso de la única oradora del prolijo show giró en torno “de las 3 construcciones basales de estos 4 años y sobre las que vamos a construir los próximos” que son las siguientes:
* “la consolidación del Estado democrático y de sus instituciones”,
* “el modelo económico productivo de acumulación con inclusión social” y
* “el cambio cultural fundado en la recuperación de la autoestima de los argentinos”.

Hemos de examinar los vínculos con la realidad que tienen esas tres “construcciones basales” sobre las que Cristina que es Kirchner pero también Fernández, se propone realizar esa llamativa contradicción en los términos que es el cambio mediante la continuidad o la continuidad mediante el cambio, con la que el matrimonio presidencial quiere seguir gobernando la Argentina en los próximos cuatro años.

“La consolidación del Estado democrático y de sus instituciones”
Respecto de este punto comenzamos recordando que entre las condiciones que deben reunir un Estado democrático y sus instituciones para ser tales, está que quienes les conducen cumplan y hagan cumplir todas las leyes a todos.
Para que pueda hacer efectiva esa misión esencial – asegurar a todos la libertad imponiendo a todos la obediencia a la ley – y para que provea a su defensa, la sociedad le asigna al Estado el uso monopólico de la fuerza, a fin de que, en los casos en que sea preciso, la aplique con prudencia y como ultima ratio, conforme lo que dispongan las leyes y reglamentos que regulen su uso.
Este principio elemental que hace a la naturaleza básica del Estado democrático – en verdad, de todo Estado – fue expresado con verdad, belleza y precisión por el poeta Leopoldo Marechal en su Heptamerón, cuando señaló:

“Recordarás, Josef, que tu Padre de arriba
gobierna con dos manos:
con la mano de hiel de su Rigor
y la mano de azúcar de su Misericordia.
Si asumes el poder, usa las dos,
ya la dura o la blanda, según tu inteligencia
Josef, el que gobierna con una mano sola
tiene la imperfección de un padre manco”.

