25/7/07

Macri no podrá gobernar la Capital con una Casa Rosada kirchnerista

 

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Cada día se torna más evidente que, pese al notable triunfo obtenido en junio, a Mauricio Macri le resultará muy arduo ejercer el gobierno de la Ciudad Autónoma si en la Casa Rosada se mantiene el poder kirchnerista.

Contra los compromisos asumidos públicamente por el Presidente tres días después del ballotage porteño, el gobierno nacional exhibe ya su resistencia al traspaso adecuado de la policía a la ciudad de Buenos Aires. Sin manejar el instrumento policial, ¿cómo podría Macri dar satisfacción a la principal inquietud de los capitalinos, que se centra precisamente en el tema de la seguridad urbana? En rigor, si a la carencia de policía propia se le suma una conjetura basada, si se quiere, en la suspicacia –la posibilidad de que el oficialismo nacional decida el hostigamiento callejero al gobierno porteño a través de la movilización de sus armadas clientelísticas- se entrevén las dimensiones del desorden potencial que el gobierno porteño podría tener que enfrentar si debe convivir con un gobierno nacional hostil. Y ese es sólo uno de los flancos.

Tal panorama es lo que vuelve más acuciante y dramática la decisión que Macri adopte en relación con los comicios presidenciales y lo que torna más ingenua la postura que algunos medios asignan a ciertos dirigentes del PRO: la idea de que deben abstenerse de jugar un papel en las presidenciales, refugiarse en la burbuja porteña y limitarse a gestionarla, haciendo la plancha mientras observan el deterioro del kirchnerismo (rama femenina). La idea de "esperar" la crisis del otro tiene mucho de candor: mientras se procese esa crisis y se desarrolle el deterioro del poder nacional, también se dañaría el sistema político de la Capital y se deterioraría prematura y velozmente el liderazgo local de Pro. La idea de que el poder alguna vez "caerá de maduro" en manos propias es una idea rentística. Y equivocada.

Ese síndrome de cocooning que se insinúa en sectores del PRO y que también se atribuye a algunos asesores del jefe de gobierno electo se saltea deliberadamente el carácter objetivo del conflicto político entre el centralismo exacerbado del kirchnerismo y la perspectiva autonómica porteña; a esas condiciones objetivas deben adicionársele rasgos subjetivos: los Kirchner ignoran la palabra conciliación; la candidata, además, se ha declarado hegeliana: apuesta a agudizar las contradicciones. Y se siente encarnación del Espíritu Absoluto.

Hay, con todo, otros amigos de Mauricio Macri que le advierten de los peligros. Uno de ellos, no el único, ha sido el peronista Ramón Puerta. Desde París, Puerta , diagnósticó sobre el Pro: "Van a tener que jugar electoralmente en octubre, quieran o no. Para poder gobernar necesitan un presidente que no sea el matrimonio Kirchner". En efecto, podría decirse que, con sus más o sus menos, el Pro podría cumplir normalmente su gestión si la Casa Rosada estuviera ocupada por un presidente peronista de Potrero de Funes, por Ricardo López Murphy y hasta por Elisa Carrió o por Roberto Lavagna. Obviamente, con más razón podría desarrollar su gestión si el presidente fuera un hombre surgido de sus propias filas. Pero el único en condiciones de hacerlo es el propio Mauricio Macri y sucede, sin embargo, que en la atmósfera interna de Pro ha prevalecido desde el primer momento la visión positiva, aunque unilateral o, si se quiere, solipsista, de que, cumplida la misión de ganar la elección porteña, ahora sólo quedaba gestionar la ciudad.

Desde esa mirada, que Macri asumiera el desafío de pelear por la presidencia era (sigue siendo, para muchos) incumplir el compromiso con los votantes porteños.

Pero, en rigor, el incumplimiento se producirá si, por hostilidad y acoso del gobierno nacional, y por no contar con los instrumentos necesarios para gobernar adecuadamente la ciudad, la administración del Pro se ve sitiada y se deteriora en la impotencia.

Hipólito Yrigoyen decía que "en la Argentina hay que ser presidente de la República para poder ser portero de comité". El macrismo debería reflexionar sobre ese concepto. No podrá hacer la plancha en las presidenciales. Tendrá que asumir riesgos, tejer coincidencias y jugar fuerte para que, con un presidente amigo, no hostil, pueda cumplir su mandato ya obtenido de gestionar eficazmente la Ciudad Autónoma.

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