De ahí que sea impropio – y no del todo cierto - que Cristina, que es Kirchner pero también Fernández, reivindique como una virtud que todo lo que hicieron ella y su esposo desde el gobierno “lo hemos hecho sin aporrear, sin palos", obrando así con lo que Marechal criticaría como “la imperfección de un padre manco”, sin que deba tomarse esto como una ironía alusiva a la actual política bonaerense.
Decimos que la reivindicación del “pacifismo” que se hace en el discurso analizado no es del todo cierta porque hubo varios casos en estos cuatro años en los que sí hubo palos y aporreados, como por ejemplo los ciudadanos santacruceños cuando manifestaron su oposición al gobierno provincial, teledirigido primero y después obligado a renunciar desde la Casa Rosada.
Pero. sobre todo, lo consideramos impropio por cuanto, al decir lo que dijo, Cristina que es Kirchner pero también Fernández, quiere mostrar como virtuoso el hecho que, ante ciertos actores sociales y en determinadas circunstancias, ella y su esposo, que detentan la circunstancial conducción del Estado, hayan aceptado y dejado impunes acciones violatorias de las leyes, negándose a impedirlas mediante el uso de los legítimos recursos de fuerza de los que el Estado tiene el monopolio, dado a él por decisión de la sociedad que busca así preservar su libertad y su seguridad.
Por mencionar un ejemplo, avalaron los actos ilegales de “piqueteros” amigos del gobierno – llegando al extremo de designarlos en altos cargos en el Estado – e impidieron el uso legítimo y prudencial de la fuerza por parte de las policías y fuerzas de seguridad del Estado, para prevenir y, llegado el caso, reprimir los actos ilegales que estos cometen, lo que lejos de “consolidar el Estado democrático y sus instituciones”, supone abdicar de una de las misiones esenciales que dan razón de ser al Estado.
Más grave aún, esa renuencia a que el Estado use todos sus recursos legales y legítimos para asegurar que todos cumplamos todo lo que disponen todas las leyes, puede ser el fundamento teórico – político de la manifiesta incapacidad del kirchnerismo para brindar seguridad a la vida, la libertad y la propiedad de las personas, lo que explica que la inseguridad esté a la cabeza de la preocupación ciudadana, según lo indican todas las encuestas a las que son tan afectos quienes están en la cúpula gubernamental actual.
Por lo demás, en los 45 minutos que duró su discurso, Cristina que es Kirchner pero también Fernández no dedicó ni un solo segundo a dar alguna explicación acerca del “bañogate” – tal la denominación que da la prensa mundial al bochornoso episodio que provocó la renuncia de la ministro de Economía, Felisa Micelli – o de las otras acusaciones judiciales por actos de corrupción que alcanzan a altos funcionarios y sobre todo funcionarias de su gobierno, episodios que difícilmente puedan tenerse como muestras de “la consolidación del Estado democrático y de sus instituciones”.
También explicó Cristina que es Kirchner pero también Fernández que uno de los núcleos de esta primera “construcción basal” establecida por su esposo y por ella, fue haber impulsado y logrado la derogación de las leyes de obediencia debida y punto final sancionadas por el Congreso de la Nación y promulgadas por un Presidente constitucional, en ambos casos de forma plenamente legítima y legal y la derogación de algunos de los indultos otorgados por otro Presidente constitucional, también en forma del todo legal y legítima.
No compartimos la validez, justicia, oportunidad y significado de esas decisiones políticas y legislativas del matrimonio gobernante y sus adláteres, que buscan castigar a los acusados de haber cometido delitos calificados de “terrorismo de Estado” y dejar impunes a quienes podrían ser acusados de cometer delitos semejantes en el ejercicio de lo que llamaremos – a falta de un término mejor – “terrorismo privado”.
Es dolorosamente cierto que en décadas pasadas, el terrorismo “privado” y el terrorismo de “estado” montaron una monstruosa pinza que ensangrentó la Patria y quitó la vida a miles de argentinos.
Pero, a diferencia de lo que viene haciendo el actual gobierno, entendemos que lo mejor que puede hacerse respecto de ese pasado es atender a Perón, quien en 1973 exhortaba “a todos mis compañeros peronistas para que, obrando con la mayor grandeza, echen a la espalda los malos recuerdos y se dediquen a pensar en el futuro de la Patria, que bien puede estar desde ahora en nuestras propias manos y en nuestro propio esfuerzo”.
Las discrepancias hasta aquí expuestas entran en el ámbito opinable de las opciones políticas, pero resulta una desmesura insostenible e inaceptable la afirmación de Cristina que es Kirchner pero también Fernández, según la cual con esas decisiones se avanzó hacia “la consolidación del Estado democrático y de sus instituciones”.
¿Acaso de Uruguay o Chile, por sólo mencionar ejemplos de dos países vecinos en los que se siguió en este tema un camino por completo diferente al que estableció el matrimonio presidencial en la Argentina, puede decirse que no consiguieron “la consolidación del Estado democrático y de sus instituciones”?.
Además, corresponde recordar que el ahora matrimonio presidencial, en los años de plomo, se alejó de toda actividad militante y fueron a ganar plata a Santa Cruz, actuando como abogados ejecutores de los deudores hipotecarios agobiados por la usurera Circular 1050 de la dictadura.
Cierto es que en ese trágico período de nuestra historia reciente, quienes vivíamos en Argentina tratamos de sobrevivir como pudimos y que la opción que tomaron Cristina, que es Kirchner pero también Fernández y Néstor, que es Kirchner y no Fernández, pudieran no merecer otro reproche que el de haberse aprovechado de una norma usuraria para su propio beneficio.
Pero no es menos cierto que Cristina que es Kirchner pero también Fernández y Néstor que es Kirchner y no Fernández, dado ese antecedente, no tienen autoridad para pretender hacer un juicio moral al presidente Carlos Menem por haber resuelto indultar a los jefes de las organizaciones armadas que ejercieron el terrorismo contra el gobierno democrático que presidieran Juan Perón y María Estela Martinez de Perón y a los militares, policías y otros funcionarios del Estado que los combatieron, también mediante actos terroristas.
Entre otras razones porque, a diferencia de ellos, Carlos Menem sí sufrió en forma personal y directa la cárcel y las torturas de ese régimen dictatorial, algunas de cuyas normas fueron usadas por el matrimonio presidencial para hacerse ricos.
Se puede criticar el camino tomado por Raúl Alfonsín y Carlos Menem en la búsqueda de la pacificación y la reconciliación nacional a través de las leyes de obediencia debida y punto final y de los indultos, cuestionar que esas disposiciones hayan servido efectivamente para alcanzar ese noble propósito, discrepar con esas decisiones políticas y buscar modificarlas por los medios que ofrecen la Constitución Nacional y las leyes.
Lo inaceptable es suponer y afirmar que aquellas decisiones debilitaron al Estado democrático y a sus instituciones y que las tomadas en estos cuatro años los consolidaron.

Debe señalarse también que no contribuye a “la consolidación del Estado democrático y de sus instituciones” el hecho que la candidatura de Cristina que es Kirchner pero también Fernández haya sido decidida por ella y por su esposo y que, al igual que todos los otros candidatos y candidatas a la Presidencia de la Nación que hasta ahora anunciaron que se presentarán en los comicios de octubre próximo, su proclamación no surgió de elecciones internas en los partidos políticos, que es lo que establece la Constitución Nacional y lo que indica el sentido común en un régimen democrático que merezca tal nombre.
Por tanto, es faltar a la verdad más evidente decir que en la Argentina de hoy tenemos un Estado democrático con instituciones consolidadas, cuando no hay un solo partido político nacional en el que sus afiliados puedan decidir en elecciones internas cual es su línea política y su plataforma y quienes son sus dirigentes y sus candidatos.
Tan falaz como pretender que el cambio de composición de la Corte Suprema, los manejos arbitrarios en el Consejo de la Magistratura y la acción disciplinaria que las duplas Daniel Scioli – Miguel Pichetto y Alberto Ballestrini – Agustín Rossi cumplen en el Senado y en la Cámara de Diputados de la Nación, tienen algo que ver con la independencia que deben tener los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial en una república democrática.
Por lo demás, consolidar el Estado democrático y sus instituciones implica respetar y hacer respetar el régimen federal de gobierno que establece la Constitución Nacional y que el actual gobierno debilitó a grados extremos, lo que se reiteró en el acto del Teatro Argentino, donde pudo verse el triste espectáculo de gobernadores provinciales reducidos a una obediencia indebida y cumpliendo el papel de humildes mendicantes del favor presidencial, para obtener los fondos que requieren para el funcionamiento de sus Provincias, en la total negación del más elemental federalismo, que fue la realidad cotidiana de los últimos cuatro años.
En tanto no se restablezcan criterios de equidad que hoy no existen y no se elimine la arbitrariedad con la que hoy obra el poder central en la distribución de los recursos públicos entre la Nación y las Provincias, no habrá entre nosotros un verdadero federalismo y la omisión de este tema en el discurso de Cristina que es Kirchner pero también Fernández, coherente con el desinterés que mostró acerca de este asunto en su actuación en el Senado de la Nación, permiten suponer que lo que propone es la continuidad de la negación del federalismo para el próximo cuatrienio.
Todo lo expuesto hace suponer que para Cristina que es Kirchner pero también Fernández, “la consolidación del Estado democrático y de sus instituciones” apenas consiste en que su esposo, pese a haber accedido a la Presidencia en unas elecciones que perdió y en las que sólo tuvo el 22% de los votos, la haya podido ungir candidata presidencial merced al poder que, por medios non sanctos, acumuló en estos cuatro años, lo que equivale a suponer que el Estado democrático y sus instituciones se reducen al poder del matrimonio presidencial.

“El modelo económico productivo de acumulación con inclusión social”
El éxito de lo que Cristina, que es Kirchner pero también Fernández, definió como “modelo económico productivo de acumulación con inclusión social” y al que le atribuye una potencia demiúrgica decisiva para hacer que la gente tenga una buena o una mala vida, tiende a convertirse en una verdad axiomática, incluso para algunos que se dicen opositores al matrimonio gobernante.
Pero yendo de las palabras a la realidad - ¿podremos escribir aquello de que esa es la única verdad sin incurrir en un tópico? – se constata que la acumulación que aporta ese modelo es endeble y su capacidad de inclusión, por decir lo menos, escasa.

Como es bastante sabido, los pilares que sus apologistas reconocen en el modelo son un tipo de cambio alto, superávit fiscal primario, superávit comercial (el tan llevado y traído superávit gemelo) y desendeudamiento, considerando como tal el pago que se hizo al Fondo Monetario Internacional; combinación que sería el factor decisivo en las altas tasas de crecimiento que registró el Producto Bruto Interno de la Argentina en los últimos cuatro años.
En verdad, si Kirchner (Néstor, el que no es Fernández) pudo evitar que la mayoría del pueblo argentino decidiera echarlo a patadas de la Casa de Gobierno a poco de que entrara en ella, fue por el extraordinario nivel de demanda y precio que alcanzaron en el mundo las materias primas (commodities), en especial oleaginosas y cereales como la soja, el girasol, el maíz y el trigo; que son nuestros principales bienes transables, los que producimos en abundancia.
Ese ciclo de la economía internacional extraordinariamente favorable para las exportaciones argentinas, traccionado sobre todo por la demanda de materias primas de China, India y otros países asiáticos; es lo que posibilitó para la Argentina una excepcional acumulación de riqueza y el gobierno que preside Kirchner (Néstor, el que no es Fernández) se apropió de una parte de ella, sobre todo mediante las retenciones a las exportaciones y el impuesto al cheque, gabelas distorsivas que no coparticipa con las Provincias.
Merced a un uso desprejuiciado, constante y riguroso de todos los muchos instrumentos de decisión (formales e informales, legales, paralegales y hasta ilegales) de los que dispone el presidente de la Nación en el sistema institucional argentino, Kirchner (Néstor, el que no es Fernández) aplicó de forma centralizada y arbitraria esos cuantiosos fondos públicos a comprar cómplices y desalentar oponentes, apelando a la dádiva o a la intimidación y así estableció un modelo político de acumulación de poder personal, con exclusión de adversarios y/o disidentes.
La acumulación, que se tradujo en las tasas de crecimiento que tuvo el Producto Bruto Interno (PBI) en el último cuatrienio, se basó en el alza de la demanda y de los precios que registra el mercado mundial para nuestras commodities exportables y la consecuente expansión de las actividades vinculadas a su producción y comercialización, en la aplicación de una parte de los recursos del Estado nacional obtenidos por los insólitos impuestos a esas exportaciones para financiar algunas obras públicas y construir viviendas (donde también hay inversión privada) y en la elevación relativa del consumo interno general por impulso de esos factores de crecimiento.
Así fue que en estos cuatro años, el gobierno de Kirchner (Néstor, el que no es Fernández) orientó parte de los recursos aportados por la extracción y exportación de commodities a aumentar la demanda interna, lo que reactivó a ciertas actividades económicas sólo destinadas al mercado local (verbigracia, la construcción) y algunas industrias que pueden operar en el mercado interno, pero que carecen de posibilidades estructurales de acceder a los niveles de productividad, eficiencia y competitividad que se requieren en el mercado globalizado de hoy.
El aumento de la demanda interna y la reactivación económica de acotadas características antes descriptas llevaron a la actual saturación de la capacidad productiva y la infraestructura (sobre todo energética) instaladas – cuyas potencialidades eran debidas, en gran parte, a las altas tasas de inversión que hubo en la denostada década de 1990 – con lo que, dada la ausencia de un nivel de inversión suficiente, creció la tasa de inflación que, a pesar de la distorsión de los índices oficiales mediante la intervención en el INDEC, llega a niveles que triplican al promedio actual de la inflación mundial.
El gobierno, para tratar de moderar el impacto social de esa situación, además de mantener e incluso aumentar las retenciones a las exportaciones a fin de contener el precio interno de los alimentos en términos de valor – salario, busca intervenir en la formación de los precios internos, sobre todo los de los bienes de la economía que componen la canasta familiar, en la búsqueda de su ficticio congelamiento, a través de acuerdos explícitos y controles más o menos encubiertos de esos precios, cuya inconsistencia está probada por la realidad.
En otros términos, el “modelo económico productivo” del actual gobierno y cuya continuidad es el cambio que propone Cristina que es Kirchner pero también Fernández, se apoya en los siguientes ejes, que son a la vez equívocos y extemporáneos:

* Mantener el superávit de nuestro comercio exterior casi exclusivamente mediante un tipo de cambio alto que valora los excedentes que proporciona el ciclo extraordinariamente favorable que hay en el mundo para los bienes primarios destinados a la exportación, producidos merced a nuestra formidable capacidad extractiva.
* Mantener el superávit fiscal primario mediante las retenciones a la exportaciones de commodities, que permiten al gobierno nacional hacerse de cuantiosos recursos no coparticipables con la Provincias y mantener cierto control sobre el precio interno de algunos alimentos, aunque desalienten la potencialidad productiva de varias cadenas agroalimentarias; a lo que se suman otros tributos distorsivos y de los que no participan las Provincias, como el impuesto al cheque.
* Orientar la inversión pública en infraestructura y otros recursos económicos del estado a favorecer a ciertas empresas “amigas”, que practican un desprolijo e ineficiente capitalismo prebendario.
* Sostener una obsoleta estrategia de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), que pudo ser adecuada en las condiciones que existían en el mundo y en el país en las décadas de 1940, 1950 y 1960, pero que ya había dejado de ser apropiada en la década de 1970, cuya continuidad llevó a que la de 1980 fuera “la década perdida” y que pretender revivirla estando cerca de terminar la primera década del siglo XXI es un anacronismo insostenible.
* Contener la inflación mediante sistemas de acuerdos y controles de precios, cuya ineficacia es sabida, tratando de disimular el hecho que la sensación inflacionaria (que es la que se registra en el bolsillo de los consumidores) es mucho más alta que la temperatura inflacionaria (la que consignan los falseados indicadores oficiales), contener acotadas las demandas de aumentos de salarios y congeladas las tarifas de los servicios cuyo sinceramiento podría ocasionar reacciones sociales y hasta electorales adversas al gobierno.

Para poner a la Argentina en armonía con la evolución de la historia, se requiere reemplazar a este modelo por otro de acumulación sustentable, que continúe y acentúe el aprovechamiento de nuestras posibilidades extractivas de commodities en las condiciones favorables que hoy ofrece el mercado mundial, pero que le sume el diseño y la aplicación de políticas de Estado que promuevan una nueva Industrialización por Exportaciones Diferenciadas (IED) y abandonar definitivamente los devaneos neodesarrollistas que pretenden reinstalar la ISI.
Poner en marcha esa estrategia de Industrialización por Exportaciones Diferenciadas (IED) requiere establecer un clima amigable para que la inversión local y externa destine recursos a aprovechar en plenitud las oportunidades de negocios que aquí existen, creando y consolidando empresas en las cadenas de valor dedicadas a procesar industrialmente y a vender en todos los mercados los bienes y servicios en los que tenemos ventajas comparativas, que pueden convertirse en ventajas competitivas (alimentos, biocombustibles, minería, forestación y sus industrias derivadas, bienes culturales, etc.), empleando en esas actividades la destreza de nuestro pueblo en sistemas de trabajo organizado y aplicando las innovaciones tecnológicas necesarias para que nuestra oferta de bienes y servicios pueda alcanzar las condiciones de cantidad, calidad y precio que demandan los mercados globales.


Es evidente que ese sólido y verdadero“modelo económico productivo de acumulación con inclusión social” no es el que se aplicó en estos últimos cuatro años y si se mantiene el rumbo de continuidad, que es el único cambio anunciado por Cristina que es Kirchner pero también Fernández, los argentinos estaremos condenados a un destino similar al que tuvieron, por mencionar un ejemplo, la mayoría de los países productores de petróleo que, no obstante los cuantiosos ingresos a los que vienen accediendo por el alza constante del precio internacional de los hidrocarburos que se registra desde hace más de 30 años, no fueron capaces de modificar sustancialmente su situación de atraso relativo y la baja calidad de vida de sus pueblos.
Por lo demás, pese a las declamaciones oficiales, este “modelo económico productivo de acumulación” no genera inclusión social, lo que se puede constatar teniendo en cuenta unos pocos datos oficiales de diciembre de 2006, que sobre todo por los bajos ingresos que perciben los trabajadores ocupados y el alto nivel de clandestinidad y precarización laboral y en el marco de cinco años de crecimiento del PBI, daban cuenta de que:

* casi el 80% de los hogares argentinos no reúne el ingreso correspondiente al valor de la canasta familiar ($2.513 mensuales),
* prácticamente el 90% del total de los hogares tienen ingresos que están por debajo del consumo promedio del hogar argentino ($3.100 mensuales),
* el 60% de la población laboral tiene ingresos inferiores a la línea de pobreza.

Esta “exclusión social” que trajo consigo el “modelo económico productivo de acumulación” de cuya continuidad promete hacerse cargo Cristina que es Kirchner pero también Fernandez, como es obvio, nada tiene que ver con la justicia social que propone el peroniosmo.
Mutatis mutandi, este “modelo económico productivo de acumulación con inclusión social” que Kirchner (Néstor, el que no es Fernández) y Cristina (que es Kirchner pero también Fernández) aplicaron en los últimos cuatro años y quieren seguir aplicando en los cuatro años por venir, evoca como farsa y sin ninguno de los muchos episodios de grandeza que hubo entonces, al proceso que la Argentina conoció entre 1880 y 1916.
Como entonces, se registra ahora un ciclo internacional extraordinariamente favorable para la exportación de “commodities” argentinas, aunque la soja haya reemplazado a las carnes y China a Gran Bretaña.
Como entonces, las candidaturas presidenciales se eligen ahora en ámbitos reducidos y sin participación de la ciudadanía, aunque ha de reconocerse que el Senado de la Nación, la Liga de Gobernadores y hasta la Cámara de Comercio Argentino – Británica eran espacios más amplios que la alcoba matrimonial de los Kirchner – Fernández.
Como entonces, también ahora la acumulación de riqueza debida al aprovechamiento de las capacidades extractivas de nuestro territorio se concentra en quienes detentan el poder político y en algunos empresarios amigos, sin que la “inclusión social” llegue a los sectores más humildes, aunque ha de reconocerse que el efecto “derrame” era infinitamente más amplio entonces que ahora.
Como entonces, también ahora el descontento social y político del pueblo van creciendo y surgen consignas que reclaman justicia social, libertad económica y soberanía política, prenunciando que, de seguir así las cosas, la celebración del Segundo Centenario del 2010 estará rodeado de tantos conflictos como lo estuvo la del Primer Centenario, en 1910.


Hay que decir que a diferencia con lo que sucede en los últimos cuatro años, la acumulación que tuvo la Argentina entre 1880 y 1916 financió la epopeya de construir un país moderno, en el que nacían grandes ciudades (La Plata, como lo recordó Cristina que es Kirchner pero también Fernández en el Teatro Argentino de esa ciudad y también Bahía Blanca, Rosario y otras), se instalaban infraestructuras adecuadas que funcionaban bien (ferrocarriles, telégrafos, rutas, electricidad, etc.), se ocupaba en plenitud nuestro territorio y se mantenían buenas relaciones con todos los países del mundo; logros todos que son exactamente la contracara de lo que hoy sucede.
Cierto es también que no podría compararse la grandeza de Julio Argentino Roca con la pequeñez de Kirchner (Néstor, el que no es Fernández), pero pueden notarse ciertas similitudes entre Cristina que es Kirchner pero también Fernández con Miguel Juárez Celman, quien, vale recordarlo, era pariente de Roca y debió renunciar en 1890 tras la llamada Revolución del Parque, que elevó a la primera magistratura al vicepresidente, Carlos Pellegrini (Dios nos libre de Cobos).
En suma y en síntesis, en este “modelo económico productivo” la acumulación es endeble y la inclusión social inexistente.

“El cambio cultural fundado en la recuperación de la autoestima de los argentinos”
Aunque valoró a esta que denominó “construcción cultural” como la más importante de las tres, fuera de afirmar que se funda en “la recuperación de la autoestima, que los argentinos habíamos perdido”, no fue para nada precisa en definir en que consiste o en que se constata esa supuesta revolución cultural del kirchnerismo.
Una primera observación sería que el diagnóstico según el cual los argentinos habíamos perdido nuestra autoestima, considerando el estado de ánimo general del pueblo (con perdón de la palabra), no parece corresponderse con la realidad.
Valdría recordarle a Cristina que es Kirchner pero también Fernández, que aún en las instancias recientes de crisis más hondas que vivió el país, para nada puede considerarse que fuera una baja autoestima lo que prevalecía en el ánimo popular.
Por caso, la consigna “que se vayan todos” que tanto se extendió en diciembre de 2001, no parece que sea expresiva de una pérdida de autoestima popular, sino el signo de la desestimación popular a los gobernantes y en general a los dirigentes.
Sólo quien se sienta parte constituyente de la élite dirigente de la Argentina y que desde ese lugar lea a la realidad con un enfermizo y complaciente autismo – que podría ser el caso de Cristina que es Kirchner pero también Fernández -, puede creer que esa y otras manifestaciones del estado de ánimo popular suponen una pérdida de la autoestima.
Por lo demás, como sucede con las partidas de ajedrez, a veces las verdaderas características de la cultura de un pueblo suelen ser mejor comprendidas por quienes las miran desde afuera que por quienes las ven desde adentro.
En esta perspectiva, es probable que el testimonio de la mayoría del millón y medio de argentinos que aún viven fuera de nuestro país nos dijera que los extranjeros distan de considerar a la baja autoestima como una de las facetas del carácter de los argentinos, sino antes bien todo lo contrario.
De hecho, es sabido que una muchos de los “chistes de argentinos” que se cuentan en los países donde hay colonias de connacionales giran en torno de nuestra desmedida autoestima. Por caso ese tan conocido según el cual el mejor negocio es comprar a un argentino por lo que vale y venderlo por lo que él cree que vale.

No obstante, considerando que Cristina que es Kirchner pero también Fernández, en algún tramo de su exposición subrayó la importancia de la economía y en ninguno brindó ejemplos del modo en el que ese cambio cultural obró en la subjetividad del imaginario de los argentinos, podría ser válido mencionar un indicador cuantitativo que lleva a dudar de la existencia misma de ese pregonado “cambio cultural”.
Por ejemplo, que la mayor parte de cientos de miles de millones de dólares – incluyendo los obtenidos por la Provincia de Santa Cruz por regalías hidrocarburíferas durante la Gobernación de Kirchner y la Presidencia de Menem – de ahorros argentinos colocados fuera del país, aún no hayan vuelto a la Argentina.
Aunque podría ser que el hecho que esos fondos sigan en el exterior sea una señal de autoestima de los argentinos que los poseen, en cuanto no quieren arriesgarlos trayéndolos de vuelta a la Argentina que gobiernan los Kirchner.
En suma, no tiene fundamentos afirmar que el gobierno Kirchner produjo un cambio cultural que permitió a los argentinos recuperar su autoestima pérdida dado que ni hubo cambio cultural, ni la autoestima de los argentinos se había perdido.
Por nuestra parte creemos que el cambio cultural que se preciso producir en la Argentina, que aún está pendiente, es el que lleve a restaurar en nuestra comunidad los valores esenciales que nos permitieron llegar a ser Nación y que están hoy debilitados, entre los que destacan:

* el respeto a la dignidad de la persona,
* la vigencia del derecho a la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural,
* la defensa de la familia nuclear, ámbito esencial de la construcción de la identidad, la educación y la adquisición de valores,
* restablecer la convicción de que sólo podemos ser libres si somos esclavos de la ley
*
asumir que el ejercicio de los derechos conlleva el cumplimiento de deberes que van desde los comportamientos cotidianos que hacen a una buena convivencia (cumplir las normas de tránsito seamos automovilistas, ciclistas, motociclistas o peatones; no ensuciar los espacios públicos y cuidar su limpieza; respetar al vecino; hacer bien el propio trabajo; etc.) hasta los que son propios de la condición de ciudadanos ( pagar en tiempo y forma los impuestos y servicios, exigir la buena administración y prestación de los mismos, asumir con responsabilidad una opción política y respetar las opciones diversas de otros, dialogando con ellos, no ser cómplices del clientelismo, ser críticos de nosotros mismos y de las autoridades que elijamos, etc.),
* recuperar la cultura del trabajo y del esfuerzo, haciendo realidad que el destino universal de los bienes y el derecho a apropiarse de los mismos, conllevan el derecho-deber de producirlos, es decir, el derecho-deber del trabajo,
* volver a hacer que los únicos privilegiados en nuestra sociedad sean los niños, los ancianos y los enfermos, dada su situación relativa de debilidad,
* reconocer en la justicia – que no se agota en su visión contractual sino que se abre a los horizontes de la solidaridad y del amor - el valor que permite armonizar la completa desigualdad de cada individuo en tanto ser único e irrepetible y la completa igualdad con que fuimos creadas todas las personas.

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